Eduardo Calle: un trabajador a conciencia

La misa por el primer mes de la partida de Eduardo Calle Sothers, fiel supernumerario del Opus Dei será el próximo jueves 18 de octubre del 2018 en la Parroquia san Josemaría (San Borja) a las 8 de la noche. Publicamos una reseña de su vida. Eduardo fue un buen cristiano que -como decía san Josemaría- partió a la casa del Padre “con la gracia de morir sin dar mucho la lata”.

Don Eduardo Calle Sothers (Coco) nació en Lima el 20 de febrero del 1936. Estudió en el colegio América. Desde muy joven trabajó en la imprenta de su padre, que heredó a su muerte. La mejoró e hizo crecer, a base de un trabajo hecho a conciencia, con la responsabilidad de sacar a la familia adelante. Su sentido profesional y humano del trabajo, le llevaba a poner especial esmero en atender a los clientes, a quienes trataba con amabilidad y alegría; así como al personal que tenía a su cargo.

Hemos sabido, más tarde, a la vuelta de los años, cuando ya no podía encargarse de administrar su dinero, que estaba acostumbrado a ser generoso con personas necesitadas. Tenía desde niño metida en su alma el hacerse con el dolor ajeno y no medirse en aliviar lo que estaba en sus manos con generosidad.

En su casa siempre se vivió un ambiente de familia acogedora, donde el trato amable y cariñoso, era el distintivo.

Se casó con Loren Gonzales Cano y tuvo dos hijas, Lourdes y Sonia, a quienes transmitió esos valores y educó con su esposa. Su familia fue siempre su prioridad, el tiempo dedicado a ella estaba lleno de mil detalles de cariño, de generosidad, de alegría. Fue un esposo fiel y amoroso, con Loren enseñaron a sus hijas lo que es amar de verdad. En su casa siempre se vivió un ambiente de familia acogedora, donde el trato amable y cariñoso, era el distintivo.

A raíz de un suceso -una tormenta en el avión, en el que viajaba con Loren de regreso de Canadá, fueron pocos minutos de mucho susto- Dios se metió en su alma para preguntarle qué estaba haciendo por Él. Hizo el propósito de buscar a alguien que le hablara de Dios.Pensó en un amigo de la infancia y del barrio que tenía un hermano que era fiel del Opus Dei. Hacía tiempo que no se veían -prácticamente- desde que Coco se casó. Ese mismo día fue la Centro de la Obra, se confesó después de muchos años y asistió a un curso de retiro en la casa de retiros Larboleda. Esto marcó la dirección de su vida en adelante. A partir de ahí se acercó al trato intimo con Dios, a través unas normas de piedad diarias, haciendo romerías en el mes de mayo con un amigo de la Obra, asistiendo a cursos de retiro espiritual cada año en Larboleda, dirigido por un sacerdote del Opus Dei.

Su afán apostólico le llevó primero a acercar a su familia a Dios y animó a su esposa e hijas a acompañarle a la Misa dominical. Su preocupación por la educación de sus hijas lo llevó con su esposa a aceptar la invitación de asistir a unos cursos de orientación familiar: COFAM, donde no sólo encontraron las herramientas para mejorar la educación de sus hijas, sino la visión sobrenatural de la vida. Terminado el curso, invitaron a sus hijas y esposa a participar también de los medios de formación en el club Altea. En pocos años, toda la familia formaría parte de la Obra.

Dio a conocer la Obra especialmente con su buen ejemplo y su testimonio de vida cristiana.

Solicitó la admisión al Opus Dei el 7 de diciembre de 1982. Dio a conocer la Obra especialmente con su buen ejemplo y su testimonio de vida cristiana. Supo enfrentar las contrariedades que se presentaron con visión sobrenatural y sacrificio. Vivió la humildad con la naturalidad de un ciudadano normal y la generosidad fue la virtud que siempre sobresalía en su actuar de cada día de una forma silenciosa, tratando de pasar desapercibida. Vivió la amistad con lealtad y entrega, viendo en cada amigo el rostro del Señor.

Un momento fuerte en su vida fue el diagnóstico de la enfermedad del Alzheimer a su esposa Loren, que aceptó con sentido sobrenatural. Su esposa, a la que quería profundamente, era su confidente, su amiga, el amor de su vida. Llevó ese dolor con cariño, paciencia, alegría, sufriendo en silencio. Era diabético, hipertenso y también padecía una incipiente demencia senil que la muerte interrumpió y no derivó en Alzheimer, como era previsible.

Ingresó a la clínica el último 14 de agosto a causa de un vahído, después de las pruebas, el diagnóstico fue cáncer terminal en el cerebro, le dieron unas semanas de vida. Estuvo un mes hospitalizado, de los cuales diez días en UCI por complicaciones ajenas al cáncer.

Durante ese tiempo, a pesar de los dolores e incomodidades, no se quejaba y daba gracias por las atenciones que tenían con él. Le hacía muy feliz ver a la familia y a los amigos: comentaba: “Alegrías que me dan la vida”. Se interesaba por cada una, olvidándose de su dolor ofreciéndolo por intenciones concretas: la Iglesia, el Papa Francisco, su familia, sus nietos, sobre todo la conversión a Dios de personas queridas.

El día que un sacerdote del Opus Dei le administró la Unción de los Enfermos le preguntó si sabía que tenía una enfermedad grave, dijo que sí. No tenía miedo a la vida ni miedo a la muerte. Sí quería ir a casa pronto para ver a Loren. Así fue. A pesar de la enfermedad, Loren tuvo momentos de lucidez para decirle que lo quería mucho.

La víspera de su muerte, un sacerdote acudió a confesarlo sin saber que sería la última confesión y Comunión. Unas horas después, a las 6 de la mañana del día siguiente, 18 de setiembre de 2018 murió serenamente, como había vivido, entregado plenamente a Dios, lleno de fe y esperanza en su destino eterno.