Con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo

Edwin Heredia, Promotor del Colegio Nuestra Señora del Pilar y Secretario Ejecutivo de la Asociación Vida & Familia publicó en el diario “Sin Fronteras” de Arequipa un artículo sobre san Josemaría, con ocasión de su fiesta el 26 de junio.

Estatua de San Josemaría Escrivá en Arequipa

6 de octubre de 2002. Roma no recordaba haber presenciado algo parecido. Una abigarrada multitud de personas -venidas de todo el mundo, aproximadamente medio millón-, aparecía compacta desde la Plaza San Pedro hasta Castel Sant' Angelo, después de abarrotar la Via della Conciliazione. ¿Qué reunía a tanta gente? Algo esperado por millones de hombres y mujeres de todas las razas, lenguas, naciones, culturas, condiciones sociales, etc. cuya vida cambió cuando empezaron a transitar por los caminos divinos de la tierra. Esa mañana, Juan Pablo II canonizaría -precisamente- al sacerdote que hizo posible esos caminos.

San Josemaría Escrivá no quería ser fundador de nada. Pero -desde muy joven- tuvo una disposición total a los planes divinos. Planes que no conoció sino hasta diez años después de barruntar algo de ellos. En 1928, Dios le hizo ver que -a pesar de sus escasos 26 años y sin medio material alguno- debía fundar y hacer realidad una Obra suya (Obra de Dios, Opus Dei); una de esas inagotables maravillas de Dios; una manifestación nueva de su misericordia para con la Humanidad entera.

Buscó por todas partes, sin encontrar nada de lo que Dios le había mostrado. Parecía una novedad, no obstante ser añosa y nueva como el Evangelio. El manto de los siglos la había ido cubriendo, haciéndola cada vez menos visible. Por ello, cuando empezó a difundir el mensaje de la llamada universal a la santidad, se topó con no pocas dificultades, incomprensiones y hasta persecuciones. Hubo quienes lo tildaron de hereje. Afirmar que podían ser santos un comerciante, un campesino, un ama de casa, un político, etc. era algo tan irreal como imposible. La santidad era cosa de privilegiados, generalmente sacerdotes y religiosos. Los de a pie debían aspirar a salvarse, haciendo lo que podían; éramos de segunda. Nada más lejano de cómo entendían la vida los cristianos de los primeros siglos después de Cristo.

Escrivá hizo y enseñó, como el Divino Maestro, a quien quería seguir muy de cerca. No fue solo mensajero anunciante sino guía que marcó el camino con sus pisadas de todos los días. Anduvo siempre -y así lo aconsejaba- con los pies en la tierra y la cabezaen el cielo; no como suspendido entre el cielo y la tierra, malvada caricatura con que a veces son retratados los santos. Santidad para todos. En medio del mundo, para los que somos del mundo. Sin miedos. Haciendo poesía con la prosa de la vida ordinaria, que muchos no valoran. Llegando al heroísmo -por amor a Dios y a los demás- en la lucha por vivir fielmente los deberes familiares, profesionales, sociales, etc. Allí espera Dios, allí el cristiano corriente se encontrará con Él. De lo contrario -decía- quizá no lo encuentre nunca. Así también podremos, como decía San Juan Pablo II en la homilía, Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo Fundador os indica, ….

Edwin Heredia Rojas

Arequipa, 25 de junio de 2016