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A lo largo de su vida, san Josemaría escribió un género de documentos, que llamó Cartas, para tratar aspectos centrales del carisma y de la historia del Opus Dei. Su tono es parecido al de una conversación familiar, en la que el fundador desarrolla un tema sin rigidez, como quien charla amigablemente con personas a las que ama y a las que quiere comunicar un importante mensaje.
La fecha con la que está datada, 9 de enero de 1959, es sin duda cercana al trabajo de redacción, pero no se puede precisar más sobre el periodo en que la compuso san Josemaría. Consta que, tras ser impresa, se enviaron ejemplares a varios países el 21 de enero de 1966.
Esta Carta, que lleva el número 29 según la edición de la Colección de Obras completas, trata sobre la obra de San Gabriel, uno de los apostolados — quizá el más extenso hoy día — que desarrolla el Opus Dei entre personas que han superado ya la juventud y que, generalmente, se sienten orientados a seguir el camino matrimonial.
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San Josemaría había tratado con profundidad de este tema en 1950, cuando escribió su Instrucción sobre la obra de San Gabriel, la cuarta de sus Instrucciones, que había comenzado a redactar en 1935. La Instrucción estuvo muy ligada a la aprobación estatutaria de la figura de los supernumerarios, en los que la Santa Sede reconoció una verdadera vocación para dedicarse plenamente a Dios, aunque dedicando a los trabajos apostólicos el tiempo que sus circunstancias familiares y sociales les permitan.
Desde 1950 a 1965 el mundo había cambiado mucho, y se intuían en el horizonte transformaciones sociales radicales, que repercutirían sobre múltiples dimensiones de la vida humana, en primer lugar, la religiosa, pero también la moral y familiar. Para san Josemaría era urgente subrayar un aspecto de la obra de San Gabriel al que ya había aludido en la Instrucción, pero que aquí toma un lugar preponderante: la proyección evangelizadora de esa labor, que se destina no solo a realizar un apostolado individual, sino a influir cristianamente en un mundo que se está apartando dramáticamente de Dios, al menos en Occidente.
Cuando esta Carta salió a la luz, a mediados de los años sesenta, la obra de san Gabriel estaba experimentando una gran expansión en diversos países. Disponer de un texto como este, en esos momentos, podía ser muy útil para la formación de quienes debían dirigir o formar a las supernumerarias y supernumerarios, y también para transmitirles la doctrina del Fundador sobre los múltiples aspectos que se tratan en este texto. La opinión pública sobre algunos de ellos, como las cuestiones de moral matrimonial, había cambiado profundamente desde 1950 y era un tema de gran actualidad en 1966.
Ideas principales de la Carta sobre la obra de San Gabriel
San Josemaría comienza su Carta explicando que la salvación traída por Jesucristo va destinada a todos los hombres sin excepción. Pero, aunque su redención sea sobreabundante, hay que constatar que muchos desconocen a Cristo y que el mal ha prosperado en el mundo: «En el campo que Dios se ha hecho en la tierra, que es heredad de Cristo, hay cizaña. No solo cizaña, ¡abundancia de cizaña!» (3), escribe. Ante esa realidad, estas páginas constituyen una llamada a participar en la redención con Jesucristo, a no permanecer indiferentes. Se hace necesario, dice, actuar como el fermento en la masa, con una actuación lenta y constante, para divinizar a los hombres (nn. 1 – 9).
En ese contexto de grandes horizontes apostólicos — continúa en los nn. 10–15 — se coloca la obra de san Gabriel, con la que «llenamos todas las actividades del mundo de un contenido sobrenatural, que — a medida que se vaya extendiendo — irá contribuyendo eficazmente a solucionar los grandes problemas de los hombres» (10a). Este es un punto clave en la Carta: la repercusión de la obra de san Gabriel no se limita a mejorar la vida cristiana de los que la frecuentan, sino que lleva, como consecuencia de la actuación personal, a vivificar e iluminar las realidades y estructuras temporales con la vida y la luz de Cristo. En esta sección habla de la vocación de los supernumerarios y supernumerarias, destacando esa proyección evangelizadora y transformadora: son gentes de todo tipo y clase social, que pueden influir cristianamente, tanto desde los puestos rectores de la sociedad, como en las más modestas encrucijadas de la vida, con un apostolado diversificado, que tiene todas las especializaciones que la vida misma ofrece. De ahí la importancia de la vocación profesional secular que es parte de la vocación como supernumerario o supernumeraria, que, entre otros aspectos, la diferencia de los apostolados llevados a cabo por otras realidades de la Iglesia.
La parte central (nn. 16 – 32) empieza tratando de la relación entre santidad y apostolado personal. Después continúa desarrollando el tema principal de esta Carta: la actuación profesional y apostólica se orientan no solo a la realización de un apostolado individual, sino que se fusionan para construir una sociedad más justa y más cristiana. Por eso Escrivá exhorta a amar el mundo y a estar presente sin miedo en todas las actividades y organizaciones de los hombres. Sin dejar irresponsablemente el campo libre a los enemigos de Dios y, al mismo tiempo, sin acritud: «Nuestra actitud ha de ser, hijos míos, de comprensión, de amor. Nuestra actuación no se dirige contra nadie, no puede tener nunca matices de sectarismo: nos esforzamos en ahogar el mal en abundancia de bien» (25). Exhorta a trabajar con «un amor muy grande a todos los hombres, un corazón abierto a todas sus inquietudes y problemas, una comprensión inmensa, que no sabe de discriminaciones ni de exclusivismos» (26). A empeñarse en «cristianizar todas las actividades del mundo: poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas».
Una breve sección (nn. 33 – 37) está dedicada a glosar algunas características de la formación de los supernumerarios y supernumerarias, entre las que destaca la libertad, tanto en la asimilación del carisma peculiar, como en el modo de desenvolverse en el campo profesional y social: «Libertad, hijos míos — afirma —. No esperéis jamás que la Obra os dé consignas temporales» (36). Exhorta a que cada uno busque las soluciones que, en conciencia, considera más apropiadas para resolver los problemas de su tiempo. Se queja de que haya quienes, en la Iglesia, no entiendan ni respeten esa libertad, llevados por el clericalismo.
Sigue otra parte (nn. 38 – 42), también breve, en la que expone más características del apostolado de los supernumerarios, hombres y mujeres: no es una tarea eclesiástica; ha de ser ejercido con humildad; se desenvuelve en el ámbito de los deberes y derechos ciudadanos, porque la vocación tiene un «carácter plenamente secular» (41). De ahí que insista de nuevo en la necesidad de estar presentes, como fermento cristiano, en las actividades humanas y en la vida pública, teniendo en cuenta la importancia que tiene la legislación civil para modelar la vida de los hombres en cuestiones de relevancia moral.
Después de una breve alusión a los cooperadores (n.º 43), se detiene en algunos apostolados específicos, como el de anunciar el mensaje evangélico a la opinión pública por medio de los sistemas de comunicación de masas (nn. 44 –46); el apostolado de la diversión; la intervención en las finanzas y en los diversos campos de la economía y de la política (nn. 47 – 52).
Una última sección (nn. 53 – 58) está dedicada a la vida familiar y al matrimonio, donde proporciona criterios para vivir santamente los deberes conyugales, en unos tiempos en los que la permisividad sexual se estaba abriendo paso, lo mismo que la mentalidad contraceptiva y el divorcio. La Carta termina con unas palabras conclusivas, que exhortan a comprometerse con la vocación recibida, apoyados en la conciencia de la propia filiación divina (nn. 59 – 60).