Andy: un buen amigo y un buen cristiano

Joel Anaya, actual director del Instituto Tecnológico Valle Grande, en el siguiente artículo, traza un testimonio personal de su amistad con Andrés Álvarez-Calderón Rey, a un mes de su partida

Andrés se caracterizaba por irradiar paz, alegría, comprensión y optimismo en grado superlativo.

Conocí al Ing. Andrés Álvarez-Calderón Rey en el verano del 2002, fecha en la cual llegué a la ciudad de San Vicente de Cañete para trabajar en el Instituto Valle Grande como responsable del área de proyectos. Desde la primera vez que conversé con él, supe que delante mío había una persona especial. Andrés se caracterizaba por irradiar paz, alegría, comprensión y optimismo en grado superlativo.

Para cada una de estas personas, Andrés fue el amigo que siempre estuvo disponible para escuchar sus problemas y en la medida de sus posibilidades colaboraba con ellos para encontrar la solución.

Ese modo de ser tan especial que tenía Andrés hizo que su círculo de amistad fuera muy extenso, en él podíamos encontrar: pequeños agricultores, propietarios de empresas, estudiantes, emprendedores, profesionales jóvenes y no tan jóvenes, jubilados, directivos de empresas, operarios de campo, docentes universitarios, etc. Para cada una de estas personas, Andrés fue el amigo que siempre estuvo disponible para escuchar sus problemas y en la medida de sus posibilidades colaboraba con ellos para encontrar la solución. Todo consejo que brindaba siempre comenzaba animándolos a que pongan su confianza en Dios y les recordaba que todo lo que les podía pasar era para bien, terminaba con una dosis de optimismo con su típica frase: “no nos ganan”.

Creo que siempre la ayuda más eficaz que dio Andrés a sus amigos fue la de rezar por ellos para que tengan la fortaleza y la paz que necesitaban para resolver sus problemas. Esa vocación de servicio le llevo a siempre estar disponible para ayudar a los que más necesitaban.

Durante mi época de administrador y luego como director del Instituto, Andrés siempre iba a mi oficina para interceder por un amigo. El cariño y el amor que tenía Andrés por sus amigos lo llevaba a salir de su comodidad y hacia suyas sus preocupaciones; es decir, él ponía en práctica el concepto de amor en acción, es decir “amar hasta que duela”. Creo que siempre la ayuda más eficaz que dio Andrés a sus amigos fue la de rezar por ellos para que tengan la fortaleza y la paz que necesitaban para resolver sus problemas. Esa vocación de servicio le llevo a siempre estar disponible para ayudar a los que más necesitaban.

Desde que llegó a Valle Grande, en 1966, y hasta que las fuerzas le acompañaron, Andrés siempre se preocupó por la actualización profesional de los técnicos y profesionales del campo, pues su visión era, que si ellos tenían un mayor conocimiento profesional podrían servir mejor a todos los pequeños agricultores y empresas que se encontraban en los valles de Mala, Asia, Cañete, Chincha, Pisco e Ica.

Andy (así lo llamaban sus amigos) fue el responsable del Programa de Apoyo a la Asistencia Técnica en Valle Grande, este instrumento le permitió, con frecuencia mensual y a través de charlas, satisfacer esa necesidad de actualización profesional que era una de sus preocupaciones. Todos los expositores eran amigos de Andy y si no lo eran, después de la charla, empezaban a formar parte de su círculo de amistad. Siempre me quedó la impresión que los profesionales que lo ayudaban como expositores, lo hacían por el inmenso cariño que le tenían y por el respeto que infundía en ellos su ejemplo, el de una persona jubilada que seguía trabajando por el bien de los demás con la misma ilusión que un joven recién egresado de la universidad.

En los 21 años que tuve la oportunidad de disfrutar de la amistad de Andy, él siempre fue un apoyo y un colaborador incansable de su Instituto Valle Grande, cada gestión difícil que teníamos que hacer ante el Ministerio de Agricultura, la Universidad Nacional Agraria La Molina (del cual era un insigne egresado) o empresarios agrícolas resultaba más fácil si lo hacíamos con él al lado; el buen hacer de Andy convertía lo difícil en fácil. Su don de gentes y el cariño que le tenían, facilitaba de manera tremenda estas gestiones.

Una de sus principales preocupaciones fueron los jóvenes que se formaban en las aulas de Valle Grande, en su oficina siempre lo encontrábamos conversando con estudiantes del Instituto. Andy disfrutaba de esas charlas y a través de ese trato cercano, muchos jóvenes recurrían a él para pedir consejo no sólo de problemas técnicos sino también de aspectos más humanos y espirituales. Muchos egresados de Valle Grande el día de hoy lloran su partida.

Quizás el aprendizaje más importante que nos dejó Andy es no claudicar ante la adversidad, el ejemplo que nos daba, el cómo llevaba sus múltiples dolencias físicas sin perder el optimismo y sin dejar la lucha, es la mejor lección de vida que aprendimos de él

Quizás el aprendizaje más importante que nos dejó Andy es no claudicar ante la adversidad, el ejemplo que nos daba, el cómo llevaba sus múltiples dolencias físicas sin perder el optimismo y sin dejar la lucha, es la mejor lección de vida que aprendimos de él. Con la confianza que la Virgen lo llevó al cielo el mismo día que nos dejó, por ser un hijo bueno y fiel, en Valle Grande tenemos la certeza que tenemos un intercesor más y que desde arriba seguirá rezando por nosotros para continuar con esta gran labor al servicio de la juventud peruana.

¡Gracias Andrés por todo lo que nos diste y las enseñanzas que nos dejaste en tus 58 años que estuviste con nosotros en Cañete!

Ingeniero Joel Anaya