Epub ► Libro electrónico: «Via Crucis Papa Francisco 2025»
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Introducción
La vía del Calvario pasa por nuestras calles de todos los días. Nosotros, Señor, por lo general vamos en dirección opuesta a la tuya. Precisamente de ese modo puede ocurrir que nos encontremos con tu rostro, que nos crucemos con tu mirada. Nosotros avanzamos como siempre y tú vienes hacia nosotros. Tus ojos nos leen el corazón. Entonces dudamos si continuar como si nada hubiera sucedido. Podemos darnos la vuelta, mirarte, seguirte. Podemos identificarnos con tu camino e intuir que es mejor cambiar de dirección.
Evangelio según san Marcos (10,21)
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
Jesús es tu nombre y en ti verdaderamente «Dios salva». El Dios de Abrahán que llama, el Dios de Isaac que provee, el Dios de Jacob que bendice, el Dios de Israel que libera; en tu mirada, Señor que atraviesas Jerusalén, hay toda una revelación. En tus pasos que salen de la ciudad está nuestro éxodo hacia una tierra nueva. Has venido a cambiar el mundo; esto significa para nosotros cambiar de dirección, ver la bondad de tus pasos, dejar trabajar en nuestro corazón la memoria de tus ojos.
El Vía Crucis es la oración del que se mueve; interrumpe nuestros recorridos habituales, para que del cansancio vayamos hacia la alegría. Es verdad, el camino de Jesús nos cuesta; en este mundo que calcula todo, la gratuidad tiene un alto precio. Pero en el don todo vuelve a florecer: una ciudad dividida en facciones y lacerada por los conflictos se encamina hacia la reconciliación; una religiosidad árida redescubre la fecundidad de las promesas de Dios; incluso un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne. Sólo es necesario escuchar la invitación: «¡Ven! ¡Sígueme!». Y confiar en esa mirada de amor.
I estación
Jesús es condenado a muerte
Evangelio según san Lucas (23,13-16)
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
No fue así. No te dejó en libertad. Sin embargo, hubiera podido ser diferente. Es el dramático juego de nuestra libertad. Aquello por lo cual, Señor, tanto nos estimaste. Diste confianza a Herodes, a Pilato, a amigos y a enemigos. Eres irrevocable en la confianza con la que te pones en nuestras manos. Podemos obtener de ella maravillas: liberando a quien es acusado injustamente, profundizando en la complejidad de las situaciones, contrastando los juicios que matan. Incluso Herodes hubiera podido seguir la santa inquietud que lo atraía hacia ti; no lo hizo, ni siquiera cuando se encontró finalmente en tu presencia. Pilato hubiera podido liberarte; ya te había absuelto. No lo hizo. Jesús, el camino de la cruz es una posibilidad que ya hemos dejado pasar demasiadas veces. Lo confesamos: prisioneros de roles de los que no hemos querido salir, preocupados por las molestias de un cambio de dirección. Tú sigues estando ante nosotros, silenciosamente, en cada hermana y en cada hermano expuestos a juicios y prejuicios. Vuelven argumentos religiosos, objeciones jurídicas, el aparente sentido común que no se involucra en la suerte de los demás; miles de razones nos ponen de la parte de Herodes, de los sacerdotes, de Pilato y de la multitud. Sin embargo, puede ser diferente. Jesús, tú no te lavas las manos. Sigues amando, en silencio. Has tomado tu decisión, y ahora nos toca a nosotros.
Oremos diciendo: Abre mi corazón, Jesús
Cuando ante mí hay una persona juzgada. | Abre mi corazón, Jesús | |
Cuando mis certezas son prejuicios. | Abre mi corazón, Jesús | |
Cuando me condiciona la rigidez. | Abre mi corazón, Jesús | |
Cuando el bien me atrae secretamente. | Abre mi corazón, Jesús | |
Cuando quisiera tener valor, pero tengo miedo de perder. | Abre mi corazón, Jesús |
II estación
Jesús carga la cruz
Evangelio según san Lucas (9,43b-45)
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.
Desde hacía meses, quizás años, ese peso estaba sobre tus hombros, Jesús. Cuando hablabas de eso, nadie te prestaba atención; resistencia invencible, incluso al intuirlo. No la buscaste, pero sentiste que la cruz venía hacia ti, cada vez de una manera diferente. Si la acogiste, fue porque advertiste, más allá del peso, su responsabilidad. Jesús, el camino de tu cruz no es sólo en subida; es tu abajamiento hacia aquellos que has amado, hacia el mundo que Dios ama; es una respuesta, es asumir una responsabilidad. Cuesta, como cuestan los vínculos más auténticos, los amores más hermosos. El peso que llevas describe el aliento que te mueve, ese Espíritu “que es Señor y da la vida”. Quién sabe por qué tememos incluso interrogarte sobre esto. En realidad, somos nosotros los que tenemos dificultad para respirar, a fuerza de evitar responsabilidades. Sería suficiente con no escapar y permanecer junto a aquellos que nos has dado, en los contextos donde nos has puesto. Unirnos, sintiendo que sólo así dejamos de ser prisioneros de nosotros mismos. Lo había anunciado el profeta: “Los jóvenes se fatigan y se agotan, los adultos tropiezan y caen; pero los que esperan en ti renuevan sus fuerzas, despliegan alas como las águilas; corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan” (cf. Is 40,30-31).
Oremos diciendo: Líbranos del cansancio, Señor
Si nos angustiamos mirando a nuestro alrededor. | Líbranos del cansancio, Señor | |
Si nos parece no tener fuerzas para dedicarnos a los demás. | Líbranos del cansancio, Señor | |
Si buscamos excusas para evadir las responsabilidades. | Líbranos del cansancio, Señor | |
Si tenemos talentos y capacidades para poner en juego. | Líbranos del cansancio, Señor | |
Si nuestro corazón sigue vibrando frente a la injusticia. | Líbranos del cansancio, Señor |
III estación
Jesús cae por primera vez
Evangelio según san Lucas (10,13-15)
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno».
Fue como un primer “tocar fondo” y pronunciaste palabras duras, Jesús, contra esos lugares que eran tan queridos para ti. La semilla de tu palabra parecía caer en el vacío y, del mismo modo, cada uno de tus gestos de liberación. Todo profeta se sintió caer en el vacío del fracaso, para seguir avanzando, después, en los caminos del Señor. Tu vida, Jesús, es una parábola; nunca cae en vano en nuestra tierra. Incluso esa primera vez, la decepción pronto fue interrumpida por la alegría de los tuyos, a los que habías enviado; regresaban de su misión y te narraban los signos del Reino de Dios. Entonces tú exaltaste de alegría espontánea, exuberante, que hace saltar con una energía contagiosa. Bendijiste al Padre, que esconde sus designios a los sabios y entendidos, y los revela a los pequeños. También la vía de la cruz ha sido trazada de manera profunda en la tierra; los grandes se apartan de ella, quisieran tocar el cielo. Pero el cielo está aquí, ha descendido, es posible encontrarlo aun cayendo, aun permaneciendo en el suelo. Los constructores de Babel nos dicen que no es posible equivocarse y que el que cae está perdido; es la obra del infierno. La economía de Dios, por el contrario, no mata, no descarta, no aplasta; es humilde, fiel a la tierra. Tu camino, Jesús, es el camino de las Bienaventuranzas: no destruye, sino que cultiva, repara, protege.
Oremos diciendo: Que venga tu Reino
Por aquellos que se sienten fracasados. | Que venga tu Reino | |
Para desafiar una economía que mata. | Que venga tu Reino | |
Para devolver la fuerza al que ha caído. | Que venga tu Reino | |
En las sociedades competitivas y entre los que buscan los primeros puestos. | Que venga tu Reino | |
Por los que están en las fronteras y sienten que su viaje ha terminado. | Que venga tu Reino |
IV estación
Jesús encuentra a su madre
Evangelio según san Lucas (8,19-21)
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte». Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Tu madre está en la vía de la cruz; ella fue tu primera discípula. Con delicada determinación, con esa inteligencia de las cosas que le hace conservarlas y meditarlas en el corazón, tu madre está. Desde el instante en el que le fue propuesto acogerte en su seno hizo un cambio, se convirtió a ti. Unió sus caminos a los tuyos. No fue una renuncia, sino un descubrimiento continuo, hasta el Calvario. Seguirte es dejar que sigas tu camino; tenerte es dar espacio a tu novedad. Lo sabe toda madre: un hijo sorprende. Hijo amado, tú reconoces que tu madre y tus hermanos son aquellos que escuchan y se dejan cambiar. No hablan, sino que hacen. En Dios las palabras son hechos, las promesas son realidades. En la vía de la cruz, oh Madre, estás entre las pocas que lo recuerda. Ahora es el Hijo el que te necesita. Él percibe que tú no desesperas, que sigues engendrando la Palabra en tu seno. También nosotros, Jesús, logramos seguirte generados por quien te ha seguido. También nosotros hemos venido al mundo por la fe de tu madre y de innumerables testigos que generan vida incluso allí donde todo habla de muerte. Aquella vez, en Galilea, fueron ellos los que querían verte. Ahora, subiendo al Calvario, tú mismo buscas la mirada del que te escucha y lo pone en práctica. Acuerdo indescriptible. Alianza indisoluble.
Oremos diciendo: He aquí a mi madre
María escucha y habla. | He aquí a mi madre | |
María pregunta y reflexiona. | He aquí a mi madre | |
María sale de su casa y viaja decidida. | He aquí a mi madre | |
María se alegra y consuela. | He aquí a mi madre | |
María acoge y cuida. | He aquí a mi madre | |
María se arriesga y protege. | He aquí a mi madre | |
María no teme juicios ni insinuaciones. | He aquí a mi madre | |
María espera y permanece. | He aquí a mi madre | |
María orienta y acompaña. | He aquí a mi madre | |
María no concede nada a la muerte. | He aquí a mi madre |
V estación
Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la cruz
Evangelio según san Lucas (23,26)
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
No se ofreció, lo detuvieron. Simón regresaba de trabajar y lo cargaron con la cruz de un condenado. Habrá tenido el físico adecuado, cierto, pero su camino era otro, su plan era otro. Con Dios nos podemos tropezar con una situación así. Quién sabe por qué, Jesús, ese nombre ―Simón de Cirene― se hizo rápidamente imborrable entre tus discípulos. En el camino de la cruz no estaban ellos, tampoco nosotros, Simón, en cambio, sí. Sigue siendo válido hoy que mientras alguien ofrece todo de sí, nosotros, o podemos estar en otra parte, incluso tratando de huir; o bien, podemos involucrarnos. Jesús, nosotros creemos recordar el nombre de Simón porque aquel incidente lo cambió para siempre. No cesó nunca de pensar en ti. Se volvió parte de tu cuerpo, testigo de primera mano de la diferencia entre ti y cualquier otro condenado. Simón de Cirene se encontró cargando con tu cruz, sin haberla pedido, como el yugo del que tú hablaste un día: «mi yugo es suave y mi carga liviana» (Mt 11,30). También los animales trabajan mejor si avanzan juntos. Y tú, Jesús, amas involucrarte con tu trabajo, que prepara la tierra para que sea nuevamente sembrada. Necesitamos esa sorprendente delicadeza. Necesitamos a alguien que nos detenga, a veces, y ponga sobre nuestros hombros algún trozo de realidad que simplemente necesita ser cargado. Se puede trabajar el día entero, pero sin ti, se desperdicia. En vano se cansan los constructores, en vano vigila el centinela de la ciudad que Dios no construye (cf. Sal 127). Por eso, en el camino de la cruz surge la nueva Jerusalén. Y nosotros, como Simón de Cirene, cambiamos rumbo y trabajamos contigo.
Oremos diciendo: Detén nuestra carrera, Señor
Cuando vamos por nuestro propio camino, desinteresándonos de los demás. | Detén nuestra carrera, Señor | |
Cuando las noticias no nos conmueven. | Detén nuestra carrera, Señor | |
Cuando las personas se vuelven números. | Detén nuestra carrera, Señor | |
Cuando nunca hay tiempo para escuchar. | Detén nuestra carrera, Señor | |
Cuando tenemos prisa por decidir. | Detén nuestra carrera, Señor | |
Cuando los cambios de programa no son permitidos. | Detén nuestra carrera, Señor |
VI estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Evangelio según san Lucas (9,29-31)
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Salmo 27 (27,8-9a)
Mi corazón sabe que dijiste: «Busquen mi rostro».
Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí.
En tu rostro, Jesús, vemos tu corazón. Tu decisión se lee en tus ojos, traspasa tu semblante, vuelve tus facciones expresión de una atención inconfundible. Te fijas en Verónica y también en mí. Yo busco tu rostro, que describe la decisión de amarnos hasta el último suspiro: incluso más allá, porque fuerte como la muerte es el amor (cf. Ct 8,6). Tu rostro, que quisiera imprimir y conservar, nos cambia el corazón. Tú te entregas a nosotros, día tras día, en el rostro de cada ser humano, memoria viva de tu encarnación. Cada vez que nos acercamos al más pequeño, en efecto, nos interesamos por tus miembros y tú permaneces con nosotros. De esta forma nos iluminas el corazón y la expresión de nuestro semblante. En vez de rechazar, ahora acogemos. En el camino de la cruz nuestro rostro, como el tuyo, puede volverse finalmente resplandeciente y derramar bendiciones. Has grabado en nosotros la memoria, presentimiento de tu regreso, cuando nos reconocerás con la primera mirada, uno a uno. Entonces, tal vez, te asemejaremos. Y estaremos cara a cara, en un diálogo sin fin, en la intimidad de la que nunca nos cansaremos, familia de Dios.
Oremos diciendo: Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús
Si nuestro rostro es inexpresivo. | Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús | |
Si nuestros proyectos excluyen. | Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús | |
Si nuestro corazón es indiferente. | Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús | |
Si nuestras actitudes causan división. | Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús | |
Si nuestras elecciones lastiman. | Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
VII estación
Jesús cae por segunda vez
Evangelio según san Lucas (15, 2-6)
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”».
Caer y levantarse; caer y volver a levantarse. Así nos has enseñado a leer, Jesús, la aventura de la vida humana. Humana porque es abierta. A las máquinas no les permitimos equivocarse, las pretendemos perfectas. En cambio, las personas dudan, se distraen, se pierden. Y, sin embargo, conocen la alegría: aquella de los nuevos inicios, aquella de los renacimientos. Los humanos no se generan mecánicamente, sino artesanalmente: somos piezas únicas, un entrelazado de gracia y responsabilidad. Jesús, te hiciste uno de nosotros; no tuviste temor de tropezar y de caer. Quien se avergüenza de ello, quien hace alarde de infalibilidad, quien oculta sus propias caídas y no perdona las de los demás, reniega del camino que tú has elegido. Tú eres, Jesús, el Señor de la alegría. En ti todos nos encontramos y somos llevados a casa, como la única oveja que se había perdido. Deshumana es la economía en la que noventa y nueve valen más que uno. Sin embargo, hemos construido un mundo que funciona de ese modo; un mundo de cálculos y algoritmos, de frías lógicas e intereses implacables. La ley de tu casa, economía divina, es otra, Señor. Volvernos a ti, que caes y te levantas, es un cambio de ruta y un cambio de paso. Conversión que devuelve alegría y nos lleva a casa.
Oremos diciendo: Levántanos, oh Dios, nuestra salvación
Somos niños que a veces lloran. | Levántanos, oh Dios, nuestra salvación | |
Somos adolescentes que se sienten inseguros. | Levántanos, oh Dios, nuestra salvación | |
Somos jóvenes que muchos adultos desprecian. | Levántanos, oh Dios, nuestra salvación | |
Somos adultos que se han equivocado. | Levántanos, oh Dios, nuestra salvación | |
Somos ancianos que aún quieren soñar. | Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
VIII estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Evangelio según san Lucas (23,27-31)
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: “¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!” Entonces se dirá a las montañas: “¡Caigan sobre nosotros!”, y a los cerros: “¡Sepúltennos!” Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?».
En las mujeres has reconocido desde siempre, Jesús, una particular correspondencia con el corazón de Dios. Por eso, en la gran multitud del pueblo que aquel día cambió dirección y te seguía, inmediatamente viste a las mujeres y, una vez más, estableciste con ellas una conexión especial. La ciudad es distinta cuando se lleva en el vientre a sus habitantes, cuando se amamanta a los niños: en definitiva, cuando no se conoce solamente el registro del dominio, sino que las cosas se viven desde dentro. A las mujeres que por deber llevan a cabo el rito de la compasión, tú les golpeas el corazón. En efecto, es en el corazón donde se enlazan los acontecimientos y nacen los pensamientos y las decisiones. «No lloren por mí». El corazón de Dios vibra por su pueblo, genera una nueva ciudad. «Lloren más bien por ustedes y por sus hijos». En realidad, existe un llanto donde todo renace. Pero son necesarias lágrimas de reconsideración, de las que no hay que avergonzarse, lágrimas que no se pueden esconder en lo íntimo. Nuestra convivencia herida, oh Señor, en este mundo hecho trizas, necesita lágrimas sinceras, no de circunstancia. De lo contrario, se realizará lo que predijeron los apocalípticos: ya no generaremos nada y todo se derrumbará. En cambio, la fe mueve montañas. Los montes y las colinas no se derrumban sobre nosotros, sino que en medio a ellos se abre un camino. Es tu camino, Jesús: un camino en salida, en el que los apóstoles te abandonaron, pero tus discípulas ―madres de la Iglesia― te siguieron.
Oremos diciendo: Danos un corazón materno, Jesús
Has poblado de santas mujeres la historia de la Iglesia. | Danos un corazón materno, Jesús | |
Has repudiado la prepotencia y el dominio. | Danos un corazón materno, Jesús | |
Has reunido y consolado las lágrimas de las madres. | Danos un corazón materno, Jesús | |
Has confiado a las mujeres el mensaje de la resurrección. | Danos un corazón materno, Jesús | |
Has inspirado en la Iglesia nuevos carismas y sensibilidad. | Danos un corazón materno, Jesús |
IX estación
Jesús cae por tercera vez
Evangelio según san Lucas (7,44-49)
[Jesús] dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?».
No sólo una o dos veces, tú caes de nuevo, Jesús. Te caías cuando eras niño, como todo niño. Así abarcaste y acogiste nuestra humanidad, que cae una y otra vez. Si el pecado nos aleja, tu existir sin pecado te acerca a todo pecador, te une indisolublemente a las caídas. Y esto mueve a la conversión. Escándalo para quien toma distancia de los demás y de sí mismo. Escándalo para quien vive dividido en dos, entre lo que debería ser y lo que realmente es. En tu misericordia, Jesús, cae toda hipocresía. Las máscaras, las fachadas hermosas no sirven más. Dios ve el corazón. Ama el corazón. Enciende el corazón. Y de esta manera me levantas y me colocas en caminos nunca antes recorridos, audaces, generosos. ¿Quién eres, Jesús, que perdonas también los pecados? De nuevo caído por tierra, en el camino de la cruz, eres el Salvador de esta tierra nuestra. No sólo la habitamos, sino que hemos sido plasmados con ella. Tú, por tierra, nos sigues modelando, como un hábil alfarero.
Oremos diciendo: Nosotros somos arcilla en tus manos
Cuando las cosas parecen no poder cambiar, acuérdate de nosotros: | Nosotros somos arcilla en tus manos | |
Cuando de los conflictos no se ve el final, acuérdate de nosotros: | Nosotros somos arcilla en tus manos | |
Cuando la tecnología nos engaña haciéndonos creer omnipotentes, acuérdate de nosotros: | Nosotros somos arcilla en tus manos | |
Cuando los éxitos nos despeguen de la tierra, acuérdate de nosotros: | Nosotros somos arcilla en tus manos | |
Cuando nos preocupa más la apariencia que el corazón, acuérdate de nosotros: | Nosotros somos arcilla en tus manos |
X estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
Libro de Job (1,20-22)
Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el rostro en tierra y exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!». En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.
No te desnudas, te desnudan. La diferencia está clara para todos nosotros, Jesús. Sólo quien nos ama puede acoger nuestra desnudez entre sus manos y en su mirada. Tememos, en cambio, la mirada de quien no nos conoce y sólo sabe poseer. Estás desnudo y expuesto a todos, pero tú transformas incluso la humillación en familiaridad. Quieres revelarte íntimo incluso a quien te destruye, miras a quien te desnuda como a una persona amada que el Padre te ha dado. Aquí hay más que la paciencia de Job, incluso más que su fe. En ti está el Esposo que se deja tomar, tocar y trueca todo en bien. Nos dejas tus vestiduras, como reliquias de un amor consumado. Están en nuestras manos, porque has estado en casa, has estado con nosotros. Nosotros tomamos tus vestiduras y ahora las echamos a suerte, pero la suerte, aquí, no favorece a uno, sino a todos. Nos conoces uno a uno, para salvar a todos, todos, todos. Y si la Iglesia te parece hoy como una vestidura rasgada, enséñanos a recoser nuestra fraternidad, fundada sobre tu entrega. Somos tu cuerpo, tu túnica indivisible, tu Esposa. Lo somos juntos. Para nosotros la suerte ha caído en un lugar de delicias, estamos contentos con nuestra herencia (cf. Sal 16,6).
Oremos diciendo: Concede a tu Iglesia paz y unidad
Señor Jesús, que ves divididos a tus discípulos. | Concede a tu Iglesia paz y unidad | |
Señor Jesús, que llevas las heridas de nuestra historia. | Concede a tu Iglesia paz y unidad | |
Señor Jesús, que conoces la fragilidad de nuestro amor. | Concede a tu Iglesia paz y unidad | |
Señor Jesús, que nos quieres miembros de tu Cuerpo. | Concede a tu Iglesia paz y unidad | |
Señor Jesús, que vistes la túnica de la misericordia. | Concede a tu Iglesia paz y unidad |
XI estación
Jesús es clavado en la cruz
Evangelio según san Lucas (23,32-34a)
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Nada nos asusta más que la inmovilidad. Y tú estás clavado, inmovilizado, bloqueado. Lo estás, pero junto a otros, nunca solo; estás determinado a revelarte también en la cruz como el Dios con nosotros. La revelación no se detiene, no se clava. Tú, Jesús, nos muestras que en cualquier circunstancia hay una decisión que tomar. Y este es el vértigo de la libertad. Ni siquiera en la cruz estás neutralizado, tú decides para quién estás ahí. Tú prestas atención tanto a uno como a otro de los que están crucificados contigo; dejas deslizar los insultos de uno y acoges la invocación del otro. Tú prestas atención a quien te crucifica y sabes leer el corazón de quien no sabe lo que hace. Tú prestas atención al cielo, lo quisieras más claro, pero rasgas la barrera de la oscuridad con la luz de la intercesión. Clavado, de hecho, intercedes, te pones en medio de las partes, entre los opuestos. Y los llevas a Dios, porque tu cruz derriba los muros, cancela las deudas, anula las sentencias, establece la reconciliación. Eres el verdadero Jubileo. Conviértenos a ti, Jesús, que clavado todo lo puedes.
Oremos diciendo: Enséñanos a amar
Cuando nos sentimos con fuerzas y cuando parece que nos faltan. | Enséñanos a amar | |
Cuando nos vemos inmovilizados por leyes y decisiones injustas. | Enséñanos a amar | |
Cuando nos vemos contrastados por quien no quiere la verdad y la justicia. | Enséñanos a amar | |
Cuando estamos tentados de perder la esperanza. | Enséñanos a amar | |
Cuando se dice que “no hay nada más que hacer”. | Enséñanos a amar |
XII estación
Jesús muere en la cruz
Evangelio según san Lucas (23,44b-49)
El sol se eclipsó […] El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: «Realmente este hombre era un justo». Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
En el Calvario, ¿dónde estamos nosotros?, ¿bajo la cruz?, ¿a cierta distancia?, ¿lejos? O tal vez, como los apóstoles, ya no estamos. Tú expiras, y este respiro, último y primero, sólo pide ser acogido. Señor Jesús, orienta nuestros caminos hacia tu don. No permitas que tu soplo de vida se disipe. Nuestra oscuridad busca luz. Nuestros templos quieren permanecer definitivamente abiertos. Ahora el Santo ya no está detrás del velo, su secreto se ofrece a todos. Lo percibe un militar, que observando de cerca cómo mueres reconoce un nuevo tipo de fuerza. Lo comprende la multitud que había gritado contra ti; antes estaba distante, pero ahora encuentra el espectáculo de un amor jamás visto, de una belleza que la hace volver a creer. A quienes te ven morir, Señor, tú les das el tiempo de volver, golpeándose el pecho, golpeándose el corazón, para que su dureza se haga pedazos. A nosotros, Jesús, que frecuentemente te miramos todavía desde lejos, concédenos vivir acordándonos de ti, para que un día, cuando vengas, también la muerte nos encuentre vivos.
Oremos diciendo: ¡Ven, Espíritu Santo!
Nos hemos mantenido a distancia de las llagas del Señor. | ¡Ven, Espíritu Santo! | |
Ante el hermano caído hemos mirado hacia otro lado. | ¡Ven, Espíritu Santo! | |
Los misericordiosos y los pobres en el espíritu parecen unos perdedores. | ¡Ven, Espíritu Santo! | |
Creyentes y no creyentes están frente al crucificado. | ¡Ven, Espíritu Santo! | |
El mundo entero busca comenzar de nuevo. | ¡Ven, Espíritu Santo! |
XIII estación
Jesús es bajado de la cruz
Evangelio según san Lucas (23,50-53a)
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después [lo bajó] de la cruz.
Finalmente, tu cuerpo está en las manos de un hombre bueno y justo. Tú estás envuelto en el sueño de la muerte, Jesús, pero el que se hace cargo de ti es un corazón vivo, que ha hecho una elección. José no era de aquellos que dicen y no hacen. “Había disentido con las decisiones y actitudes de los demás”, dice el Evangelio. Y esto es una buena noticia: te abraza, Jesús, uno que no ha abrazado la opinión común. Se hace cargo de ti uno que ha asumido las propias responsabilidades. Estás en tu sitio, Jesús, en el seno de José de Arimatea, que “esperaba el Reino de Dios”. Estás en tu sitio entre quien espera todavía, entre quien no se resigna a pensar que la injusticia es inevitable. Tú rompes la cadena de lo ineludible, Jesús. Rompes los automatismos que destruyen la casa común y la fraternidad. A quienes esperan tu Reino les das el valor de presentarse a las autoridades, como Moisés al Faraón, como José de Arimatea a Pilatos. Nos habilitas para grandes responsabilidades, nos haces audaces. Así, aun estando muerto, sigues reinando. Y para nosotros, Jesús, servirte es reinar.
Oremos diciendo: Servirte es reinar
Dando de comer a los hambrientos. | Servirte es reinar | |
Dando de beber a los sedientos. | Servirte es reinar | |
Vistiendo al desnudo. | Servirte es reinar | |
Hospedando a los forasteros. | Servirte es reinar | |
Visitando a los enfermos. | Servirte es reinar | |
Visitando a los encarcelados. | Servirte es reinar | |
Enterrando a los muertos. | Servirte es reinar |
XIV estación
Jesús es colocado en el sepulcro
Evangelio según san Lucas (23,53b-56)
Lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
En un sistema que nunca se detiene, Jesús, tú vives tu sábado. Lo viven también las mujeres, a las que aromas y perfumes quisieran ya hablar de resurrección. Enséñanos a no hacer nada, cuando únicamente se nos pide esperar. Edúcanos en los tiempos de la tierra, que no son los del artificio. Colocado en el sepulcro, Jesús, compartes la condición que nos acomuna a todos y alcanzas los abismos que tanto nos asustan. Ves cómo los rehuimos, multiplicando nuestras actividades. Giramos frecuentemente en círculos, pero el sábado brilla con sus luces, nos educa y nos pide descanso. Vida divina, vida a la medida del hombre, la que conoce la paz del sábado. «Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, sin que nadie lo perturbe» (Mi 4,4), profetizaba Miqueas. Y Zacarías se hace eco de esta palabra: «Aquel día –oráculo del Señor de los ejércitos– ustedes se invitarán unos a otros debajo de la parra y de la higuera» (Za 3,10). Jesús, que pareces dormir en un mundo tempestuoso, llévanos a todos a la paz del sábado. Entonces la creación entera nos parecerá muy buena y hermosa, destinada a la resurrección. Y habrá paz para tu pueblo y entre todas las naciones.
Oremos diciendo: Que venga tu paz
Para la tierra, el aire y el agua. | Que venga tu paz | |
Para los justos y los injustos. | Que venga tu paz | |
Para quien es invisible y carece de voz. | Que venga tu paz | |
Para quien no tiene poder ni dinero. | Que venga tu paz | |
Para quien espera un brote justo. | Que venga tu paz |
Invocación final
«“Laudato si’, mi’ Signore” – “Alabado seas, mi Señor”, cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana […]. Esta hermana clama por el daño que le provocamos» (Carta enc. Laudato si’, 1-2).
«“Fratelli tutti”, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio» (Carta enc. Fratelli tutti, 1).
«“Nos amó”, dice san Pablo refiriéndose a Cristo […], para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada “podrá separarnos”» (Carta enc. Dilexit nos, 1).
Hemos recorrido la vía de la Cruz; nos hemos dirigido al amor del que nada podrá separarnos. Ahora, mientras el Rey duerme y un gran silencio cubre toda la tierra, haciendo nuestras las palabras de san Francisco invoquemos el don de la conversión del corazón.
¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón.
Concédeme fe recta,
esperanza cierta,
caridad perfecta
y humildad profunda.
Concédeme, Señor, sabiduría y discernimiento
para cumplir tu santa voluntad. Amén.