Novena al beato Álvaro del Portillo, obispo, prelado del Opus Dei

Ofrecemos una novena, compuesta por el siervo de Dios Juan Larrea Holguín, para pedir favores o ayuda a través de la intercesión del beato Álvaro del Portillo.

Nota: El texto de la novena, redactado por el siervo de DiosJuan Larrea en 2006, ha sido retocado y puesto al día tras la beatificación de Mons. Del Portillo.


Dedico esta novena a los numerosos devotos de Mons. Álvaro del Portillo y pido al Señor que bendiga y conceda las gracias que soliciten a través de su intercesión.

+ Juan Larrea Holguín

Arzobispo emérito de Guayaquil


Oración para todos los días

Dios Padre misericordioso, que concediste al beato Álvaro, obispo, la gracia de ser, con la ayuda de santa María, pastor ejemplar en el servicio a la Iglesia y fidelísimo hijo y sucesor de san Josemaría, fundador del Opus Dei: haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al reino de Jesucristo. Dígnate otorgar la canonización del beato Álvaro y concédeme, por su intercesión, el favor que te pido... (pídase). Así sea.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Plan de esta novena:

Día 1. La familia, educadora en la fe.

Día 2. Adolescencia y juventud: preparación para servir.

Día 3. Primer contacto con el Opus Dei. Vocación. Respuesta generosa.

Día 4. La guerra civil: grandes pruebas permitidas por Dios.

Día 5. Preparación para el sacerdocio. Alma sacerdotal.

Día 6. Al servicio del fundador: gestiones en Roma.

Día 7. Al servicio de la Iglesia: el concilio y las congregaciones romanas.

Día 8. Sucesor de un santo.

Día 9. Continuidad. Expansión. Nuevos apostolados.

Primer día. La familia, educadora en la fe.

La vida de las personas que han sobresalido en la virtud y que, con buen fundamento podemos pensar que llegarán a ser canonizadas por la Iglesia, suele manifestar los providentes cuidados del Señor, para llevar a esas almas poco a poco hasta la plenitud de la caridad. La familia constituye el ambiente en que se desarrolla la personalidad de los niños y jóvenes, y donde se transmiten los valores perdurables.

El mayor don de Dios es la fe, y los padres cristianos asumen la responsabilidad de transmitir este precioso tesoro a las nuevas generaciones. Álvaro del Portillo y Diez de Sollano nació y creció en el seno de un ejemplar hogar cristiano. Allí recibió, desde los primeros años, el ejemplo de laboriosidad, sencillez y piedad.

La familia Del Portillo y Diez de Sollano estuvo integrada por los padres y ocho hijos; de los cuales, Álvaro fue el tercero en edad. Un hogar normal, en el que reinó la armonía y los niños aprendieron de sus progenitores a servirse mutuamente, a colaborar con solidaridad en las tareas domésticas. A pesar de tener recursos económicos suficientes, no tuvieron lujos ni se crearon necesidades superfluas, sino que los chicos se habituaron a un tenor de existencia sobria.

En un clima de libertad, sin imposiciones de ninguna clase, los hijos entraron suavemente en las prácticas religiosas comunes a cualquier hogar cristiano: la Misa dominical, algunas oraciones en familia, y un santo respeto por las cosas de Dios. Esa piedad sencilla, adecuada para los cortos años de la niñez, acompañaría luego a Álvaro, quien la desarrollaría, movido por el Espíritu Santo, hasta llegar a la cima de las virtudes heroicas.

Palabras del beato Álvaro

Para cristianizar la sociedad hay que reforzar los cimientos: la familia. ¡Cuánto estáis haciendo ya., y cuánta tarea nos aguarda! Considerad, los que habéis sido llamados por el camino del matrimonio, que con vuestra vocación debéis dar mucho ejemplo. Os consta que los hijos son un maravilloso don de Dios y los recibís con alegría, mientras que otros —que se niegan a portarse como cristianos, o que carecen de formación— los juzgan una carga y los evitan. Ellos aspiran a menos y vosotros a más. Pues ¡adelante! acoged sin miedo esa prueba de confianza del Cielo, que así crece la Iglesia, se propaga el Reino de Cristo y surgen en las almas de los hijos, por la gracia divina y el clima de amor y de sacrificio alegre que se palpa en vuestros hogares, tantos afanes de responder plenamente a la vocación cristiana y tantas decisiones santas que son espejo de vuestra entrega. El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica señala una vez más lo que ha enseñado siempre el Magisterio: que “las familias numerosas son un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres” (n. 2373). Alimentad, pues, la ilusión de formar una familia numerosa, si Dios os la envía.

Oración

Dios, Señor y Padre Nuestro, concédenos, por la intercesión de tu siervo Álvaro, la gracia de que todos los hogares cristianos sean realmente semejantes al hogar de Nazaret, y transmitan a las nuevas generaciones el don maravilloso de la fe y una piedad sincera, para conocerte, amarte y servirte hasta la muerte. Amén.

Jaculatoria

Jesús, José y María, bendecid nuestra familia.

Rezar la oración para todos los días

Segundo día. Adolescencia y juventud: preparación para servir.

Los testimonios de quienes conocieron al niño Álvaro en la escuela y al joven en el colegio, coinciden en admirar su claro talento, la dedicación total al estudio, el espíritu de amistad y compañerismo, junto a una conducta ejemplar y una piedad intensa. Desde la primera comunión, recibía la sagrada eucaristía a diario, realizando el sacrificio de permanecer en ayunas, como entonces era obligatorio, desde la media noche anterior.

Sus excelentes capacidades intelectuales y la dedicación y orden en el estudio, le permitieron ingresar muy joven a la Escuela de Ingeniería. Se preparaba para servir, estudiando por su cuenta varios idiomas y ampliando su cultura con adecuadas lecturas.

Un gran sentido de generosidad y solidaridad con su familia le llevó a escoger, dentro de la Escuela de Ingeniería, unos estudios que por entonces capacitaban con solo tres años para desempeñar un trabajo de Ayudante de Obras Publicas. No renunció a culminar estos estudios con el grado superior de Ingeniería, pero buscó la manera de ayudar cuanto antes económicamente al hogar numeroso de sus padres. Este es un rasgo distintivo de su personalidad: un afán muy generoso de entregarse al servicio de los demás, posponiendo sus propios intereses.

Efectivamente, con gran esfuerzo y dedicación, obtuvo el primer título ya indicado e inmediatamente continuó con los estudios de Ingeniería superior, compatibles con un modesto trabajo remunerado, y solamente los interrumpió por la guerra, para terminarlos acabado ese conflicto civil.

Durante todo este tiempo de intensos estudios, no descuidó la sólida vida de piedad, dedicando un tiempo a la oración mental y frecuentando los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía, y el rezo del santo rosario.

Durante el curso académico 1933-34, un amigo le propuso que participara, junto con otros estudiantes, en las Conferencias de San Vicente de Paúl. Recorría con sus compañeros los suburbios de Madrid, llevando el consuelo de pequeñas ayudas a las personas menesterosas. Lo hacía con espíritu cristiano y humilde, como lo demuestran sus mismas palabras, al recordar aquellos tiempos: “Siempre aprendía de ellos: personas que no tenían para comer y yo no veía más que alegría. Para mí eran una lección tremenda”.

Cuando se agudizó la persecución religiosa en España, Álvaro sufrió una grave agresión , en una de aquellas visitas caritativas a un barrio pobre: le rompieron la cabeza con una llave inglesa. Escapó de que le mataran. Procuró sobrellevar este duro incidente, sin darle mucha importancia y sin renunciar a sus propósitos caritativos.

Palabras del beato Álvaro

La formación cristiana siempre ha mirado al hombre integral: y es sabido que la teoría común, entre los educadores eclesiásticos, es que el curriculum perfectionis debe comenzar por la reforma del hombre exterior, buscando corregir todo cuanto desdiga de la urbanidad y cortesía, e inculcando después las virtudes necesarias para la unión con Dios y para la convivencia con los hombres.

Oración

Te pedimos, Señor, por la intercesión de la Virgen María y de tu siervo Álvaro, que ensanches nuestros corazones para que seamos siempre generosos, preocupándonos de las necesidades del prójimo y procurando aliviar sus angustias y penas. Amén.

Jaculatoria

Jesús, dame un corazón semejante al tuyo.

Rezar la oración para todos los días

Tercer día. Primer contacto con el Opus Dei. Vocación. Respuesta generosa.

En 1935 Álvaro, con poco más de veintiún años, había obtenido el título de Ayudante de Obras Públicas, trabajaba a las órdenes del correspondiente Ministerio y cursaba el primer año de la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos.

Desde unos cuatro años antes, san Josemaría encomendaba en sus oraciones al brillante joven, de quien le había dado noticias una tía, Carmen del Portillo. Le conocía, pues, y rogaba a Dios por Álvaro. La Providencia dispuso que llegara a conocerlo personalmente.

Un día, mientras Álvaro se dirigía con algunos amigos a visitar una familia pobre de los barrios periféricos de Madrid, la conversación recayó sobre un joven sacerdote que desarrollaba un apostolado muy amplio y sacrificado. Álvaro se interesó y manifestó el deseo de que le presentaran a don Josemaría Escrivá; y uno de aquellos compañeros le llevó al centro del Opus Dei. Era un día de marzo de aquel año 35.

San Josemaría recibió al joven universitario y trabajador con su acostumbrada alegría y sencillez. La conversación fue totalmente sobrenatural y breve. No duraría más de cinco minutos, pero dejó sembradas en el alma de Álvaro nuevas inquietudes de hacer el bien, de acercarse a Dios.

Pasó, sin embargo, algún tiempo, sin que se repitiera una entrevista así. Hasta que, en vísperas de salir de vacaciones con su familia, Álvaro, movido sin duda por la gracia, resolvió ir a despedirse de aquel sacerdote que le había atendido con tanta amabilidad y sentido sobrenatural.

En esta ocasión san Josemaría le planteó que hiciera un día de retiro espiritual y que, para ello, pospusiera las vacaciones. Álvaro aceptó, y al día siguiente, 7 de julio, se presentó y asistió al retiro. El fundador del Opus Dei habló de amor a Dios y amor a la Virgen. Su predicación conmovió el ánimo de Álvaro, quien impulsado por el Espíritu se decidió a entregar su vida entera, sin reservas, al servicio de Dios.

Así lo manifestó a un miembro de la Obra que le explicó lo referente a la vocación de buscar la plenitud de la vida cristiana en el trabajo y los deberes ordinarios; y Álvaro pidió inmediatamente incorporarse al Opus Dei.

La suya fue una decisión madura, preparada por toda su vida de piedad y ejercicio de las buenas obras, de cumplimiento de sus deberes de buen hijo, hermano y trabajador. Pero fue una decisión inexplicable, si no es por un influjo especial de la gracia, ya que Álvaro era un joven moderado, extremadamente prudente, que nunca tomaba resoluciones importantes sin pensarlas detenidamente.

La autenticidad de su vocación se aprecia por la rápida asimilación del espíritu del Opus Dei, su fiel cumplimiento de las normas de piedad, el apostolado intenso que desde el primer momento desarrolló, la adhesión firme y decidida al fundador, y la fidelidad constante, hasta la muerte, a todas las exigencias de la llamada divina. Sin duda la oración asidua del fundador estuvo en la base de esta generosa correspondencia de Álvaro.

Palabras del beato Álvaro

El concilio ha puesto repetidamente de relieve la unidad de la llamada a la santidad, a la caridad perfecta, a la perfección cristiana, junto a la variedad de formas o caminos para llegar a esa plenitud de vida cristiana dentro siempre de la radical unidad del mensaje evangélico: todos los fieles han recibido una vocación a la santidad, que cada uno debe seguir en su propio estado y condición de vida: “En los diversos géneros de vida y oficios, una misma santidad es cultivada por todos, que son movidos por el Espíritu de Dios... Por tanto, todos los christifideles, en las condiciones, oficios y circunstancias de su propia vida, y a través precisamente de ellos, se santificarán más y más cada día” (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 41).

Oración

Dios de infinita bondad, que desde la eternidad tienes para cada criatura designios de salvación, y que concediste a tu siervo Álvaro la gracia de corresponder con ejemplar generosidad y prontitud a tu llamamiento, haz que muchas almas, siguiendo ese luminoso ejemplo, sepan apreciar el inmenso beneficio de una vocación de plena entrega a tu servicio y tengan la valentía de responder a la gracia de tu llamada. Así sea.

Jaculatoria

Señor, aquí estoy porque me has llamado. ¿Qué quieres que haga?

Rezar la oración para todos los días

Cuarto día. La guerra civil: grandes pruebas permitidas por Dios.

Desde 1931 se sucedieron en España incontables hechos de violencia y persecución religiosa, que se agravaron en 1936 y desembocaron en una sangrienta guerra civil que duró hasta 1939. En ese tiempo la inseguridad fue total, y bastaba que una persona se profesara católica o llevara una medalla, un rosario o cualquier signo distintivo de su credo, para que fuera encarcelada y muchas veces atormentada y asesinada. Innumerables iglesias y casas religiosas fueron incendiadas, sin ni siquiera consideración del inmenso valor artístico de muchas de ellas.

El fundador del Opus Dei y los pocos jóvenes que le seguían sufrieron la persecución. Casi todos fueron reclutados por los respectivos ejércitos de la zona en que se hallaron al momento de estallar la contienda; los demás debieron esconderse, huir constantemente para salvar sus vidas.

En agosto de 1936 miembros de las milicias populares irrumpieron en el hogar de la familia del Portillo, buscando a un militar que vivía en la casa vecina; su mujer se había refugiado en la casa de Álvaro. Este consiguió que su madre y sus hermanos guardaran la calma, y finalmente los dejaron en paz; pero lograron apresar al militar perseguido a quien ejecutaron ese mismo día. Arrestaron también al padre del beato Álvaro, y no volvieron a tener noticias de él hasta bastante tiempo después.

Desde ese día, Álvaro anduvo de refugio en refugio, hasta que llegó a la embajada de Finlandia que le dio asilo. Pero la embajada fue asaltada en diciembre y todos los allí refugiados pasaron a la cárcel de San Antón. Allí padeció hambre y malos tratos, torturas psíquicas y físicas. Tal era la incomunicación, que no supo que su padre estaba en la misma cárcel. Inexplicablemente, después de varias amenazas de muerte, fue puesto en libertad, sin ninguna explicación. En realidad no había acusación alguna y solamente sufrió la privación de la libertad por el odio indiscriminado a todo cristiano por parte de los perseguidores.

Después de un breve refugio en la embajada de México, pasó a acompañar al fundador, que había sufrido igualmente mil peripecias hasta ser recibido como asilado en el consulado de Honduras. Allí permanecieron varios meses san Josemaría y cuatro de sus hijos, entre ellos Álvaro, en una estrechez y pobreza increíbles. Llevaban una intensa vida de piedad, con la celebración de la santa misa, oración mental, y otras prácticas. Aprovechaban el tiempo para estudiar. Estaban siempre alegres y serenos. Durante ese encierro, falleció el padre de Álvaro, que también había sido liberado, pero en pésimas condiciones de salud. San Josemaría arriesgó su vida para atenderle en los últimos momentos, pero aconsejó a Álvaro que no saliera y, efectivamente este se privó del consuelo de estar junto a su padre en los últimos momentos.

En octubre de 1937 san Josemaría abandonó el refugio e inició con unos pocos la peligrosa aventura de huir hacia Francia a través de los Pirineos. Llegaron en diciembre a Andorra, y a través de Francia entraron en la zona nacional, estableciéndose en Burgos. Álvaro se había quedado en Madrid y, después de obtener el permiso de Isidoro Zorzano que hacía cabeza en nombre del fundador, logró pasar las líneas de fuego para reunirse con san Josemaría. Fue una aventura de increíble audacia y de confianza total en la Providencia.

Ni por esos años ni después, al recordar tantos agravios recibidos, el beato Álvaro tuvo una sola palabra peyorativa o que revelara algún resentimiento. Perdonó siempre y con rapidez, y oró mucho por los que procedían movidos por el odio.

Palabras del beato Álvaro

La mentalidad laical nos mueve a participar, con libertad y responsabilidad personales, en las actividades humanas rectas, y a estar en el mundo como pez en el agua, aunque muchas veces el agua no sea limpia: también por eso nos ha llamado Dios ahí, para que la purifiquemos. Llevamos muy dentro del alma todos los afanes humanos nobles, y nos resulta extraña esa visión espiritualista que tiende a separar más o menos radicalmente, en la vida personal y en el apostolado, lo divino y lo humano, la búsqueda del Reino de Dios y el progreso temporal. Sabemos que humanamente el trabajo es fuente de progreso, de civilización y de bienestar. Y los cristianos tenemos el deber de construir la ciudad temporal. Pero al mismo tiempo, no compartimos, porque no es cristiano, esa otra visión chata del humanismo filantrópico, laicista, que pretende organizar el mundo prescindiendo de Dios y acaba pisoteando hasta los valores humanos más fundamentales.

Oración

Señor, que has permitido que los fieles cristianos participen de algún modo en los sufrimientos extremos a que se sometió Nuestro Señor Jesucristo, concédenos aceptar el dolor y las dificultades que se presenten en nuestras vidas, con ánimo sereno; sin perder nunca la persuasión de que somos hijos tuyos, estamos bajo tu amparo y Tú permites solamente lo que con tu gracia podemos sobrellevar. Que, imitando a tu siervo Álvaro, no guardemos nunca un sentimiento adverso hacia quienes puedan hacemos algún daño, y que nos unamos estrechamente a Cristo Señor Nuestro, que llevó la cruz sobre sus hombros llagados, con inmenso amor y aceptación total de tu voluntad. Amén.

Jaculatoria

Por tu pasión y muerte, líbranos, Señor, del odio y de todo mal.

Rezar la oración para todos los días

Quinto día. Preparación para el sacerdocio. Alma sacerdotal.

Tan pronto como terminó la guerra, Álvaro se reintegró a su trabajo profesional de ingeniero y continuó realizando una intensa labor apostólica entre sus amigos y conocidos. San Josemaría cuidaba con especial esmero la formación de los primeros miembros de la Obra y, además de impulsar los estudios y trabajos de sus profesiones civiles, les dirigió hacia un mejor conocimiento de las ciencias sagradas, que les daría singular capacidad para ejercitar su apostolado en medio del mundo.

San Josemaría llevaba sobre sí la inmensa tarea de la formación de sus hijas e hijos, pero muy pronto deseó vivamente que un grupo de ellos recibieran las órdenes sagradas para esmerada atención espiritual de todos. Comenzó así por intensificar la preparación de tres miembros de la Obra: Álvaro del Portillo, José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz; los tres, brillantes ingenieros.

Además de la sabiduría y experiencia que el fundador les transmitía, cuidó de que recibieran clases de muy prestigiosos catedráticos y rindieran sus exámenes ante los tribunales diocesanos competentes. Los tres jóvenes, por su parte, hicieron un gran esfuerzo para hacer rendir al máximo sus talentos: estudiaron mucho y bien, de suerte que llamaron la atención de los examinadores, por sus profundos conocimientos. Con el tiempo, el fundador estableció que todos los laicos de la Obra que recibieran las órdenes sagradas alcanzarían el más alto grado académico en sus respectivas ramas civiles y también un doctorado eclesiástico.

Por entonces, el Opus Dei no tenía más que las aprobaciones diocesanas y no podía incardinar sacerdotes. El santo fundador esperaba que surgiera la solución adecuada, mientras rezaba, consultaba el asunto y lo meditaba en la presencia de Dios. El Señor le hizo comprender el 14 de febrero de 1943 cuál debía ser esa fórmula jurídica y pastoral adecuada, que se apresuró a comunicar al reverendísimo obispo de Madrid, quien recibió con júbilo la noticia y aconsejó que se hiciera una gestión directamente ante la Santa Sede.

San Josemaría, encargó a Álvaro llevar toda la documentación a Roma y procurar que fuera atendida favorablemente.

Efectivamente, el 4 de junio de 1943, pocos días después de llegar a Roma, fue recibido en audiencia por el Papa Pío XII, a quien impresionó favorablemente el joven ingeniero que explicó las características del nuevo apostolado con precisión y confianza en el Santo Padre. Se entrevistó también con varios cardenales de la curia romana y con otros personajes. La gestión tuvo éxito, pues, con el nihil obstat de la Santa Sede, monseñor Eijo y Garay, obispo de Madrid, erigió canónicamente la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, indisolublemente unida al Opus Dei. Esto permitía la ordenación de sacerdotes que se dedicarían fundamentalmente al servicio de sus hermanos.

Con nuevo aliento por estas bendiciones del vicario de Jesucristo y de otros altos dignatarios de la Iglesia, los tres ingenieros continuaron y culminaron su preparación, y pudieron ser ordenados el día 25 de junio de 1944. Los tres continuaron realizando estudios y obtuvieron doctorados eclesiásticos.

Siguiendo las enseñanzas del fundador, ellos y cuantos otros miembros de la Obra se ordenaran con el tiempo, debían conservar su mentalidad laical, para asumir plenamente sus responsabilidades y ejercitar debidamente su libertad de hijos de Dios. Al mismo tiempo, la formación espiritual que recibieron acentuó el alma sacerdotal, que corresponde a clérigos y a laicos, en virtud del bautismo que todos hemos recibido, y nos identifica con Cristo sumo y eterno sacerdote.

A lo largo de su existencia, lo mismo que sus compañeros de ordenación y los demás miembros del Opus Dei, Álvaro cultivó el alma sacerdotal, viviendo con la mayor intensidad la piedad en el ejercicio de su ministerio, en las confesiones y en la predicación, y, sobre todo en la celebración de la santa misa, nuevo ofrecimiento del sacrificio de Cristo en el Calvario.

Además de dar un magnífico ejemplo personal, don Álvaro predicó y escribió páginas muy inspiradas sobre el alma sacerdotal que todo cristiano debe cultivar.

Palabras del beato Álvaro

Dios es infinitamente poderoso, infinitamente bello. No podemos imaginar cómo es. La música más dulce, la sinfonía más maravillosa, los colores más increíblemente bellos, todo el mundo, y el universo entero es nada a su lado. Y ese Dios infinitamente grande, infinitamente poderoso, infinitamente hermoso, se oculta bajo la apariencia de pan, para que nosotros podamos acercamos a Él con confianza.

Oración

Oh Dios, que has dispuesto que Jesucristo, único y eterno sacerdote, cuente como instrumentos ministeriales, con otros varones que, identificados más estrechamente con Él y ungidos por el sacramento del orden, continúen la obra del divino redentor, concédenos la gracia de que el pueblo cristiano cuente siempre con muchos y muy santos sacerdotes. Que los llamados a tan alto ministerio respondan con generosidad a su vocación, que se preparen debidamente y ejerzan con santidad las sagradas funciones propias de su condición de “otros Cristos”. Amén.

Jaculatoria

Dadnos, Señor, sacerdotes santos.

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Sexto día. Al servicio del fundador: gestiones en Roma.

San Josemaría envió a Álvaro nuevamente a Roma en febrero de 1946, para gestionar ante la Santa Sede el Decretum laudis que le permitiera afianzar la expansión universal de la Obra.

Don Álvaro, con apenas treinta y un años, realizó esas gestiones con gran madurez, sabiduría y prudencia, tratando con cardenales y otros personajes de la Iglesia, y siendo recibido con afecto por Pío XII. Sin embargo, consideró que se requería la presencia del fundador en la Ciudad Eterna, y le pidió que fuera a impulsar personalmente esas difíciles gestiones. San Josemaría se trasladó a Roma, a pesar de una contraindicación médica y, con el apoyo de Álvaro, alcanzó la aprobación pontificia como instituto secular, único cauce jurídico viable en esos momentos.

A raíz de estos trabajos, el fundador se estableció definitivamente en Roma, y don Álvaro siguió siendo, cada vez más, su colaborador más eficaz e íntimo. Por entonces se continuaron las gestiones para obtener la aprobación definitiva del derecho peculiar de la Obra, que asegurara sus características propias, principalmente la secularidad; que fue concedida por Pío XII el 16 de junio de 1950.

Entre tanto, don Álvaro desempeñaba las funciones de procurador general de la Obra, rector del Colegio Romano y primer consiliario de la región italiana de la Obra. En estos cargos, se desvivió por transmitir con ejemplar fidelidad el espíritu del fundador, ayudar con inmensa caridad y cariño a sus hermanos y ejercitar un intenso apostolado con toda clase de personas.

Se sumaron a esas actividades, ya de suyo absorbentes, las de índole económico: conseguir los fondos para la adquisición y adecuación de la sede central —Villa Tevere—, que por sí solas constituyen una aventura de gran confianza en la Providencia divina y de tesón y constancia.

También se preocupó del descanso de los alumnos del Colegio Romano, para lo que consiguió una finca en la que, además, realizó una importante labor social, beneficiando a trescientos campesinos con la parcelación del inmueble y su venta en condiciones y plazos extremadamente favorables a los trabajadores.

Desde 1956, don Álvaro fue secretario general del Opus Dei hasta el fallecimiento del fundador, a quien subrogó interinamente conforme al derecho, siendo elegido por unanimidad para dirigir la Obra el 15 de septiembre de 1975. Reemplazó al Padre con tal identidad de espíritu, que nada cambió en la pujante vida y desarrollo de la Obra, sino que continuó con mayor intensidad que en el tiempo fundacional.

Simultáneamente desempeñó importantes funciones a petición de los papas, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, en diversas congregaciones romanas, en la preparación del concilio y en varios sínodos de obispos.

Palabras del beato Álvaro

La única ambición, el único deseo del Opus Dei y de cada uno de sus hijos es servir a la Iglesia, como ella quiere ser servida. Este servicio, que Dios mismo nos ha encomendado, se traduce en difundir por todos los senderos de la tierra la llamada universal a la santidad, enseñando a innumerables personas a buscar a Dios en el trabajo profesional y en las circunstancias ordinarias, en medio del mundo. Cooperamos así eficazmente a la realización del fin de la esposa de Cristo: la salvación, la santificación, de todos los hombres, de todas las mujeres. Pero no olvidéis, hijas e hijos míos, que podemos participar en la acción redentora, corredimiendo, precisamente porque somos Iglesia, pues solo el cuerpo místico de Cristo es signo e instrumento de la unión de las criaturas con Dios y entre sí.

Oración

Señor Jesús, que concediste al beato Álvaro tantas virtudes y capacidades para servir fidelísimamente a la Iglesia y al Opus Dei, con inmensa caridad, fe, esperanza, justicia, fortaleza, templanza y todas las virtudes, concédenos seguir su admirable ejemplo de heroico servicio y, por su intercesión, haz que, cumpliendo nuestros deberes, nos acerquemos más y más hacia ti. Amén.

Jaculatoria

Señor, lo que tú quieras, yo también lo quiero.

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Séptimo día. Al servicio de la Iglesia: el concilio y las congregaciones romanas.

Su Santidad san Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II a los pocos meses de su elección. Don Álvaro, que ya desempeñaba importantes funciones en varios de los dicasterios romanos, fue designado miembro de algunas de las comisiones del concilio, secretario de la que trataría sobre los sacerdotes y laicos, y finalmente perito conciliar.

Lo dicho supuso una actividad muy intensa tanto en la fase preparatoria como en el desarrollo del concilio, que se clausuró el 8 de diciembre de 1965, después de sus cuatro sesiones en años sucesivos.

Todos los que trataron por entonces al beato Álvaro coinciden en admirar no solamente su extraordinaria capacidad de trabajo, sino más aún, la serenidad, la prudencia, el gran sentido de colaboración, la humildad para escuchar y comprender a los demás y una fidelidad absoluta a las enseñanzas de la Iglesia.

El concilio renovó y puso al día muchos aspectos pastorales, litúrgicos, organizativos, apostólicos y ecuménicos de la Iglesia y reafirmó la doctrina de siempre sobre las cuestiones de fe y de costumbres. Para san Josemaría y el beato Álvaro, significó un motivo de más oración y mortificación, a la par que de gran alegría, por constatar cómo el Espíritu Santo guía constantemente a la Iglesia.

Además, el concilio ratificó enseñanzas de raíz evangélica, que —desde muchos años antes—san Josemaría había contribuido a revitalizar, tales como el llamamiento universal a la santidad y al apostolado, el valor peculiar del sacerdocio común de los fieles, las funciones eminentemente seculares que corresponden de pleno derecho a los laicos, el verdadero sentido de la unión de los cristianos y de todos los hombres, etc. Naturalmente, el beato Álvaro se hizo eco de estas verdades y se empeñó en que fueran estudiadas y aprobadas por los padres conciliares.

Por otro lado, para el Opus Dei, se abrió entonces el camino para el reconocimiento de su verdadera estructura jurídica con la creación conciliar de las prelaturas personales. El beato Pablo VI dictó poco después los instrumentos para aplicar tan importante innovación, y sería san Juan Pablo II quien aplicaría esta figura jurídica a la Obra.

A pesar de la absorbente labor al servicio de la Santa Sede, don Álvaro continuó asistiendo a san Josemaría en el gobierno e impulso apostólico del Opus Dei. Fueron años en los que, junto al fundador, prepararon la expansión por nuevos países de Europa y América, para lo cual debieron realizar algunos viajes, siempre en condiciones de estrechez y sobriedad, viviendo con alegría las privaciones e incomodidades.

Palabras del beato Álvaro

Dios bendice con la Cruz. Las dificultades y las pruebas no deben alejamos nunca de Cristo, porque son medio para corredimir con Él. ¡Qué bien lo entendió nuestro Padre! In laetitia, nulla dies sine croce, escribía muy frecuentemente en la epacta. ¡Y cómo lo tenía experimentado! Ningún día sin cruz: hasta en las fiestas recibía —como buen Cirineo— esa bendición de Dios; y así, en el momento de renovar el sacrificio del Calvario, podía afirmar convencido: “Nuestra” Misa, Jesús.

Oración

Infunde, Señor, en nuestras almas un creciente amor a tu Iglesia santa. Haz que imitemos el abnegado servicio de tu siervo Álvaro, estando siempre dispuestos a seguir con fidelidad cuanto nos enseñas y ordenas a través de ella, y a poner todas nuestras capacidades a su disposición. Que sepamos también, orientar a todos nuestros amigos y compañeros a amar y servir a la Iglesia, como madre que es para nosotros. Que sintamos con la Iglesia, que actuemos como buenos hijos suyos, que nos empeñemos en servirla como quiera ser servida. Amén.

Jaculatoria

Señor, haznos querer más y más a nuestra santa madre la Iglesia.

Rezar la oración para todos los días

Octavo día. Sucesor de un santo.

El 26 de junio de 1975, a medio día, el Señor se llevó al cielo el alma de san Josemaría. Don Álvaro le asistió en sus últimos momentos, con el cariño y reverencia con que siempre estuvo junto al fundador. Constatado el doloroso acontecimiento, lo comunicó a la Santa Sede, a los fieles del Opus Dei, y a las personas más relacionadas. Desde ese instante, asumió, como correspondía conforme al derecho, la carga de gobernar la Obra.

Su primera acción consistió en rendir el homenaje debido a los restos mortales del Padre. Organizó todo lo relativo a su traslado a la Iglesia, los funerales e inhumación. Celebró la primera misa corpore insepulto, y a continuación se ofrecieron, en la sede central de Roma y en el mundo entero, innumerables misas. Don Álvaro escribió una larga y detallada carta relatando los mínimos detalles del último día del fundador y de las incontables manifestaciones de adhesión recibidas, comenzando por las palabras de condolencia del beato Pablo VI.

Aun con la convicción de haber perdido la presencia física de un santo, don Álvaro inspiró a todos serenidad, confianza en que la Obra seguiría gobernada desde el cielo por san Josemaría, e instó a que se ofrecieran muchos sufragios por él, según la santa costumbre de la Iglesia.

Se preocupó don Álvaro de que se publicaran varias obras inéditas del fundador. No cesó de repetir sus enseñanzas e inculcar a los miembros del Opus Dei la más grande fidelidad a cuanto dispuso o predicó. Fue el primero y más perfecto ejecutor de la voluntad de san Josemaría, y arrastró con su ejemplo y su palabra a todos los fieles a no apartarse en lo más mínimo de tan santas disposiciones.

Las grandes realizaciones que se propuso como metas y que culminó, fueron: la preparación de una relación de la vida y virtudes del santo fundador (más de 2000 folios a máquina); la culminación del proceso para la erección del Opus Dei como prelatura personal, según el deseo de san Josemaría, y la preparación, por encargo del mismo, de notas a sus apuntes íntimos, obra todavía inédita.

Precisamente para cumplir los anhelos del fundador, continuó las gestiones para alcanzar el reconocimiento de la conformación jurídica definitiva del Opus Dei. Esta “intención especial”, por la que san Josemaría trabajó infatigablemente durante más de cuatro décadas, también fue encomendada por miles y hasta millones de personas con constantes oraciones y mortificaciones, y, sobre todo, con el ofrecimiento del santo sacrificio de la misa. Don Álvaro siguió urgiendo a muchos para que rezaran y lo ofrecieran todo por esta intención, al mismo tiempo que ponía los medios humanos para que se estudiara y resolviera el asunto. Finalmente, san Juan Pablo II, acogió la petición del fundador, reiterada por don Álvaro, y erigió el Opus Dei en prelatura personal, el 28 de noviembre de 1982. El 19 de marzo de 1983, el nuncio apostólico en Roma, procedió a la solemne ejecución de la constitución que erigió la prelatura.

En el momento oportuno, solicitó que se iniciara el proceso para la beatificación y canonización del fundador. Se llevaron a cabo las difíciles pruebas y trámites judiciales, con la máxima severidad y cumplimiento minucioso de las exigencias canónicas. Se aportaron infinidad de documentos, se examinaron todos los innumerables escritos, se recogieron los testimonios de numerosos testigos; en fin, los tribunales eclesiásticos lo miraron todo con gran respeto, precisión y diligencia. Así, se pudo presentar en tiempo relativamente corto cuanto se requería para que las sucesivas comisiones de técnicos, teólogos y cardenales, pudieran informar debidamente el Papa. El Romano Pontífice emitió los sucesivos decretos relativos a las virtudes heroicas, los escritos, los milagros atribuidos a la intercesión, y finalmente señaló la fecha para la solemne beatificación.

Esta congregó a más de trescientas mil personas en la Plaza de San Pedro, y el Papa tuvo detalles de singular deferencia y cariño hacia todos y de modo especial a la persona de don Álvaro.

Siguiendo el ejemplo de san Josemaría, don Álvaro, convertido en nuevo Padre del Opus Dei, incansablemente dirigió cartas a todos sus hijos e hijas, y realizó varios viajes sacrificados y agotadores para visitarlos por los cinco continentes.

Palabras del beato Álvaro

Hijas e hijos míos, ¿qué representa para nosotros la elevación de nuestro Padre a los altares? Ciertamente, una alegría enorme, pero también una gran responsabilidad. Me interesa señalaros, para que no quede como en un segundo plano, una realidad evidente que está cargada de consecuencias: al beatificar a nuestro Padre, la Iglesia eleva a los altares al fundador del Opus Dei. Esto, por una parte, nos confirma una vez más, de un modo vivo, en la certeza de que el espíritu de la Obra es camino de santidad; y, por otra, nos impulsa a recorrerlo fielmente hasta llegar, como nuestro Padre, a la gloria del Cielo.

Oración

Te damos gracias, Señor, por haber infundido en el beato Álvaro un extraordinario espíritu de fidelidad al santo fundador del Opus Dei, y porque hiciste que —con su vida y su palabra— comunicara ese sentido de lealtad a todos los fieles de la Obra. Gracias, Señor, porque don Álvaro continuó y llevó adelante los anhelos más elevados de san Josemaría, y cumplió e hizo cumplir fielmente hasta los mínimos detalles de la espiritualidad y de las labores apostólicas de la Obra. Gracias, Señor, porque tuvimos en don Álvaro un nuevo Padre, perfectamente identificado con san Josemaría.

Concédenos la gracia de conservar siempre esa lealtad que vivió con perfección tu siervo, y dar ejemplo, con nuestras vidas, de cómo se deben conservar los tesoros espirituales de nuestra santa madre la Iglesia. Que movamos así a muchos a querer, servir y tratar a la Iglesia con la mayor devoción y esmero. Amén.

Jaculatoria

Señor, que seamos fieles hasta la muerte.

Rezar la oración para todos los días

Noveno día. Continuidad. Expansión. Nuevos apostolados.

Desde el fallecimiento del fundador, el 26 de junio de 1975, don Álvaro quedó a la cabeza de la Obra en su calidad de secretario general; el 15 de septiembre de 1975 fue elegido unánimemente por las electoras y electores, representantes de todas las regiones, para ocupar el puesto del Padre. Durante diecinueve años cumplió, con ejemplarísima fidelidad, la tarea de suceder a un santo. Muchas veces dijo que no quería ser más que la sombra del Padre, y realmente ajustó su ser y su vida a un preciso y leal cumplimiento de cuanto hizo y enseñó san Josemaría.

Se multiplicaron sus viajes apostólicos para preparar o para incrementar las labores de la Obra en todos los continentes. Así, en su periodo de gobierno pastoral, se extendió el Opus Dei a muchos países: Bolivia, Congo, Costa de Marfil, Honduras, Hong Kong, Singapur, Trinidad y Tobago, Suecia, Taiwán, Finlandia, Camerún, República Dominicana, Macao, Nueva Zelanda, Hungría, Chequia, Nicaragua, India e Israel.

Continuó prestando valiosos servicios a varias congregaciones romanas y participó en dos sínodos de obispos en la Ciudad Eterna. Escribió varios artículos y libros sobre cuestiones teológicas y canónicas y dirigió a los miembros del Opus Dei numerosas cartas pastorales.

Realizaciones de trascendencia mundial fueron también la creación de lo que llegó a ser la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma; del seminario internacional abierto a seminaristas de diócesis de todo el mundo, en la misma ciudad; varios convictorios sacerdotales; y la erección de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

También promovió y culminó la construcción de una iglesia a Roma dedicada al fundador, entonces ya declarado beato, y más tarde, el 6 de octubre de 2002, santo.

Toda la vida y la obra del beato Álvaro estuvo inspirada en una tierna y recia devoción a la santísima Virgen, a la que invocó constantemente. Enseñó de modo infatigable a ser buenos hijos de santa María, a imitar sus virtudes y poner todas las cosas bajo su protección. Pidió a sus hijos del Opus Dei vivir con singular intensidad la devoción a la madre de Dios en determinados años que declaró “marianos”, para impulsar más y más el amor filial hacia ella.

Cumplidos ya ochenta años, realizó su último viaje apostólico y penitente, visitando los santos lugares: durante una semana rezó y celebró la santa misa piadosísimamente en la tierra de Jesús. El 22 de marzo de 1994 celebró su última misa en la iglesia contigua al cenáculo en el que Jesucristo instituyó la sagrada eucaristía. Regresó a Roma de inmediato, a donde llegó a las diez de la noche, y en la madrugada se sintió mal; acudió el vicario general Mons. Javier Echevarría; el médico hizo esfuerzos extremados por salvar su vida; don Álvaro recibió con plena conciencia y serenidad la absolución y la unción de los enfermos, y entregó con absoluta paz su alma al Creador, una hora después de que se había iniciado un ataque cardiaco.

Acudieron a rezar junto a sus restos innumerables cardenales, obispos, autoridades y fieles, pero sobre todo fue consoladora y estimulante la presencia de san Juan Pablo II, que el 6 de enero de 1991 le había conferido la ordenación episcopal y lo estimaba como verdadero amigo. El Papa se detuvo en larga meditación y luego dirigió el rezo de la salve y de otras oraciones.

Desde el día de su muerte, mucha gente empezó a pedir su intercesión para obtener favores del cielo y miles de personas testimoniaron acerca de su amor a la Iglesia, su caridad con todos y su solicitud infatigable por sus hijas e hijos en el Opus Dei, su bondad, el calor de su sonrisa, su humildad y sencillez, el olvido de sí, su fortaleza, su serenidad, la paz interior que su palabra comunicaba, su audacia sobrenatural y su prudencia. En 2004, se abrió en Roma el proceso para su beatificación y canonización. El 28 de junio de 2012, fue declarado venerable y, el 27 de septiembre de 2014, fue beatificado en Madrid, en una misa presidida por el cardenal Angelo Amato a la que asistieron más de 200.000 personas provenientes de todo el mundo. El Papa Francisco se hizo presente en la ceremonia a través de una carta en la que hacía este retrato del nuevo beato: “Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera”.

La fiesta del beato Álvaro se celebra el 12 de mayo, aniversario de su primera comunión.

Palabras del beato Álvaro

¡Cuántos motivos tenemos para alimentar nuestra esperanza! En primer lugar, el hecho de que Dios haya enviado su Hijo al mundo, para salvamos de nuestros pecados. Y el que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas? (Romanos 8,32). Pensad también en ese milagro permanente de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, hasta el fin de los tiempos, hecho por nosotros pan de vida eterna (Cf. Juan 6,51) viático de los que caminan hacia la patria del Cielo. ¿Cómo lo recibimos cada día? ¿Con qué deseos de mejora, de unión, de identificación? Meditemos a menudo el ejemplo de nuestro Padre [...] que nunca se acostumbró a recibirle sacramentalmente, que en cada jornada sentía crecer su hambre de eucaristía, inseparablemente unida a aquel ardor de oración que brotaba de su alma —vultum tuum, Domine, requiram! (Salmos 26,8)—, con especial intensidad en los últimos años de su vida.

Oración

Oh Dios, que hiciste a tu siervo Álvaro, obispo y sucesor de san Josemaría, un servidor fiel de la Iglesia, concédenos por su intercesión ser también nosotros seguidores de las huellas de Jesucristo.

Te damos gracias por los inmensos favores que nos has concedido en vida de don Álvaro, para bien de la Iglesia universal, de la Obra de Dios y de incontables personas. Igualmente te agradecemos, Señor, por cuantos favores nos concedes por la intercesión de tu siervo.

Queremos, como él, reparar por nuestros pecados, desagraviarte por todas las ofensas que recibes y unimos estrechamente a la reparación perfecta de Nuestro Señor Jesucristo.

Nos ponemos espiritualmente cerca de tu siervo Álvaro para adorarte como mereces ser adorado, Tú solo Dios y Padre Nuestro, en unión con Jesucristo, tu Hijo, y con el Espíritu Santo que de ambos procede. Acudimos para esto a la protección y amparo de nuestra madre santa María en cuyas manos dejamos nuestras plegarias, nuestros trabajos, alegrías y penas, para que las ofrezca a tu divina majestad. Amén.

Jaculatoria

Corazón inmaculado de María, consérvanos un camino seguro.

Rezar la oración para todos los días