"La Iglesia tiene interés en que se conozca y se reconozca a los santos. Necesita que los que peregrinamos en la tierra sepamos -con nombre y apellidos, con rostros concretos, con vidas que se pueden escribir en una biografía- que la Iglesia, está llamada a vivir ese destino y en esa vocación en la comunión de los santos. Es lo que queremos reconocer en la vida de Guadalupe Ortiz de Landázuri".
Una santidad que cualquier persona puede alcanzar en la vida cotidiana: "En los distintos campos de la vida, de la existencia del hombre, en el desarrollo de la sociedad y en la configuración de la cultura, de los grandes debates... en todas las profesiones y a través de todas ellas, si en esos campos y en esos espacios hay santos, toda la realidad que ellos, a través de su profesión, tocan, manejan y guían quedará también tocada por la santidad".
Esa santidad de los laicos ha sido muchas veces hasta ahora "anónima, desconocida, no reconocida después oficialmente. Hoy, la Iglesia los necesita reconocidos, subrayados y afirmados explícitamente".
El carisma del beato Josemaría
Al recordar la necesidad de que haya laicos santos, se refirió el mensaje y la figura del beato Josemaría, "cuyo carisma se ha centrado especialísimamente en descubrir la necesidad de cultivar este aspecto esencial de la vocación cristiana y de hacerlo relevante en la vida y en la misión de la Iglesia del siglo XX, del siglo XXI y de los siglos que vengan".
"Ser santo -prosiguió- exige del que lo sea haber aprendido la lección de sencillez evangélica, saber ser pequeño, saber pasar desapercibido, no darse importancia, saber ser niño... El evangelio de la infancia ha estado muy en alza en el último siglo". El cardenal mencionó al beato Josemaría Escrivá y a santa Teresita de Lissieux como dos referencias "para descubrir lo que significa en el siglo XX caminar por la vía de la santidad sabiendo hacerse niño".