La alegría y la sencillez de Montse

El 10 de julio se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Montse Grases. Recordar algún episodio de su vida puede ser un buen modo de conmemorar su cumpleaños y de aprender de esta joven sierva de Dios la alegría de vivir con Dios y de servir a los demás con sencillez y una gran sonrisa.

«El día que vi por primera vez a Montse Grases fue un sábado por la tarde, no recuerdo con exactitud la fecha. Era una chica francamente guapa, tenía el pelo muy largo y en esa época se hacía una sola trenza gruesa que dejaba caer a un lado por delante. Tenía ojos claros, mirada muy viva, facciones perfectamente proporcionadas. A través de la belleza física, se reflejaba también la grandeza de su alma. Dos virtudes son quizás las que más me llamaron la atención en ella: la alegría y la sencillez. Tenía una personalidad muy atrayente, sus amigas eran numerosas».

Esto recuerda Margoth Simán. Por entonces, Montse —que tenía 15 o 16 años— iba con frecuencia por un centro del Opus Dei en Barcelona para muchachas jóvenes, conocido como “Llar”. Allí recibía una formación cristiana intensa, adecuada a su edad, que reforzaba la que había recibido en su casa.

Algunos meses después, Montse sintió la llamada de Dios y pidió la admisión en el Opus Dei. Por entonces —sigue recordando Margoth— Montse «era muy piadosa, daba tono de alegría a la vida en familia, sonreía mucho, se le veía feliz. No recuerdo en ella la menor complicación, era extraordinariamente sencilla y natural. Se notaba que venía de una familia numerosa que no abundaba en medios económicos; sabía compaginar el espíritu de pobreza con el tono humano en el arreglo personal, que también era sencillo.

»Ayudaba en el centro de la Obra y en su casa, aprovechaba bien el tiempo. Frecuentemente cantaba mientras trabajaba. Por otro lado, era una chica totalmente normal, a veces incluso traviesa.

»Recuerdo que fue a un curso de retiro en Castelldaura, con Ana María Suriol, y las dos se pusieron a brincar sobre la cama hasta que se rompió el resorte. Otro día, en Llar, ella y sus amigas correteaban ruidosamente por el pasillo que conduce al oratorio donde el sacerdote estaba confesando y tuve que llamarles la atención» (recuerdos de Margoth Simán; AGP, MGG T-0085).

Montse era muy alegre, con una paz y una sonrisa contagiosa, porque dentro de sí tenía un gran amor a Dios. Era una verdadera amiga con todos; sentía un deseo enorme de ayudar y de acercar a Dios a quienes convivían a su alrededor.

Sus amigas han relatado cómo Montse les explicaba que la santidad no es una tarea exclusiva de sacerdotes y religiosos, sino que compete a todas las personas. Hablaba de estas cosas, no en ocasiones y ambientes especiales, sino en las conversaciones normales que se tienen entre amigas. Por ejemplo, durante las vacaciones del verano, en una excursión a una montaña del macizo del Montseny:

«Recuerdo las circunstancias —cuenta una de ellas—del día que quizás hablamos más profundamente. Era una tarde, volviendo de Les Agudes. Se hizo de noche, y todo el camino fuimos Montse y yo, separadas del resto del grupo, hablando de Jesucristo: si cuando estábamos tristes, le contábamos las cosas, y lo que nos ayudaba el descansar en Él» (recuerdos de María Luisa Xiol; AGP, MGG T-098).

En Montse desbordaba el amor a Dios y la amistad con esta compañera de excursiones veraniegas. Por eso aprovechó esos momentos para compartir con ella su propia experiencia del trato con Jesucristo mediante la oración confiada.

Oración para pedir a Dios algún favor o milagro a través de la intercesión de Montse