Vivo en Buenos Aires, Argentina. Estoy casada y tenemos cuatro hijos, entre 7 años y 10 meses de edad.
En noviembre de 2019, frente a la situación económica de nuestro país mi marido y yo nos vimos en la necesidad de decidir sobre algunos asuntos de la escolaridad de nuestros hijos: si solicitábamos alguna beca o nos abríamos a la posibilidad de otros colegios más acordes con nuestra economía, pero que a su vez tuvieran los valores cristianos y humanos que queremos para nuestros hijos.
Una amiga me sugirió que encomendase el asunto a Paquita y Tomás, y así lo hice. Todos los días, en el momento de acción de gracias de la Santa Misa, pedía por la intercesión de ellos que decidiésemos lo mejor para nuestros hijos.
Por un lado, presentamos todos los papeles requeridos para solicitar la beca en el colegio actual y, por otro lado, comenzamos a buscar en otros lugares.
Había un colegio que no lo contemplábamos, por lo difícil que es que te admitan
Había uno que no lo contemplábamos, por lo difícil que es que te admitan. Tiene un ambiente familiar muy lindo, católico, de mucha calidad humana, y muy cerca de nuestra casa. Es muy difícil que queden plazas vacantes y siempre hay listas de espera infinitas.
Fui a averiguar pensando: “total, el ‘no’ ya lo tengo”. Era viernes de fines de noviembre (donde generalmente las vacantes del año siguiente están prácticamente cubiertas). Completé los formularios requeridos y cartas de presentación correspondientes. El martes siguiente logré entregar todos los papeles a las 11 h. (después de misa de 10, y habiendo rezado la oración de la estampa una vez más).
Una hora y media más tarde, mientras estaba haciendo el pool, me llaman que había vacante para mi hija mayor. "Si conseguís vacante para uno, acepta, porque al otro año es más fácil que entren los demás hermanos", me habían dicho. Con una inmensa alegría, llena de emoción y el corazón en profunda paz, acepté. No podía dejar de agradecer.
Y el director nos comenta: "Es curioso, déjenme mostrarles el excel para que vean la situación"
Pasados varios días, cuando tuvimos la entrevista con el director del colegio, seguíamos emocionados. Y el director nos comenta: "Es curioso, déjenme mostrarles el excel para que vean la situación". A lo que yo le contestaba, "Si, ya sé. Es porque Dios quiso, lo pedí. Así que no me sorprende y voy a llorar de emoción otra vez", entre risas alegres. El director sigue, "para el año 2020 tengo 350 solicitudes de ingreso al colegio, con listas de 15 o 20 alumnos en espera para cada curso, pero en segundo grado -el año de mi hija mayor-, no hay nadie, está en blanco y hay dos vacantes".
Rindió los exámenes de ingreso sin problemas, así que en unos pocos días nos dieron la bienvenida. Es la única alumna que entró en ese grado. ¡Y está feliz!
A partir de ese momento, la educación de mis hijos está en manos de ellos.
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