Queridos hermanos y hermanas:
Con esta catequesis quisiera dirigir nuestra mirada a otro aspecto esencial de la vida de Jesús: sus curaciones. Por eso, os invito a poner ante el Corazón de Cristo vuestras heridas más dolorosas o frágiles, esos lugares de vuestra vida donde os sentís detenidos o bloqueados. ¡Pidamos al Señor con confianza que escuche nuestro grito y nos cure!
El personaje que nos acompaña en esta reflexión nos ayuda a comprender que nunca debemos abandonar la esperanza, incluso cuando nos sentimos perdidos. Se trata de Bartimeo, un hombre ciego y mendigo, al que Jesús encontró en Jericó (cf. Mc 10, 46-52).
El lugar es significativo: Jesús se dirige a Jerusalén, pero inicia su camino, por así decir, desde los “infiernos” de Jericó, ciudad situada por debajo del nivel del mar. Jesús, en efecto, con su muerte, descendió para rescatar a ese Adán caído que nos representa a cada uno de nosotros.
Bartimeo significa “hijo de Timeo”: describe a ese hombre en relación con otro, pero él está dramáticamente solo. Sin embargo, este nombre también puede significar “hijo del honor” o “de la admiración”, justo lo contrario de su situación actual. Y dado que el nombre es muy importante en la cultura hebrea, significa que Bartimeo no logra vivir aquello a lo que está llamado a ser.
A diferencia del gran gentío que sigue a Jesús, Bartimeo está parado. El evangelista dice que está sentado al borde del camino, por tanto, necesita que alguien lo levante y le ayude a retomar el camino.
¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación sin salida? Bartimeo nos enseña a recurrir a los recursos que llevamos dentro y que forman parte de nosotros. Es un mendigo, sabe pedir, es más: ¡sabe gritar! Si de verdad deseas algo, haces todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando otros te reprenden, te humillan o te dicen que desistas. Si de verdad lo deseas, ¡sigue gritando!
El grito de Bartimeo, recogido en el Evangelio de Marcos —«¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!» (v. 47)— se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos recitar: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador».
Bartimeo es ciego, pero paradójicamente ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús. Ante su grito, Jesús se detiene y manda llamarlo (cf. v. 49), porque no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él (cf. Ex 2,23). Puede parecer extraño que, ante un ciego, Jesús no vaya directamente hacia él; pero, si lo pensamos bien, es su modo de reactivar la vida de Bartimeo: lo impulsa a ponerse en pie, confía en su capacidad de caminar. Ese hombre puede levantarse, puede resucitar de sus situaciones de muerte. Pero para ello debe hacer un gesto muy significativo: debe arrojar su manto (cf. v. 50).
Para un mendigo, el manto lo es todo: es su seguridad, su casa, su defensa. Incluso la ley protegía el manto del mendigo y obligaba a devolverlo al caer la noche si había sido tomado en prenda (cf. Ex 22,25). Sin embargo, muchas veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades, aquello de lo que nos rodeamos para protegernos, pero que en realidad nos impide avanzar. Para ir hacia Jesús y dejarse curar, Bartimeo debe presentarse ante Él con toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental en todo camino de sanación.
También parece extraña la pregunta que Jesús le hace: «¿Qué quieres que haga por ti?» (v. 51). Pero, en realidad, no es evidente que deseemos curarnos de nuestras enfermedades: a veces preferimos quedarnos donde estamos para no asumir responsabilidades.
La respuesta de Bartimeo es profunda: utiliza el verbo anablepein, que puede significar “volver a ver”, pero que también podríamos traducir como “alzar la mirada”. Bartimeo no quiere solo recuperar la vista, quiere también recobrar su dignidad. Para mirar hacia lo alto, es necesario levantar la cabeza. A veces las personas quedan bloqueadas porque la vida las ha humillado y desean simplemente recuperar su propio valor.
Lo que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe. Jesús nos cura para que podamos ser libres. No invita a Bartimeo a seguirle, sino que le dice que vaya, que retome su camino (cf. v. 52). Sin embargo, Marcos concluye el relato señalando que Bartimeo comenzó a seguir a Jesús: ha elegido libremente seguir a quien es el Camino.
Queridos hermanos y hermanas, llevemos con confianza ante Jesús nuestras enfermedades, y también las de nuestros seres queridos; llevemos el dolor de quienes se sienten perdidos y sin salida. Gritemos también por ellos, seguros de que el Señor nos escuchará y se detendrá.