Un domingo de principios de 1944 en el andén del tranvía, Guadalupe Ortiz de Landázuri, se encontró con un amigo a quien abrió su corazón. Ella lo recuerda: “A través de un conocido al que me unía una gran amistad y confianza, Jesús Serrano de Pablo, con quien hablé de mi deseo de tener un director espiritual, me puse en contacto por teléfono y me dirigí a la dirección que me dieron para conocer a don Josemaría Escrivá de Balaguer, del que no sabía, en aquel momento, absolutamente nada. Y, por supuesto, no sabía nada entonces sobre la existencia del Opus Dei. Esa entrevista fue un punto de inflexión en mi vida”.
Una simple pregunta de un amigo a otro, mientras esperaba el tranvía. Un intercambio de números de teléfono y una llamada telefónica. Fue el comenzó una vocación y la transformación de una vida.
Así ha sido siempre. Esa sencilla escena en un tranvía en Madrid durante la Segunda Guerra Mundial tiene algo del aire del primer capítulo del Evangelio de San Juan. Ahí, en apenas diez versículos, somos testigos de cómo la noticia sobre Jesucristo se difundió con naturalidad entre amigos y conocidos: Andrés y Juan, colegas en un negocio de pesca; Pedro hermano de Andrés; Santiago; y Felipe, del mismo pueblo, que habla a Nataniel, invitándole a “venir y ver” al que Moisés escribió. El encuentro con Jesús y el descubrimiento de su vocación por parte de los apóstoles tienen lugar en este contexto de relaciones ordinarias de familia, amistad y trabajo.
Una simple pregunta de un amigo a otro, mientras esperaba el tranvía
La amistad jugó un papel importante no sólo en el comienzo de la vocación de Guadalupe, sino también en la forma en que la vivió a lo largo de su vida. Era inseparable de su vocación de procurar ser santa y apóstol en el Opus Dei.
Unos años después de su incorporación al Opus Dei, se trasladó a Bilbao donde conoció a una joven llamada Rosario Orbegozo durante un paseo por la capital vasca. Esta pequeña excursión dio lugar a una amistad, y al poco tiempo Rosario, cautivada por la naturalidad y la alegría de Guadalupe, decidió que quería compartir su vida como numeraria del Opus Dei. Sería la primera en aquella ciudad.
La capacidad de amistad de Guadalupe no se limitaba a los colegas profesionales. De hecho, parecía no tener límites. Después de mudarse a México en 1950, Guadalupe conoció a la poetisa Ernestina de Champourcin, quien, exiliada de la España de Franco, vivía allí con su marido. Éste, también poeta, había sido secretario personal de Manuel Azaña, el presidente de la República durante la Guerra Civil Española. El padre de Guadalupe, Manuel, había sido coronel del ejército y había participado en el levantamiento contra la República que inició la Guerra Civil española, en julio de 1936. Después de ser arrestado por el gobierno republicano, fue ejecutado en septiembre del mismo año. A pesar de la dolorosa historia política y personal que compartían, las dos mujeres se hicieron muy amigas y Ernestina decidió finalmente unirse al Opus Dei.
Lo que comienza como amistad con Jesús -"Os he llamado amigos"- se expande naturalmente para incluir a más y más personas
Compartir la fe –de palabra y con el ejemplo– es una consecuencia inevitable de la unión de un cristiano con Jesucristo y la amistad con los demás. Lo que comienza como amistad con Jesús –“Os he llamado amigos”– se expande naturalmente para incluir a más y más personas.
Mary Rivero, describe cómo se manifestó esto en la vida de Guadalupe, a quien conoció durante un retiro en una casa prestada por una amiga: “En ese lugar... oí hablar por primera vez del Opus Dei, y lo identifiqué completamente con Guadalupe. Para mí, el Opus Dei era tan alegre, optimista, boyante y atractivo como ella... No es que Guadalupe tuviera ningún don especial de persuasión, o que fuera una oradora extraordinaria. No había nada de eso. Lo que sucedía era que ella transmitía confianza y seguridad, y lo que decía con tanta sencillez tenía un impacto real.... Casi sin darme cuenta, me encontré hablando con ella en un tono de gran intimidad y sinceridad”.
Así como el apóstol Juan había escrito a los primeros cristianos: “Escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa”. Así, en la vida de Guadalupe, el compartir una profunda alegría cristiana –nacida de la convicción de que Dios es nuestro Padre–, era una parte central de ser amigo y apóstol.
Para mí, el Opus Dei era tan alegre, optimista, boyante y atractivo como ella...
Guadalupe es ejemplo de que, para los cristianos que intentan vivir plenamente su fe, se hace imposible distinguir entre ser un verdadero amigo y ser un apóstol. Entre la comunicación de la alegría y la comunicación de la fe.
Porque como dice el prelado del Opus Dei [1]: “La amistad es en sí misma un apostolado; la amistad es en sí misma un diálogo en el que damos y recibimos luz. En la amistad se forjan planes a medida que nos abrimos mutuamente nuevos horizontes. En la amistad nos alegramos de lo bueno y nos apoyamos en lo difícil; nos divertimos mutuamente, ya que Dios quiere que seamos felices”.
Artículo de John Wauck publicado originalmente en Aleteia
[1] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 14.