Circunstancias muy diferentes a las habituales
Llegar a un país como Afganistán es como entrar en la máquina del tiempo desde una isla; lo del tiempo es comprensible, porque es un país que vive en el siglo XV; y en una isla porque vives en una base occidental con tus costumbres, tu comida, tus compatriotas y en cambio al salir de la misma, te encuentras en un océano completamente distinto, de personas que son extrañas y ajenas a tu mundo.
Cuando sales de la Base te das cuenta de las necesidades de las personas que allí viven, cuya característica fundamental es que son profundamente religiosas, viven el Islam como si fuese no sólo lo más importante en su vida sino lo único.

Al llegar allí, mi mayor ilusión y esperanza como católico era aprovechar las posibilidades que me ofrecía esta misión: mantener el habitual trato con Dios, principalmente a través de las normas de piedad , y contribuir a acercar a Dios y a vivir mejor su vida cristiana a otros compañeros. Ante la petición del pater español, Javier Baena, de contar con colaboradores para las catequesis de Primera Comunión y Confirmación, me ofrecí encantado.
Gente de muchos países: oportunidad de ayudar y de aprender
Una vez que me asenté en la base, en mi trabajo y con mis compañeros, me di cuenta de las muchas personas que allí había: españoles, italianos, estadounidenses, lituanos, eslovenos, albaneses y búlgaros. Pero éramos muy pocos, tres o cuatro, los que asistíamos a misa los domingos, a pesar de existir dos capillas, una española y una italiana. Me planteé qué podía hacer yo para que otros compañeros que son católicos valoraran la asistencia a la misa dominical.
Entre los tres mil militares y civiles que estábamos en la base, había otras dos personas de la Obra: Antonio, español, y Alessandro, italiano, que nos impartía los medios de formación cristiana . Los domingos por la tarde teníamos un rato de agradable tertulia que nos permitía hablar de temas que nos eran comunes.

Desde un principio me di cuenta de que las personas allí destacadas tenían tantos problemas como otras en sus respectivos países, pero allí se acrecentaban. A mi compañero de habitación, Pedro, excelente persona del que acabé siendo buen amigo, que había recibido una educación cristiana en su familia, le expliqué el sentido de la Misa, recé bastante por él y empecé a invitarle a asistir a misa algún domingo. Acabó la misión yendo todos los domingos e incluso a diario. Mi mayor alegría fue cuando el cuatro de noviembre recibió el sacramento de la Confirmación. Vino el Vicario General Castrense de Defensa para administrar las confirmaciones.
Posibilidades que ofrece una estancia en Herat
Quince personas se prepararon y recibieron el sacramento de la Confirmación, y dos personas recibieron su Primera Comunión. Vi satisfecha mi colaboración y participación activa en las catequesis, cuando tres personas de los confirmados me pidieron que fuera su padrino.

El haber mencionado con naturalidad, al principio de la misión, que yo era miembro del Opus Dei , hizo que la gente me respetara, lo que es un gesto de su calidad humana. Siempre que había algún momento de ocio, limitado a tomar unas pizzas o jugar una partida de mus, decían, “oye, que hasta las ocho y media Gustavo no sale de misa”, eso me impresionaba.
Estar tanto tiempo lejos de la mujer y de la familia se hace costoso. Se me presentaron varias ocasiones de hablar de la grandeza de la fidelidad conyugal y de cómo ese esfuerzo valía la pena. Algunos de mis compañeros me lo agradecieron.
La amistad, posible con modos de pensar muy distintos
Fruto de la amistad y confianza que fui adquiriendo con bastantes compañeros de diversos países, algunos me preguntaron por aspectos de la doctrina cristiana que no entendían. Me llenaba de satisfacción ver que puedes ayudar a otras personas a encontrar el sentido cristiano de su vida. Otros querían aclarar la idea que tenían del Opus Dei.

No quiero acabar sin decir que la fuerza de Dios nuestro Señor y la intercesión de san Josemaría Escrivá me permitieron superar momentos en los que el estar a 6.500 kms. de casa, en tierra hostil, te pesan en tu cabeza y en tu corazón.