“Me apasiona ser sacerdote”

Un sacerdote de una isla –la octava de Canarias– que apenas llega a 1.000 habitantes. Actualmente es párroco en Arrecife (Lanzarote) donde atiende dos parroquias y procura llevar el Evangelio a todas partes con una sonrisa.

“Yo fui uno de esos que veía mal a los sacerdotes -cuenta Jimmy-, pero el padre Nicanor me enseñó que el perdón es muy importante en la vida: ¿si me perdona mi Dios por qué no puedo perdonar a los demás?”

Don Nicanor es sacerdote. Natural de La Graciosa -octava isla canaria-. Ordenado sacerdote en 2015, actualmente es párroco en Arrecife (capital de Lanzarote).

Tiene las puertas abiertas de su iglesia. La gente toca, llama y él oye, escucha, confiesa, reza, “estoy en su lista”, dice un parroquiano.

Esa lista cada día es más larga. Una madre que acude a él destrozada ante el cáncer de pulmón de su hijo, un hombre en paro con el que su cruza frecuentemente y que, por fin, un día se anima a dirigirse a él, “y así me ha acercado más a la Iglesia porque yo solo sabía de ella por la asignatura de religión, las bodas… y ahora la estoy conociendo más profundamente: el padre Nicanor tiene una vocación enorme y ayuda siempre a los más necesitados”.

Es joven, alegre, cercano, pendiente de “su gente”, de sus vecinos; pasea, camina, monta en bici, se para, habla, pregunta, no le importa la edad: jóvenes, mayores, enfermos… “Ser sacerdote en la vida cotidiana es una de las grandes enseñanzas de san Josemaría: santificarse en la vida presente, en la vida ordinaria y buscar en los acontecimientos diarios la novedad de Dios, aquí en el barrio, para ayudar en todo lo que pueda”.

Con frecuencia D. Nicanor se pone la “bata blanca” y visita a los enfermos del hospital Doctor José Molina Orosa (Arrecife). Atiende y visita a los enfermos, a todos, también a los de cuidados paliativos. Uno de los médicos, Agustín, le tiene un especial cariño: “nos une una amistad porque nos conocemos hace muchísimo tiempo. Yo fui médico de La Graciosa, antes de probablemente de que él naciera, y más o menos tiene la edad de mis hijos”. Don Nicanor imparte los sacramentos, también el de la Unción de enfermos. Dice que “para Dios no hay nada perdido”.

Nadie. Eso lo sabe por experiencia propia Jimmy, que afirma convencido que “cada vez que me he apartado de Dios siempre me me ha ido mal en la vida, siempre, y cada vez que estoy cerca de Él nunca me abandonado; yo lo puedo abandonar, pero Dios nunca abandona y el padre Nicanor tampoco”.

A don Nicanor le apasiona ser sacerdote, ser párroco. Explica que lo que acerca o aleja a la gente es la humanidad. Quiere ser sacerdote las 24 horas del día, y a eso le ayuda la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz: a vivir con más plenitud su vocación.

Por todo esto, está convencido que la vocación al sacerdocio es una vocación enorme: “así quisiera vivir y morir, como párroco de los barrios más insignificantes”.