Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Os escribo estas líneas para compartir con vosotros la alegría porque la Iglesia y el mundo tienen un nuevo vicario de Cristo: el papa León XIV. Desde el momento en que fue anunciado su nombre en el balcón de la Basílica de San Pedro, hemos ofrecido nuestra oración por él y por la inmensa misión que tiene por delante.
En momentos como este, la fe de la Iglesia reluce con particular esplendor en la unidad de corazones y de oración por el padre común y por todos los hermanos. Hoy de una manera especial nos interpela ese consejo que san Josemaría plasmó en Forja: “Ama, venera, reza, mortifícate —cada día con más cariño— por el Romano Pontífice, piedra basilar de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella labor de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro” (n. 134).
Resuenan en nosotros las palabras que nos acaba de dirigir antes de dar la bendición: “Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede, el mundo necesita su luz. La humanidad le necesita como el puente para ser alcanzados por Dios y su amor”. Como nos ha pedido el Papa, oramos juntos “por esta nueva misión, por toda la Iglesia y por la paz en el mundo”.
Por providencia de Dios, hemos vivido el duelo por el santo padre Francisco más cerca de todas y de todos, con la presencia de personas de tantos países que vinieron para participar en el congreso general, recientemente celebrado.
Procuraremos orientar el camino empezado en las asambleas regionales, a partir del horizonte que el Espíritu Santo nos abra a través del ministerio del papa León XIV, servir a la Iglesia, a la sociedad y a cada persona, para acercarles el calor del Evangelio en un mundo atravesado —tantas veces— por la frialdad de la indiferencia, la dureza de la violencia y la pobreza, y el flagelo de la soledad.
Acompañemos con nuestro cariño y oraciones al nuevo Romano Pontífice, siguiendo el ejemplo de nuestro fundador, que quiso grabar estas entrañables palabras en Villa Tevere, la sede central de la Obra: “¡Oh, cómo brillas, Roma! Cómo resplandeces desde aquí, con un panorama espléndido, con tantos monumentos maravillosos de antigüedad. Pero tu joya más noble y más pura es el Vicario de Cristo, del que te glorías como ciudad única”.
En este día de las fiestas de la Virgen de Pompeya y de Nuestra Señora de Luján, vayamos todos con Pedro a Jesús por María —especialmente en las romerías que hagáis con vuestros amigos y amigas durante el mes de mayo— para que llene de bendiciones al Papa y a toda la Iglesia.
Con todo cariño os bendice,
vuestro Padre

Roma, 8 de mayo de 2025