Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
El próximo día 29 se celebra la memoria litúrgica de la Pasión de san Juan Bautista. Entre las consideraciones que su figura y su vida nos pueden sugerir, podemos fijarnos especialmente en su valiente y heroico testimonio de la verdad, que le llevó al martirio. Me vienen al recuerdo aquellas palabras de san Josemaría: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte» (Camino, n. 34). Sin llegar al extremo del martirio, el amor a la verdad puede acarrear, en algunas circunstancias, inconvenientes de diversa naturaleza y, en ocasiones, muy notables.
A la vez, el amor a la verdad sobre la realidad del mundo y de uno mismo nos hace libres (cfr. Jn 8,32); y, radicalmente, nos libera la Verdad que es Cristo (cfr. Jn 14,6). Sin libertad no podríamos amar, y sin amor nada valdría la pena.
Siempre, pero sobre todo ante situaciones difíciles que podrían llevar al desaliento, procuremos conocer y reconocer la verdad sobre nuestra vida personal. Para esto, como nos recomendaba nuestro Padre, seamos sinceros ante Dios, ante nosotros mismos y ante quienes nos pueden ayudar en nuestra vida espiritual.
Este amor a la verdad, esta sinceridad, está unido a la humildad, que es «la virtud que nos ayuda a conocer, simultáneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza» (Amigos de Dios, n. 94). Cuando nuestra miseria se nos haga más presente, procuremos considerar también nuestra grandeza: la de ser, en Cristo, hijos de Dios. Entonces será también la humildad –verdad– la que nos lleve a recordar que «si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm 8,31).
Sigamos encomendando al Señor la revisión de los estatutos de la Obra por parte de la Santa Sede, uniendo nuestra oración a la petición filial por el Papa y por todas sus intenciones, especialmente—como ha pedido en la audiencia de la semana pasada— “para que los pueblos encuentren el camino de la paz”.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre

Roma, 26 de agosto de 2025