Fe y ciencia: mi vocación cristiana en la Biología

Bianca es una joven universitaria apasionada por la biología marina. Desde niña, su interés por la naturaleza y su deseo de vivir cerca de Dios le han llevado a descubrir, a través del estudio y las salidas de campo, cómo la ciencia y la fe pueden complementarse.

Me llamo Bianca, tengo 20 años y soy de San Pedro Sula, Honduras. Soy la menor de cuatro hermanos y la única mujer en la familia. Desde niña, siempre sentí curiosidad por algunas de las actividades que hacían mis hermanos: acampaban, hacían rafting y exploraban la naturaleza. Yo los veía con admiración y buscaba acompañarlos en cada aventura.

Uno de mis hermanos, Aldo, tenía un gran interés por los animales. Juntos empezamos a ver los videos de Coyote Peterson, un explorador que busca educar y promover el respeto hacia los animales. Gracias a expertos como él, descubrí mi propio interés por la biología y comencé a soñar con transformar el mundo a través del conocimiento científico. No tenía del todo claro cómo lograrlo, pero desde muy pequeña pensaba que podría estudiar algo relacionado, y viajar a lugares como el Amazonas, escenario que imaginaba lleno de vida y cosas que explorar.

Durante la exploración de los arrecifes

Antes de graduarme del colegio, participé en una expedición a Cayos Cochinos, un conjunto de islas al norte de Honduras. Durante aquella experiencia pasamos varias noches en la playa observando tortugas marinas, y como ya contaba con licencia de buceo, pude colaborar en una jornada de limpieza de corales. Fue allí donde conocí a una bióloga que me habló por primera vez sobre la Enfermedad de Pérdida de Tejido de Coral Duro (SCTLD, por sus siglas en inglés). Conocer esta realidad me impactó mucho: me alarmó ver la fragilidad de los ecosistemas marinos, pero también me apasionó la posibilidad de contribuir a su conservación. Desde entonces supe que quería profundizar en el estudio de los corales.

Conocer esta realidad me impactó mucho: me alarmó ver la fragilidad de los ecosistemas marinos, pero también me apasionó la posibilidad de contribuir a su conservación.

Buscando un lugar donde estudiar la carrera universitaria, me recomendaron una universidad en Guatemala, y decidí emprender esta nueva etapa allí. Al principio, me costó adaptarme al ritmo académico, en parte porque acabábamos de vivir la pandemia, y eso afectó mis estudios en los últimos meses del colegio. También me supuso un reto convivir con personas de distintas costumbres y creencias, pero con el tiempo aprendí a valorar estas diferencias.

He tenido el privilegio de vivir en la Residencia Verapaz, un lugar donde he recibido formación humana y espiritual que valoro mucho. Ya en Honduras había asistido desde pequeña a un centro de la Obra, y en esta nueva etapa vi la necesidad de seguir formándome.

Durante este año he cursado materias que, de alguna manera, han puesto a prueba mis convicciones personales. A veces, algunos temas científicos me hacen cuestionar mi fe, y las conversaciones con mis compañeros me han hecho reflexionar mucho. Al principio, estas situaciones me resultaban incómodas, pero gracias a la formación que he recibido, he aprendido a dialogar con respeto y con más profundidad, compartiendo argumentos que creo que pueden ayudar a otros. La formación me ha ayudado no solo a mantenerme firme en mis creencias, sino también a entenderlas mejor y a explicar con claridad a mis compañeros de clase por qué las sostengo.

Comprender la importancia de mi trato personal con Dios me ha impulsado a defender mi fe incluso en entornos exigentes, como las salidas de campo. Durante estas experiencias, que suelen desarrollarse en lugares remotos, he aprendido a encontrar momentos para rezar y para asistir a Misa, principalmente los domingos. No siempre es fácil hacer compatibles estas prácticas con las actividades programadas, pero poco a poco he ido aprendiendo a darles el lugar que merecen.

A veces, algunos temas científicos me hacen cuestionar mi fe, y las conversaciones con mis compañeros me han hecho reflexionar mucho.

Durante las expediciones hacemos investigaciones importantes, como la toma de datos sobre la salud de los arrecifes. La más reciente fue en septiembre de este año, en la Bahía de Amatique, Guatemala, donde tuve la oportunidad de redescubrir una colonia grande de corales, que además pude dibujar. Fue una experiencia que me encantó, no solo por lo aprendido, sino también por la compañía: trabajé junto con biólogos marinos profesionales, siendo yo la única estudiante del grupo.

Después de todas estas experiencias y pensando en mi futuro, me gustaría seguir investigando sobre biología marina, especialmente sobre las interacciones microbianas en los corales. Me encantaría poder aportar al esfuerzo de conservar los arrecifes. Mi mayor sueño es crear un laboratorio o centro de investigación en Honduras, dedicado a entender mejor las enfermedades de los corales y a buscar soluciones para proteger estos ecosistemas tan importantes.