El doctor Ernesto Cofiño es mi médico de cabecera

Patty es madre de familia guatemalteca, y cuenta sobre su devoción al Dr. Ernesto Cofiño, quien en más de una ocasión le ha hecho grandes favores.

Me llamo Patty, tengo 57 años, soy madre de tres hijos y actualmente soy ama de casa. Durante 30 años trabajé en Junkabal, un centro de formación femenina que fue impulsado por el doctor Ernesto Cofiño y su amigo Samuel Camhi, quien donó el terreno donde se construyó. Desde siempre escuché hablar del doctor Cofiño en Junkabal, especialmente sobre su proceso de beatificación, pero la verdad no le ponía mucha atención… hasta que me tocó vivirlo en carne propia.

Mi hija: un gran favor en Navidad

En el año 2007, mi hija tenía 15 años cuando comenzó a sufrir unos dolores de cabeza muy fuertes. Luego vinieron las convulsiones. La llevamos de emergencia al hospital y el diagnóstico fue devastador: tenía una hemorragia cerebral causada por un hemangioma cavernoso en el parietal derecho. Los médicos dijeron que era necesario operarla de inmediato, una cirugía muy delicada. En un hospital privado era demasiado cara y solo un hospital público tenía la capacidad para hacerlo.

Buscando más respuestas, le hicimos otra resonancia y la llevamos a un médico privado. Cuando vio las imágenes, nos dijo algo que nos dejó sin palabras: "Ella ya está operada." Y preguntó: "¿Cuándo fue esto?" Le contamos que todo ocurrió el 24 de diciembre. Él insistía en que, según la resonancia, ya había pasado por una cirugía, pero eso nunca ocurrió.

Desde diciembre hasta febrero, hicimos muchas novenas al doctor Cofiño pidiendo que todo saliera bien. Y no solo salió bien, sino que no hizo falta operarla. Él se adelantó. En 2022, cinco años después, el neurocirujano pidió una resonancia de seguimiento. El técnico que la atendió, al ver las imágenes, le preguntó: "¿A usted por qué le están haciendo una resonancia? Aquí no hay señales de que le haya pasado nada." Fue como si nada hubiera sucedido.

Mi propia lucha

En 2017, yo empecé a tener muchas crisis de asma. Fui a ver a mi compadre, que es médico, y me dijo: "Esto no es solo asma. Algo anda mal." Me mandó a hacer una radiografía, y ahí se vio que había perdido completamente un pulmón. Me diagnosticaron EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). Me dijeron que era irreversible y que, si me cuidaba, podría tener cinco o diez años de vida.

Me puse en manos de Dios. Pero una amiga muy querida se negó a aceptar ese destino. Comenzó a rezarle al doctor Cofiño y animó a mucha gente a hacer lo mismo. Mientras tanto, mi salud seguía empeorando. Ya no podía ni caminar, la gente me decía que estaba azul de tanto que me costaba respirar.

Pero algo cambió. Poco a poco empecé a sentirme mejor. Me animé a ir con un neumólogo para que me ayudara a iniciar el tratamiento. Llevé la radiografía y, cuando el médico la vio, me dijo: "¿Por qué me trae una radiografía de unos pulmones sanos?" Yo pensé que era un error de la máquina.

Volví donde mi compadre con la radiografía, la revisó y me preguntó si me había hecho otra. Le dije que no, que era la misma. Me miró y dijo: "¿Y cómo es que tus pulmones están bien?" Y aunque él no es creyente, me dijo: "Esto es un milagro."

Un propósito más grande

Hoy sigo aquí. Ya pasaron esos cinco años en los que se suponía que yo no estaría. Y justo cuando se cumplían, mi mamá sufrió un derrame cerebral. Si yo no hubiera estado viva y bien, no la habría podido cuidar. Ahora entiendo que todo tenía un propósito.

Estoy profundamente agradecida al doctor Cofiño. Para mí, es mi médico de cabecera. Cada vez que me duele algo, no dudo en hablarle con confianza, porque sé que intercede por nosotros.

Este es mi testimonio, y lo comparto con el corazón lleno de gratitud.