23 de marzo: el beato Álvaro, vivir al servicio de la paz

El beato Álvaro del Portillo falleció el 23 de marzo de 1994. Este vídeo resume en tres minutos algunas de sus enseñanzas más necesarias hoy: cómo cultivar la alegría, fomentar la paz, la amistad con Dios.

Un hombre de fe en tiempos de división

En una época de divisiones y conflictos, Álvaro del Portillo se destacó por su mensaje de paz y unidad. Su vida estuvo marcada por una profunda fe y un compromiso inquebrantable con Dios y con los demás.

"Debes disculpar, debes ayudar", solía decir. "Si comprendes a todos, verás cómo los demás te comprenden a ti también". Estas palabras reflejaban su actitud ante la vida: siempre dispuesto a perdonar, a servir y a tender puentes entre las personas.

El secreto de la felicidad: la amistad con Dios

Para el beato Álvaro del Portillo, la clave de una vida plena era la cercanía con Dios. "El secreto es que procures ser amigo de Dios, que procures luchar para estar cerca de Él. Y eso produce una alegría inmensa, la alegría de tener el alma en paz con Dios". Su fe le daba serenidad y lo impulsaba a compartir ese mensaje con los demás.

Creía firmemente que hablar de Dios no era solo tarea de sacerdotes o religiosos, sino de todos los cristianos. "Nuestro trabajo profesional, nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones familiares… todo eso podemos convertirlo en oración ante Dios". En cada aspecto de la vida veía una oportunidad para estar más cerca del Señor.

Lealtad y fidelidad a la Iglesia

Otro de los pilares de su vida era la fidelidad a la Iglesia y a su misión. "Debemos ser leales con Dios, leales con la Iglesia, leales con el Papa". Esta lealtad no era solo una declaración, sino algo que vivió con coherencia hasta el final de sus días.

La enfermedad, lejos de ser un obstáculo, era para él un medio para acercarse aún más a Dios. "La enfermedad nos acerca a Dios y es un tesoro, un tesoro muy grande. Ante Dios, incluso el sufrimiento tiene un valor inmenso y puede mover el corazón divino".

Un testigo fiel en tiempos difíciles

Durante 40 años, el beato Álvaro estuvo al lado de san Josemaría, fundador del Opus Dei, a quien sirvió como confesor desde el día siguiente a su ordenación sacerdotal hasta la muerte de Escrivá.

A lo largo de su vida, enfrentó incomprensiones y críticas. "Dios nuestro Señor ha permitido mucha calumnia, mucha incomprensión, como siempre que hay algo nuevo en la Iglesia". Sabía que seguir a Cristo significaba cargar con la cruz y no temió hacerlo.

"Hay mucha gente que solo piensa en su comodidad y bienestar, sin importarles los demás. Pero eso no es cristiano". Su llamado era claro: vivir con generosidad y entrega, sin egoísmos.

Persecución y testimonio de fe

Su compromiso con la fe le costó la persecución. "Me metieron en la cárcel solo por ser de una familia católica. En más de una ocasión, me apuntaron con una pistola en la sien". Sin embargo, nunca perdió la esperanza ni renegó de su fe.

"Estaría dispuesto a dar mi vida para evitar la violencia contra la fe de cualquiera de vosotros". Su valentía y amor por la Iglesia lo convirtieron en un testigo fiel de Cristo, incluso en las situaciones más adversas.

Un legado de fe y milagros

Mons. Álvaro del Portillo falleció a causa de un problema en el corazón. Sin embargo, su intercesión sigue viva en quienes lo recuerdan con gratitud. Un testimonio destacado es el de José Ignacio, quien se recuperó milagrosamente de un paro cardíaco, atribuyendo su curación a la intercesión de don Álvaro.

Para muchas familias, su legado es parte de su día a día. "En nuestra casa, don Álvaro forma parte de nuestra vida. De hecho, por eso nuestro hijo menor se llama Álvaro, en agradecimiento a él".

Su mensaje sigue vigente: "Muy grande es la misión y muy alta es la meta a la que el Señor nos llama: identificarnos con Cristo para el bien y la felicidad de nuestros hermanos los hombres".