Un don divino a los hombres

Texto de mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, que se encuentra en "Itinerarios de vida cristiana", libro en el que se recogen algunas consideraciones del ser y del quehacer cristianos.

Después de haber formado Él mismo a nuestros primeros padres, el Señor hizo partícipes de ese poder a Adán y Eva. El libro del Génesis lo explica con términos muy eficaces: “Dios los bendijo y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla’”.

Juan Pablo II comenta: “Al misterio de su creación (a imagen de Dios lo creó), corresponde la perspectiva de la procreación (sed fecundos y multiplicados, y llenad la tierra), de aquel devenir en el mundo y en el tiempo, de aquel fieri que está necesariamente ligado a la situación metafísica de la creación: del ser contingente”. Conceder la facultad de la procreación supuso un gran acto de confianza por parte de la sabiduría divina; confianza expuesta a la fragilidad moral y a la malicia que a continuación ha exhibido el hombre a lo largo de la historia.

Adán era un ser inteligente y responsable, generoso, capaz de donarse sin reservas y, al mismo tiempo, expuesto a innumerables tentaciones. La peor de todas: esa secreta aspiración de rivalizar e incluso de suplantar a su Creador. ¿Cómo no pensar, al recordar ahora la tentación de la serpiente, en algunas recientes conquistas de la presunción de los hombres? Me refiero, concretamente, a la fabricación in vitro de embriones humanos, su congelación y almacenamiento, y a su previsible uso como material de experimentación. Pero de manera especial, pienso ahora en la locura de intentar clonar un ser humano.

Dios ha concebido al hombre un gran poder, pero ha deseado también que la generación participe de la misma lógica que puso en marcha la creación del cosmos y del hombre, es decir, el amor, la voluntad de perseguir el bien del otro, el deseo de entregar y hacer a otros partícipes del bien que se posee; en una palabra, el don de sí.

Como explica san Josemaría Escrivá de Balaguer, “el matrimonio es un sacramento que hace de dos cuerpos una sola carne (...). El Señor santifica y bendice el amor del marido hacia la mujer y el de la mujer hacia el marido: ha dispuesto no sólo la fusión de sus almas, sino la de sus cuerpos. Ningún cristiano, esté o no llamado a la vida matrimonial, puede desestimarla”.

(Del libro "Itinerarios de vida cristiana", Editorial Planeta, 2001)