La casa en la que Nuestra Señora habría recibido el anuncio del ángel, ha sido objeto de especial devoción durante siglos. Dos ciudades parecían disputarse el privilegio de conservar aquel lugar santo: Nazaret, en Palestina, y una localidad situada junto a las costas italianas del mar Adriático llamada Loreto, a casi treinta kilómetros de la ciudad de Ancona.
La concienzuda labor de arqueólogos e historiadores ha contribuido -con resultados especialmente interesantes en los últimos años- a resolver el aparente enigma, confrontando los hallazgos de las excavaciones y estudiando las fuentes documentales: las dos tradiciones son perfectamente conciliables. Se trataría, pues, de dos partes de una misma casa: la más interna, con aspecto de gruta, continúa venerándose en la Basílica de la Anunciación de Nazaret; la otra, de mampostería, habría estado adosada a la gruta y es la que se encuentra en Loreto.
Hasta finales del siglo XIII, los peregrinos de la antigüedad y de la Edad Media conocieron la Casa de María en Nazaret, sobre la que se construyó primero una iglesia bizantina y después una basílica de los cruzados. En pleno declinar del reino cristiano de Palestina, se produjo en 1263 la devastadora invasión del sultán Bajbars que asoló Galilea y destruyó casi completamente la Basílica de la Anunciación de Nazaret. Pocos años después, en 1291, los últimos cruzados debieron abandonar para siempre la Tierra Santa al perderse la ciudad de Acre. En esta fecha sitúa la tradición lauretana la traslación de la Santa Casa. Antes de llegar al territorio de Ancona habría permanecido por un breve periodo en Tersatto (Dalmacia).
Loreto ha sido y continúa siendo una meta de peregrinación para multitudes. Como en tantos otros santuarios marianos, Nuestra Señora ha concedido favores a quienes, sin otro recurso posible en la tierra, han confiado sus necesidades a la protección de la Reina del Cielo.
«En Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora»
San Josemaría estuvo en Loreto por primera vez los días 3 y 4 de enero de 1948. Pero se consideraba especialmente en deuda con la Virgen de Loreto por una gravísima necesidad que puso bajo el manto de la Virgen tres años después, el 15 de agosto de 1951.
Eran momentos en los que duras contradicciones se abatían sobre el Opus Dei y sobre la persona del Fundador. “He sufrido mucho esos años”, escribió en 1961, “no os lo puedo ocultar, pero también debo deciros que -sin milagrerías de ninguna clase- el Señor me confortaba y me daba nueva fuerza cada día, para defender el camino, para seguir sus designios”. (...) “No sabiendo a quién dirigirme aquí en la tierra”, continuaba escribiendo san Josemaría, “me dirigí, como siempre, al cielo. El 15 de agosto de 1951, después de un viaje -¿por qué no decirlo?- penitente, hice en Loreto la consagración de la Obra al Corazón Dulcísimo de María”.
Llegaron el día 14 de agosto por la tarde a Loreto. Aparcaron el coche y bajó rápidamente para rezar unos momentos ante la imagen de Nuestra Madre. La Basílica estaba llena de gente. Saludó a la Virgen y, quince o veinte minutos más tarde, regresaba sonriente al coche.
Al día siguiente, bien temprano, regresó a Loreto “para celebrar Misa, y, sin fórmula, pero con palabras encendidas y llenas de fe, hacer esa consagración. En la Misa, la hizo con el corazón; y después de la Misa, hablando en voz baja a los que estábamos a su lado, renovó esa consagración que acababa de realizar, en nombre de toda la Obra”.
San Josemaría había salido de Roma con un gran sufrimiento en su corazón. Al regresar de Loreto parecía transformado. Había dejado ese gran peso que le abrumaba a los pies de Nuestra Madre, seguro de que Ella le escucharía.
Un mes después escribía a los fieles del Opus Dei: “La Virgen Santísima hizo que no me faltase, en esas horas duras, la fortaleza necesaria para defender nuestra vocación: Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro”.
Viajó también a Loreto en otras ocasiones para manifestar su amor a la Virgen: el 7 de noviembre de 1953, el 12 de mayo de 1955, el 8 de mayo de 1969; la última fue el 22 de abril de 1971, cuando rogó especialmente por la Iglesia, que atravesaba momentos muy difíciles.
El Ángelus recuerda el momento de la Encarnación del Hijo de Dios.
℣. El ángel del Señor anunció a María.
℟. y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. (Avemaría)
℣. He aquí la esclava del Señor.
℟. Hágase en mí según tu Palabra. (Avemaría)
℣. Y el Verbo se hizo Carne.
℟. Y habitó entre nosotros. (Avemaría)
℣. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Oremos: Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que, los que hemos conocido, por el anuncio del Ángel, la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, lleguemos por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la Resurrección. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Desde este enlace puedes visitar el interior de la santa casa, todos los días de 9.00 h a 18.00 h que está abierto el santuario.
Todos los días a las 21.00 h se reza el Rosario para pedir por el fin de la pandemia.