La necesidad de la filosofía

La ausencia de una reflexión filosófica, conocedora del largo camino de la humanidad a la busca del saber y confiada en el valor de verdad del conocimiento, hace de nuestra cultura una cultura de riesgo. Recogemos un diálogo entre dos filósofas de la Universidad de Navarra.

Recogemos por su interés un resumen de un diálogo socrático sostenido en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra, acerca de la centralidad de este saber.

Prof. Ana Marta González. El hecho de que la filosofía, tal como ha sido cultivada en occidente durante al menos veintiocho siglos, no sepa o no pueda encajar en los moldes de la actual cultura de la imagen, ¿no es un signo de que ha llegado a su fin? ¿Sigue habiendo lugar para la filosofía en las sociedades avanzadas del siglo XXI, en las que la ciencia, la técnica, los medios de comunicación parecen dominar por completo el panorama cultural?

Prof. Lourdes Flamarique. Del final de la filosofía llevamos hablando ya prácticamente un siglo. Pero ya se ve que no es nada fácil desprenderse de un hábito tan arraigado como es el de pensar sin urgencia ni utilidad inmediata sobre ese núcleo de preguntas que soportan toda forma de cultura

Por otro lado, el declive del pensar filosófico frente al auge del pensamiento científico-técnico, parecería apoyar esa opinión de que la filosofía es cosa del pasado.

AMG. Aunque sin duda los adelantos científicos y técnicos de los últimos siglos, así como el logro de cierta estabilidad institucional, han contribuido de manera decisiva al bienestar de innumerables personas, precisamente nuestras sociedades occidentales, supuestamente tan desarrolladas, presentan síntomas preocupantes. Podríamos hablar de la violencia,

LF. … que estalla precisamente en ambientes supuestamente “felices”.

La centralidad de la filosofía, con sus grandes interrogantes: ¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? en la conformación de la cultura y mentalidad de una sociedad contribuiría a situar en su justa medida el alcance de los bienes materiales, de las posibilidades de desarrollo personal que se nos ofrecen, y a enfrentar con éxito todo aquello que irrumpe en nuestra vida a veces como algo incomprensible, inaceptable.

AMG. El recurso a la violencia como protesta o incluso como actividad política es quizás un síntoma característico de una sociedad que ha renunciado al ejercicio del pensamiento, que desconfía del discurso sobre la justicia y la paz social.

LF. Sin duda, en muchos aspectos las sociedades actuales civilizadas aseguran una gran cantidad de bienes imprescindibles para la vida humana: un ejemplo claro lo encontramos en la esfera de la libertad de acción, de pensamiento, ahí no hay término de comparación con otras épocas. Pero precisamente lo que advertimos una y otra vez es que la felicidad depende de cada uno, de la propia libertad, de cómo afronte las situaciones de la vida en mayor medida que de las condiciones externas…

AMG. En esto la filosofía puede servir: no tanto porque ella traiga la felicidad, sino porque ayuda a descubrir los espejismos de la felicidad. De todos modos me parecería mezquino reducir la filosofía solamente a esto: ponerla simplemente al servicio de fines humanos. Recuerdo un pasaje de la Ética a Nicómaco, donde Aristóteles dice que la ética –que para él se enmarca en el contexto de una reflexión sobre la felicidad- sería lo más importante sólo si el hombre fuera lo más importante… me parece que la experiencia filosófica –y esto no es privativo de ella- es, por el contrario, la experiencia de una subordinación, uno se subordina a la verdad.

LF. Pero, si no podemos reducir la filosofía al servicio de las necesidades humanas, que es la utilidad que justificaría para algunos su supervivencia ¿cómo entenderla todavía hoy? Por otra parte, ¿no resulta paradójico que justamente en la sociedad del conocimiento la filosofía parezca desplazada, fuera de lugar?

AMG. Aristóteles se refería a la metafísica como la única ciencia libre. Desde un punto de vista cronológico, la filosofía aparece cuando se han asentado los saberes más prácticos, más útiles, cuando hay ocio. No tanto que el ocio cause la filosofía, sino que constituye la ocasión para un despliegue más enérgico del conocimiento por sí mismo, y con ella se abre la filosofía.

LF. En efecto: se abre la experiencia del conocimiento, saber que se sabe. Los griegos eran plenamente conscientes de que la filosofía era otra cosa que las matemáticas, por ejemplo. Conmueve leer los diálogos platónicos, cuando al hilo de los problemas sobre la justicia, o la belleza o la educación y el valor de la poesía, Platón trata de diferenciar tipos de conocimiento, niveles de discurso, formas de la verdad frente a lo verosímil; se desarrolla todo un instrumental teórico cuyo único fin es conocer mejor para la vida digna.

AMG. A veces se oye que la ciencia se ha desarrollado en Europa y no en Asia –a pesar de que en muchos aspectos técnicos la cultura asiática estaba mucho más avanzada- precisamente porque en Europa se cultivó durante siglos un saber desinteresado y abstracto, como la filosofía. En cambio, ahora da la impresión de que estamos viviendo un momento de clausuración… es como si se nos hubiera ido achicando el horizonte, cada vez comprendemos menos… Evidentemente esto no quita nada a lo mucho que debemos al progreso científico y técnico, que indudablemente han multiplicado extraordinariamente nuestras posibilidades vitales... Basta abrir internet: mañana si quieres puedes volar a Londres por 20 Euros. Sin embargo, la cuestión filosófica persiste: ¿qué hacer con tantas posibilidades…? Muchas posibilidades pueden ser también una fuente de angustia… una experiencia de pérdida de libertad.

LF. En la medida en que la racionalidad científico-técnica, muy válida en su ámbito propio, es, sin embargo, limitada, no puede sorprendernos que las respuestas que ofrece para las cuestiones verdaderamente importantes de la vida sean tan insuficientes.   Sin horizonte, andamos perdidos.

Las dos profesoras de la Universidad de Navarra.

AMG. Alguno diría: bien, pero ante esos vacíos que deja la ciencia ya contamos con la religión: ¿acaso no es la fe la que puede proporcionarnos esa orientación última? De ser cierto esto significaría, una vez más, que la filosofía resulta superflua, más aún cuando incluso algunos filósofos no tienen reparos en hablar del fin de la filosofía... .

LF. Lo que planteas es si no podría defenderse que la fe sustituya a la filosofía en la configuración de la existencia individual y social...

AMG. La filosofía facilita aquella conversación interior, en la que uno toma conciencia de su propia vida, de las ideas que la animan, de cómo éstas se encuentran en concordancia o en contraste con la fe... sólo así puede la fe puede convertirse en un fermento de toda la vida... por eso pienso que sin un ejercicio enérgico de la razón, es difícil que se dé una experiencia madura de la fe LF. Pero no es sólo la fe, también la filosofía está urgida a purificarse en su encuentro con la fe. Quizás debamos empezar por revisar qué entendemos y reconocemos cuando hablamos de razón, de lo racional.

AMG. Aunque suene algo fuerte, vivimos de una razón raquítica. A veces he dicho que necesitamos una razón fuerte, pero que sea a la vez una razón flexible, que no desdibuje los contornos de las cosas, los perfiles humanos de los problemas.

LF. Eso es tanto como decir que necesitamos una razón filosófica. Parece que hubiéramos perdido la capacidad de conectar racionalmente con lo humano, más aún que ya no dispusiéramos de una racionalidad propiamente humana, en la que todos podamos coincidir, sin parapetarnos detrás de razones presuntamente científicas, que a menudo están puestas al servicio de intereses particulares. Dicen: yo hablo como economista, yo hablo como científico…. ¿no puedes hablar como ser humano, responsable y comprometido con la suerte de todos? En este sentido, me parece que contra la tendencia investigadora dominante en las últimas décadas que promete el avance en el conocimiento mediante la parcelación y división milimétrica de los objetos de estudio, es urgente defender todavía la vieja aspiración a la síntesis de los saberes. Pues, cuanto más especializados son los conocimientos, menos aporte cognoscitivo ofrecen; y resulta casi imposible que los científicos de distintas áreas se entiendan entre sí, que aprendan de los logros ajenos. Pienso que la ausencia de una reflexión filosófica, conocedora de largo camino de la humanidad a la busca del saber y confiada en el valor de verdad del conocimiento, hace de nuestra cultura una cultura de riesgo.

En una entrevista en 2004, el actual Papa Benedicto XVI afirmaba: “lo importante en una Universidad no es que asegure la preparación para una cierta profesión. Una Universidad es algo más que una escuela profesional, en la que aprendo física, sociología, química, pedagogía.... Es muy importante una buena formación profesional, pero si fuera sólo esto la universidad no sería más que un techo de escuelas profesionales diferentes. Una Universidad tiene que tener como fundamento la construcción de una interpretación válida de la existencia humana”. Creo que no hace falta añadir comentarios.