Un encuentro casual en la puerta de una iglesia

Después de vivir en varios países, un periodo en la cárcel, borracheras y un noviazgo fallido, Alexander tocó fondo. Así comienza la historia de un polaco... en Sevilla.

Me llamo Rafa y soy farmacéutico. Conocí a Alexander a la salida de misa del convento de Carmelitas Descalzas que hay enfrente de mi farmacia. Cuando tengo que empezar pronto la jornada, la misa de 8:30 me viene bien y unos días me fijé que al final de la iglesia había un joven rubio, con aspecto extranjero, rezando con mucha concentración y cuyo rostro reflejaba preocupación. Después de varios días viéndole allí, pensé: «al acabar la santa misa, le preguntaré si necesita algo y si puedo ayudarle de alguna manera». Cuando acabó la misa, le esperé a la salida y le dije:

—Mira, soy el farmacéutico de la farmacia que tienes enfrente, si quieres te invito a tomar un café.

Efectivamente aceptó y me explicó que estaba en una situación muy dolorosa y aflictiva porque era polaco, había venido a España con su novia, pero habían terminado la relación, acababa de perder el trabajo, y no sabía qué hacer. Entonces le pregunté:

—¿Y para qué has venido a la iglesia?

Y me dijo:

—Porque mis padres cuando lo pasan mal o tienen problemas van a rezar a Dios a la iglesia.

Y se me ocurrió decirle:

—Mira, yo cada nueve días tengo guardia en esta farmacia, y si quieres puedes venir y te dedico una hora ese día para explicarte quién es Dios, el Catecismo, etc., y poco a poco irás aprendiendo a tratarle, a confiar en Él.

Y efectivamente, dicho y hecho, empezamos una catequesis y yo le iba explicando, él me iba preguntando y eso se prolongó durante ocho o nueve años. Le expliqué que yo soy de la Obra, así que empezó a asistir por el colegio Altair –una obra corporativa del Opus Dei en El Cerro del Águila, en Sevilla– a algún medio de formación. Y me contó su historia, llena de cosas de las que estaba arrepentido, que incluso le habían llevado a prisión:

—Estuve dos años y medio, más o menos, en la cárcel. Después de ese tiempo salí y estaba completamente perdido porque no sabía qué hacer con mi vida. Sabía que quería cambiarla, que no quería volver a la vida anterior, pero no tenía ninguna alternativa. Me fui a Inglaterra, donde estuve trabajando en una fábrica de plástico. Luego cambié de trabajo y estuve trabajando como ayudante de cocinero en un restaurante español, donde conocí a mi novia. Después de un año de relación con ella, vinimos a España. En España, volví a las andadas de mi vida anterior: otra vez volví a emborracharme, perdí el rumbo de mi vida y otra vez, aquí en España, toqué fondo. Hasta tal punto de que, un día, cuando me miré en el espejo, la cara que vi me dio miedo, y era mi cara realmente: vi en mis ojos tristeza, soledad, depresión, un vacío total…

» Empecé a acudir a un convento de Carmelitas que abría muy temprano. Sentí que debía acudir allí, aunque no había ido a una iglesia desde hacía muchos años. De todas formas, allí, sin saber qué hacer, me sentía acogido por el Cristo crucificado que estaba encima del altar: sentía que me estaba mirando con misericordia, con cariño, con perdón. Y un día experimenté esa mirada de manera muy palpable porque me di cuenta de que Él era el único que en ese momento no me estaba juzgando, no estaba enfadado conmigo y que, a pesar de todos mis errores, de todo el daño que hice y que me hicieron los demás, me estaba acogiendo.

En esta etapa consiguió completar un grado de electricista, y surgió la oportunidad de trabajar en Valparaíso, una casa de convivencias donde se organizan actividades de formación de la Obra, como empleado de mantenimiento. Allí le sorprendió la delicadeza y el cuidado que se ponía en todo lo que hacía referencia a Dios. También aprovechaba para hablar con los sacerdotes del Opus Dei que atendían actividades de formación espiritual en Valparaíso. Alexander, fue poco a poco adquiriendo vida interior y trato con Dios y al cabo del tiempo, comenzó a pensar seriamente si Dios le llamaba al sacerdocio.

—Sin saber por qué me hizo pensar que el Señor quería hacer algo conmigo, de que me estaba llamando a algo más.

Lo cuenta así:

—Con el tiempo, gracias a tantas oraciones: oraciones de mi madre, oraciones de muchas hermanas contemplativas y amigos, decidí entrar al seminario, decidí dejar mi trabajo, arriesgar y seguir la voz del Señor que estaba sonando en mi corazón y en mi mente, y que me llamaba a algo más: me llamaba para que le siguiera.

Rafa le presentó a un sacerdote en Sevilla para que le facilitara una entrevista con los responsables del Seminario de la ciudad. Después de varias conversaciones y de entrevistas con distintas personas tomaron la decisión de que era mejor que fuera al seminario de su diócesis en Polonia; lo cuenta así Alexander:

—Entré al seminario en Polonia, terminé seis años de estudio y hace un año y medio fui ordenado por el obispo de la diócesis de Siedlce en Polonia.

Otro amigo que ayudó mucho a Alexander, Ernesto, que lo acogía en épocas como Navidad, Pascua, etc., junto con otras familias, para que sintiera el calor del cariño en esas fechas en que estaba tan lejos de los suyos, comenta:

—He visto en su historia cómo Dios llama a las personas y cada uno tiene vocaciones distintas. En el caso de Alexander he palpado la acción del Espíritu Santo muy claramente, en el sentido de que el cambio en su vida ha sido radical. Es decir, cómo una persona alejada de Dios, un día, frente a un crucifijo, siente una llamada que luego se confirma con la vocación al sacerdocio. Pero Dios, está clarísimo, tenía previsto para él un camino y él ha respondido positivamente a esa llamada. Todas las personas tenemos llamadas: unos al matrimonio, otros al estado religioso, otros a vivir en el medio del mundo o a ser sacerdote, y todas son llamadas que Dios hace a la gente y se trata de responder.

Y concluye Alexander:

—Bendito sea Dios por todas esas personas, por lo que pasó en mi vida, porque me siento realmente muy afortunado y muy agradecido por lo que Él hizo.