En el prólogo José Luis Cofiño explica: “este libro quiere ser, fundamentalmente, un canto de alabanza a las misericordias de Dios en nuestras vidas; y un acto de acción de gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a su Madre Santísima, la Virgen del Rosario, Patrona de Guatemala.”
Transcribimos la primera parte de la duodécima carta, que contiene una narración original del Dr. Cofiño:
“23 de junio de 2000
Queridos Jorge, Paola y Diego:
Pasaban los días y no sabía qué contarles sobre este periodo de la vida del abuelo –años 1972, 73 y 74–, hasta que, buscando entre sus papeles, he encontrado una larga carta que escribió justamente el 23 de junio de 1973. Por eso he querido fechar esta carta hoy, cuando se cumplen 27 años justos.
El abuelo tituló la carta «relato de un sábado», y se la transcribo tal cual.
Sábado 23 junio 1973
Lo que voy a relatar sucintamente sucedió en este sábado, día que siempre lo tengo más dedicado a tributarle a Nuestra Madre pruebas de tierno cariño filial.
En un lapso de tiempo de 8 horas me fue dable vivir una serie de situaciones que marcaron profundamente en mi alma, como saetas lanzadas con la fuerza, el amor y la comprensión del Espíritu Santo.
Las voy a relatar escuetamente para darles como salida de mi corazón, en donde están presionando.
A medio día teníamos un almuerzo en Altavista, nuestra Casa de Retiros –lugar encantador que parece liberarse de la tierra para acercarse al Cielo–. Estaban allí: don Antonio, Enrique, Julio, Víctor y Óscar. Como invitada una amiga muy querida, María, que ha hecho mucho por la Obra. Yo también estaba de comensal.
¿De qué se trataba? De un almuerzo cordial en el cual íbamos a encaminar los arreglos para unos terrenos en los cuales construir el colegio de varones: el Roble.
Era pues un almuerzo de trabajo y la finalidad clara: ese colegio, venero de vocaciones de hijos y padres, lugar de formación para una juventud a la que se trata de confundir y de pervertir.
Termino el almuerzo y con ello comienzo el sueñecito que siempre me acogota por la costumbre de dormir una siesta modesta pero imperiosa.
Al término del almuerzo y pasada la tertulia, todo me convidaba a una corta y deseada siesta. Pero resultó que había contraído un compromiso y, qué le vamos a hacer, había que cumplirlo.
Se trataba de reunirme en Junkabal –nuestra escuela de capacitación para la mujer– con un grupo de muchachas estudiantes de Medicina con las cuales nos proponíamos llevar a cabo un estudio médico de las alumnas de dicho plantel.
Actuaba de leader del grupo –eran cinco– una joven de 19 a 20 años, que refleja en su rostro lo que lleva en su corazón. Allí las encontré atareadas en los exámenes para lo cual les di alguna orientación.
Trabajamos unas dos horas y al terminar Beatriz, nuestra joven leader, logró poner en práctica su idea: llevar a sus compañeras a la meditación y Bendición que tendría lugar en Verapaz, Residencia de Estudiantes Universitarias, y allí pasé a dejarlas, en donde se reunieron con un grupo bastante numeroso de muchachas.
En Junkabal se encontraba la Directora trabajando con dos de sus asistentas, entre ellas Lidia, empleada en la portería y que además sabe realizar un activo apostolado (...). También estaba (no logro descifrar la letra) que había reunido a un grupo de empleadas domésticas que se encontraban en un Retiro llevado por don Antonio L.
Ya todo esto venía marcándose en mi espíritu, al ver a tanta joven en una labor de formación espiritual.
Llegué a mi casa alrededor de las 6: ¡ya había pasado la hora de la siesta! En mi mesa tenía un folletito con una homilía de nuestro Padre: Vida de Fe. Su lectura me fue especialmente grata. Sentía que mi capacidad de comprensión se había agudizado.
Hacia las 6 y 45 decidí ir al Centro de Estudios Superiores, a donde habitualmente suelo concurrir los sábados para aprovechar la Meditación que se da a los muchachos y naturalmente quedarme a la Bendición. Había un grupo de treinta o cuarenta.
Don Gustavo la daba a un grupo de unos treinta chicos que llenaban la pequeña capilla. Era su discurso bien hilado y profundo y decía algo así: el joven egoísta que no sabe o no quiere entregarse es como una semilla encerrada en una gruesa cápsula; no la puede romper y por ello no emerge al exterior; no se vuelve planta y no da fruto: muere como el avaro enterrado con su tesoro.
Después la bendición solemne, las nubes de incienso subiendo con las oraciones...Dormí bien esa noche y desperté un poco más tarde de lo que es habitual, serían las 6 y 30.
Sin sentirlo fueron desfilando por mi mente los sucesos del día anterior y al mismo tiempo un sentido más claro y profundo de los mismos.
He aquí que en el mundo en que vivimos, cuando hay una diabólica campaña para expulsar a Cristo de los corazones y hasta de su Iglesia, se puede tener la dicha de convivir con personas de toda categoría, edad y sexo, empeñados en lo contrario: en reinstalar a Cristo en los corazones: misión de apostolado y proselitismo, animada por el Espíritu Santo y sostenida por la Virgen.
Y yo tengo el privilegio de estar participando en esa ideal tarea.
Esto era algo habitual en él: cuando algo le impresionaba, lo ponía por escrito para dar gracias a Dios. Y si era testigo de un hecho que le hubiera gustado presenciar a otra persona, se lo relataba por escrito con detalle, como muestra de cariño.”
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El Doctor Ernesto Cofiño nació el 5 de junio de 1899, en la Ciudad de Guatemala donde estudió hasta la educación media para luego ir a la Universidad Sorbona de Paris, en donde estuvo 11 años para estudiar primero la carrera de Medicina y luego el doctorado en Pediatría. Regresó a Guatemala en 1929 y allí conoce a Clemencia Samayoa Rubio, con quien se casa en 1933, teniendo 5 hijos y formando una vida familiar de mucho cariño. Clemencia fallece en 1963 producto de un derrame ocurrido un año antes.
En 1930 se logra incorporar a la Universidad de San Carlos de Guatemala, que era la única Universidad del país, en donde funda en 1936 la cátedra de pediatría la cual impartió durante 24 años, convirtiéndose en uno de los grandes Pediatras en Guatemala. En 1939 accede al puesto de Jefe de Medicina de niños del Hospital San Juan de Dios, en el año de 1942 crea el Sanatorio Anti-Tuberculoso Infantil. Ponía todo su esfuerzo y amor en sacar adelante a los niños que tenía como pacientes, su lema era “todos tienen que curarse”, y se esforzaba en todo momento en darle el cuidado necesario a todos sus niños, como él decía. Fue nombrado en 1950 como Caballero de la Legión de Honor de Francia.
En 1956 pidió la admisión en el opus dei como supernumerario, el primero de centroamérica.
En el año 1953 viene a Guatemala el P. Antonio Rodríguez para iniciar la labor apostólica del Opus Dei. En una reunión Monseñor Rosell y Arellano, entonces Arzobispo de Guatemala, le presenta al Doctor Ernesto Cofiño, de quien era muy amigo y que le había pedido le recomendara un sacerdote para ser su director espiritual. En 1956 pidió la admisión en el Opus Dei como Supernumerario, el primero de Centroamérica.
A los 80 años le diagnosticaron cáncer en la mandíbula superior, que le operaron para quitar parte de su maxilar, colocándole placas para compensar su defecto; así pudo seguir su labor de impulso y búsqueda de recursos económicos para apoyar todos los compromisos que tenían las labores educativas y asistenciales, que había adquirido con alegría y felicidad porque era una ofrenda a Dios. Falleció el 17 de octubre de 1991, a los 92 años, al resurgirle el cáncer que había padecido. En palabras de su hijo menor, que le cuidó hasta su último instante, el día de su fallecimiento se había quedado dormido en su sillón preferido. Hasta días antes de su fallecimiento el doctor Cofiño estaba pendiente de las personas a las que ayudaba económicamente, sin decir nada y en silencio.
Se caracterizó por su trabajo bien hecho.
Se caracterizó por su trabajo bien hecho. Tenía su fuente principal en la oración, la comunión diaria, el rezo del Santo Rosario teniendo presente a Nuestra Madre la Virgen María en todo lo que hacía, así como la presencia de Dios durante todo el día. Su familia siempre estaba presente en su quehacer diario, siempre estaba pendiente de ellos sin descuidar sus actividades y compromisos diarios. Formaba a todos sus amigos sin que ellos se dieran cuenta, participó en obras importantes como la creación de la residencia universitaria Ciudad Vieja, siendo su primer rector en 1958, o las escuelas Junkabal y Kinal. Tenía dentro de su profesión de médico un lema que repetía en sus cátedras y en cuanta conferencia participaba: “Conservar, no destruir la vida incipiente”.
Su proceso de beatificación continúa en Roma y con la reciente entrega de la Positio, ha comenzado la segunda fase del proceso.