“Dejadme que me detenga en sugeriros unas consideraciones sobre una (…) Costumbre mariana, que refleja de modo admirable dos características esenciales (…): la fe en la poderosa intercesión de la Virgen y la ardiente caridad fraterna. Me refiero (…) a la oración Memorare, de tanta raigambre en la Iglesia (…)
Toda nuestra fe se pone en ejercicio, al vivir esta Costumbre (…). Acudimos a la Santísima Virgen porque sabemos que es la Madre de Dios y, por tanto, con su intercesión ante el trono divino, es la Omnipotencia suplicante: María -¡qué seguridad y qué gozo da esta certeza!- alcanza todas las gracias que pide, porque la Trinidad Beatísima no niega nada a quien es Hija predilecta de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Al mismo tiempo -¡saboreadlo cada día con nuevo gusto!-, esa Criatura poderosísima es nuestra Madre: nos la ha dado Cristo antes de morir en la Cruz. Como Madre de Dios, lo puede todo; como Madre nuestra, nos concede cuanto necesitamos para ser felices, para alcanzar la salvación eterna.
“(…) Este Año Mariano es buena ocasión, teniendo ante nuestros ojos el ejemplo de fe de la Virgen, para acrisolar nuestro espíritu de fe. Pregúntate con frecuencia: ¿rezo con la seguridad de que mis plegarias son atendidas por Dios? ¿Persevero en la oración por la Iglesia(…)? ¿Puedo asegurar, como san Josemaría, que todo lo fiamos nosotros a la oración? (Instrucción, 9-I-1935, n. 259) (Carta, VII-1987)