El Papa afirmó en su reflexión que "educar a las nuevas generaciones en la fe es una tarea grande y fundamental, a la que está llamada toda la comunidad cristiana", y que por ser "especialmente difícil, es más urgente que nunca".
"La certeza y la alegría de ser amados por Dios debe hacerse en cualquier modo palpable y concreta en cada uno de nosotros, y sobre todo en las jóvenes generaciones que están entrando en el mundo de la fe".
El Santo Padre se refirió a la importancia de que las nuevas generaciones experimenten que la Iglesia "es como una compañía de amigos de la que se pueden fiar realmente, cercana en todos los momentos y circunstancias de la vida, (...) que no nos abandonará nunca, ni siquiera en la hora de la muerte, porque lleva consigo la promesa de la eternidad".
Los jóvenes y adolescentes, continuó, "tienen que ser liberados del prejuicio difundido de que el cristianismo, con sus mandamientos y sus prohibiciones, pone demasiados obstáculos a la alegría del amor; en particular, impide gustar plenamente aquella felicidad que el hombre y la mujer hallan en su amor recíproco. (...) Los diez mandamientos no son una serie de "no", sino un gran "sí" al amor y a la vida. El amor humano necesita ser purificado, madurar e ir más allá de sí mismo, para poder ser plenamente humano, para ser principio de una alegría verdadera y duradera, para responder a aquella exigencia de eternidad que lleva dentro de sí y a la que no puede renunciar sin traicionarse. Este es el motivo sustancial por el que el amor entre el hombre y la mujer se realiza plenamente solo en el matrimonio".
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Benedicto XVI subrayó que el tema de la verdad "debe ocupar un espacio central". Con la fe, dijo, "acogemos y aceptamos aquella Verdad que nuestra mente no puede comprender hasta el final y no puede poseer, (...) y nos permite alcanzar el Misterio en el que estamos inmersos y encontrar en Dios el sentido definitivo de nuestra existencia".
Otra dimensión de la fe, continuó el Papa, "es la de fiarse de una persona: no de una persona cualquiera, sino de Jesucristo", que "llena nuestro corazón, lo dilata y lo colma de alegría, impulsa nuestra inteligencia hacia horizontes inexplorados, ofrece a nuestra libertad su punto de referencia decisivo, librándola de las angustias del egoísmo y haciéndola capaz de amor auténtico".
Refiriéndose posteriormente al progreso de la ciencia, el Papa dijo que "a menudo se presenta como contrapuesto a las afirmaciones de la fe, provocando confusión y haciendo más difícil la acogida de la verdad cristiana". En este sentido, señaló que "el diálogo entre fe y razón, si se lleva a cabo con sinceridad y rigor, ofrece la posibilidad de percibir, de manera más eficaz y convincente, el carácter racional de la fe en Dios -no en un Dios cualquiera, sino en aquel Dios que se ha revelado en Jesucristo- y además, de mostrar que en el mismo Jesucristo se encuentra el cumplimiento de toda aspiración humana auténtica".
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Tras poner de relieve que además de la experiencia de la fe, "existe un espacio privilegiado en el que se realiza este encuentro en el modo más directo (...): la oración", el Papa pidió a toda la Iglesia de Roma, en particular a las almas consagradas, que sean "asiduos en la oración" y que adoren "a Cristo vivo en la Eucaristía, enamorándose cada vez más de El, que es nuestro hermano y amigo verdadero, el esposo de la Iglesia, el Dios fiel y misericordioso que nos ha amado primero. Así, los jóvenes estaréis preparados y disponibles a acoger su llamada, si os querrá totalmente para sí, en el sacerdocio o en la vida consagrada".
"En la medida en que nos alimentamos de Cristo y nos enamoramos de El -terminó-, nos sentiremos estimulados a llevarle a otros: la alegría de la fe no la podemos guardar para nosotros mismos, sino que debemos transmitirla. Esto es especialmente necesario y urgente ante el extraño olvido de Dios que existe hoy en vastas partes del mundo, y en cierta medida también aquí en Roma".
Web del Encuentro Mundial de las Familias en Valencia (España).