San Josemaría, en Dios y con nosotros

La relación con un santo y con un carisma es una conversación misteriosa con algo vivo. ¿Cómo escuchar lo que tienen para decir a nuestro mundo en momentos distintos de la historia?

Aquel día san Josemaría cumplía setenta y dos años. Era 9 de enero de 1974 y, en la sala de estar que da hacia Viale Bruno Buozzi, se había reunido con él un grupo de personas del Opus Dei para tener un rato de conversación familiar. Los presentes no lo sabían, pero se trataba del penúltimo cumpleaños que pasaría en esta tierra. La alegría del festejo flotaba en el aire y, por la especial intimidad del momento, había expectación por aquella tertulia. San Josemaría empezó diciendo: «No he querido preparar nada antes de venir a hablar con vosotros… Prefiero no preparar nada –insistió mientras tomaba asiento–, aunque a veces tenéis poca habilidad para tirarme de la lengua»[1].

Ya han pasado más de veinte años desde que festejamos el centenario del nacimiento de san Josemaría. Hace poco fue el centenario de su ordenación sacerdotal. Y, con ello, podríamos decir que entramos en la recta final para recordar los cien años de la fundación del Opus Dei. El tiempo transcurre, en cien años pasan muchas cosas, el mundo cambia. La comunicación, el transporte, el entretenimiento, la medicina, la educación, y tantas otras cosas de nuestros días serían impensables a inicios del siglo XX. «En cien años, la sociedad y la Iglesia han evolucionado mucho, y el Opus Dei también, pues es parte de ellas –señalaba el prelado del Opus Dei en una entrevista–. No somos indiferentes a fenómenos como la globalización, la conquista femenina del espacio público, las nuevas dinámicas profesionales y familiares, etc.»[2].

En ese contexto de aniversarios y de cambios, es lógico preguntarnos con sus propias palabras, ¿cómo podemos tirar de la lengua a san Josemaría en cada momento histórico? Si «los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión»[3], ¿cómo escuchar hoy al fundador del Opus Dei en un mundo tan distinto de aquel que le tocó vivir?

Una vida que no se queda en el pasado

La primera audiencia de don Álvaro del Portillo, el sucesor de san Josemaría, con san Pablo VI, tuvo lugar el 5 de marzo de 1976, apenas dos años después de aquella tertulia que se mencionó antes. El Romano Pontífice habló brevemente sobre el fundador del Opus Dei, especialmente sobre su respuesta generosa a los carismas recibidos por Dios, hasta que aconsejó: «Siempre que deba resolver un asunto, póngase en presencia de Dios, y pregúntese: en esta situación, ¿qué haría mi fundador?»[4]. La conversación, posteriormente, siguió girando alrededor de algunas anécdotas sobre la vida de san Josemaría, ante lo que san Pablo VI finalmente preguntó: «¿Han escrito todo eso?». «Sí, Santo Padre –respondió don Álvaro–; y no solamente está escrito, sino que se ha recogido en películas». Y el Papa afirmó: «Esto es un tesoro, no solo para el Opus Dei, sino para toda la Iglesia»[5].

Gracias al trabajo de muchas personas, disponemos de abundantes fuentes para que quien esté interesado pueda conocer hondamente la vida del fundador del Opus Dei. Además, hace más de veinte años nació el Instituto Histórico san Josemaría Escrivá de Balaguer que promueve la investigación en torno a su vida, y que está llevando a cabo la edición y publicación de sus obras completas. Sin embargo, ¿basta con conocer a fondo la vida de san Josemaría para ser contemporáneos suyos? ¿Basta con traer su predicación hasta nuestros días, en audio y en video, para que viva en nuestro tiempo? ¿Puede suceder que al preguntarnos «qué haría en este asunto» no sepamos encontrar una respuesta?

Al ahondar en estas interrogantes, nos podemos encontrar con algunos desafíos. Ciertamente, cabe la posibilidad de ver la vida de san Josemaría como algo que pertenece solamente al pasado, un pasado cada vez más lejano a medida que trascurren los años, que ya son un centenar. Existe el peligro de pensar que, ciertamente, se podrían vislumbrar unos cuantos puntos de contacto con el presente, o ligeras semejanzas con el mundo en que vivimos; que se podría intentar encontrar aplicaciones puntuales para nuestros días, cada vez menos numerosas… pero sin que lo esencial de su vida nos fuese contemporáneo. De hecho, a veces puede suceder que algunas personas encuentren dificultad incluso para entender palabras, expresiones o actitudes que requieren una aclaración, una nota explicativa que las contextualice.

Cabe, además, otro peligro, habitual cuando se trata de una figura histórica, que es aquel de tomar una parte por el todo. Al haber tanto material, no es extraño que se puedan recortar palabras que digan aparentemente una cosa y la contraria; o que se haga surgir de ese fragmento una idea estereotipada, reduccionista, del pensamiento de quien lo dijo; o que se dé la misma importancia a palabras o escritos que no la tienen, como pueden ser unas palabras informales frente a un documento de formación. Lo mismo puede suceder con decisiones o indicaciones que respondían a un contexto histórico concreto y que, permaneciendo el espíritu que las motivó, no sean necesariamente aplicables a todas las épocas.

El mismo fundador del Opus Dei era consciente de estos peligros. Él mismo, hablando sobre la historia de ese carisma que Dios ha querido para nuestro mundo, decía: «El Señor ha sacado adelante la Obra a pesar de disponer de instrumentos tan malos como yo. Pero, a veces, me viene al corazón la pena de pensar que quizá se pueda coger todo eso –no sucederá, desde luego, a los hermanos vuestros más antiguos– y verlo, sí, con cariño y con entusiasmo, pero como se contempla un hallazgo de arqueología, una pieza antigua. Espero que se den cuenta de que aquello es un río de lágrimas, un montón de sangre, y de oración y de sacrificio»[6]. Y eso último puede ser aplicable a todo momento histórico: el Opus Dei está llamado a ser un río de vida que surge de Dios y que siempre se dirige hacia el futuro.

En este sentido, es necesaria una relación prudente con la vida y con todas las enseñanzas de san Josemaría para poder vivir de su espíritu sin quedar atrapados en alguna pequeña perplejidad. Además, como es lógico, no basta solamente un esfuerzo de contextualización para que cada generación se sienta interpelada por el mensaje de san Josemaría; alimentarse hoy de su vida no es solamente un esfuerzo de explicación histórica. La relación con un santo y con un carisma es la relación misteriosa con algo vivo.

El río de la vida que viene de Cristo

Pero, ¿cómo pueden unas palabras del pasado, de un distinto contexto histórico, estar siempre vigentes? ¿Cómo puede el Espíritu Santo seguir hablando a cada generación a partir de las enseñanzas de un fundador o de un santo? El Papa Francisco hace un par de años proponía a la Iglesia meditar sobre la figura de san Francisco de Sales, en el cuarto centenario de su muerte, porque es una vida «que se nos entrega nuevamente a cada uno»[7]. Lo mismo hizo san Juan Pablo II, al presentar «como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska»[8]. Santa Teresa Benedicta de la Cruz recibió una importante iluminación de Dios al leer a santa Teresa de Jesús; a san Agustín le sucedió lo mismo al entrar en contacto con la vida de san Antonio; y a un convaleciente san Ignacio de Loyola le impresionaron de manera especial las figuras de san Francisco y de santo Domingo. Hay algo de la vida de quienes están ya en presencia de Dios, como sucede con san Josemaría, que las impulsa a interpelar en cualquier época.

Jesús siempre enseñó que nuestro Dios es un Dios de vivos; que, de alguna manera, sus palabras siempre traen novedad. Podemos recordar la escena de aquellos saduceos que querían probar a Jesús con una historieta sobre matrimonios, descendencias y relaciones después de la muerte, a la que Jesús les responde: «Están muy equivocados. Dios no es Dios de muertos sino de vivos» (Cfr. Mc 12, 27). De manera similar a aquel enrevesado caso, la resurrección de Cristo es la clave para el asunto que estamos considerando. Descubrir la manera en la que Dios actúa a lo largo de la historia es fundamental para comprender qué significa que san Josemaría sea contemporáneo nuestro, que su vida forme parte de la historia viva de la Iglesia, en el pasado, en el presente y en el futuro. Como afirma Joseph Ratzinger, «en la palabra pasada –en la obra que nos ha legado san Josemaría, podemos pensar nosotros– se puede percibir la pregunta sobre su hoy; en la palabra humana resuena algo más grande»[9]. Con la ayuda del Espíritu Santo, la Iglesia aprende a encontrar, a partir de las fuentes de la Revelación, respuestas a situaciones siempre nuevas. De una manera análoga, también bajo la asistencia del Espíritu Santo, un carisma puede iluminar las situaciones siempre nuevas en las que se encuentra.

Cuando un carisma de la Iglesia está en contacto con la historia, con las personas de carne y hueso, con sus inquietudes e ilusiones, se hace realidad lo que Jesús señala sobre esa persona que finalmente descubre la lógica del Reino de los Cielos, porque «saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13,52). Este es un proceso en el que será valioso no olvidar unas palabras del mismo san Josemaría: tendremos que obrar siempre «teniendo en cuenta que el cambio de las circunstancias históricas —con las modificaciones que introduce en la configuración de la sociedad— puede hacer que lo que fue justo y bueno en un momento dado, deje de serlo. De ahí, que deba ser incesante en vosotros esa crítica constructiva, que hace imposible la acción paralizante y desastrosa de la inercia»[10].

Al compartir ya la plenitud de la vida en Cristo, san Josemaría no está distante cien años, sino que está presente entre nosotros y continúa transmitiéndonos, de distintas maneras, el espíritu que Dios le confió, para que personas de todos los tiempos, inspirándose en esa luz, iluminen su propia situación histórica. En este sentido, una responsabilidad en esta tarea será aprender a discernir en las palabras o actitudes del fundador del Opus Dei lo que pertenece a su contexto histórico, a su carácter personal, a su opinión en una coyuntura concreta, etc., de aquello que constituye parte del carisma querido por Dios; es necesario aprender a distinguir lo puramente histórico en san Josemaría, de aquel fuego que el Espíritu Santo inflamaba en él, y que tiene que ver necesariamente con los rasgos esenciales del Opus Dei. En esta tarea normal de discernimiento, la Iglesia y quien hace cabeza en la Obra tendrán la desafiante tarea, junto con la ayuda de Dios y de todos quienes han recibido este espíritu, de guiar siempre este proceso.

Un fundador que se oculta para que se luzca Dios

Muchos santos han manifestado su deseo de continuar desde el cielo la misión que llevaron a cabo en la tierra. De santa Teresita del Niño Jesús, escribía recientemente el Papa Francisco: «La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas cartas escribió: “Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas”. Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: “Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra (…). Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad”»[11].

De un modo muy similar, san Josemaría también tenía ese convencimiento. «Nos repetía –escribía don Álvaro en una de sus cartas–– desde hace años, con alguna frecuencia y con su acento enormemente sincero de siempre, en paterna confidencia: “Cuando yo muera, las cosas irán todavía mejor, porque aquí ya no soy más que un estorbo; y desde el Cielo os podré ayudar mejor”»[12]. Ya han pasado casi cincuenta años desde que culminó el paso físico de san Josemaría por esta tierra, momento en que en el Opus Dei se inició una etapa de continuidad y de novedad, «con esa gran laguna sensible, pero con una eficacia sobrenatural intensísima»[13]; con la ausencia material de su fundador, pero con su presencia espiritual al estar ya junto a Dios. ¿Cómo seguirle tirando de la lengua? ¿Cómo descubrir qué es lo que haría en cada momento, si viviera en nuestra época, amando el tiempo en el que vivimos?

Quizás la clave está justamente en esa «gran laguna sensible» que es la ausencia física de san Josemaría, y que ahora le permite hacer realidad plenamente el lema de su vida: «Ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca»[14]. Por esta senda, no veremos en el fundador del Opus Dei solamente a alguien que encarna los rasgos propios del tiempo en que vivió y al que se imita mecánicamente. Más que vivir como él, se trata de vivir con él en Cristo, inspirados siempre de manera nueva con el espíritu que Dios le inspiró. El mismo san Josemaría dijo varias veces que recordásemos que, en cada época, es siempre a Cristo a quien hay que imitar. Se trata de vivir nuestra propia situación histórica, todos los episodios grandes y pequeños de la vida, «cum Petro ad Iesum per Mariam»[15]: como contemplativos en medio del mundo, en ese diálogo divino, bien enraizados en la Iglesia, porque solo así se puede ser permanente.

«Adentrarnos en el mar del mundo –decía el prelado del Opus Dei– no significa adaptar el mensaje o el espíritu a las coyunturas del momento, porque el Evangelio ya contiene en sí mismo la capacidad de iluminar todas las situaciones. Se trata más bien de una llamada a que cada uno de nosotros, con sus recursos espirituales e intelectuales, con sus competencias profesionales o su experiencia de vida, y también con sus límites y defectos, se esfuerce en ver los modos de colaborar más y mejor en la inmensa tarea de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Para esto, es preciso conocer en profundidad el tiempo en el que vivimos, las dinámicas que lo atraviesan, las potencialidades que lo caracterizan, y los límites y las injusticias, a veces graves, que lo aquejan»[16].

***

Solía decir san Josemaría, al referirse al Opus Dei, que «todo está hecho y todo está por hacer». En el momento de su canonización, la Iglesia ha acogido y ratificado, gracias a su vida santa, el carisma que le confió como fundador. Por eso, su vida, que traspasa la muerte y atraviesa la historia, nos impulsa desde el cielo a ser cada uno y cada una Opus Dei. Habíamos visto que a veces, al llegar a las reuniones con sus hijos e hijas, no preparaba nada, porque prefería dejarse llevar por las preguntas de aquellos que estaban allí presentes. Lo mismo continúa sucediendo hoy: san Josemaría está dispuesto a dejarse tirar de la lengua por quienes vivimos en un tiempo muy distinto al suyo. Pero para eso tendremos que descubrir nuestras propias inquietudes para, posteriormente, mirarlas a la luz de Cristo, a través del espíritu del fundador del Opus Dei. San Josemaría, al estar en la eterna novedad de Dios, no reparte recetas del pasado, sino que sale siempre al encuentro del presente, para construir el futuro.


[1] Recuerdos de Hernán Salcedo.

[2] Mons. Fernando Ocáriz, Entrevista con El Mercurio de Chile, 28-VII-2024.

[3] Francisco, Ex. ap. Gaudete et Exsultate, n. 4.

[4] Beato Álvaro del Portillo, Palabras pronunciadas en una reunión familiar. AGP, Biblioteca, P01, 1976, p. 281.

[5] Ibíd., p. 284.

[6] San Josemaría, Apuntes tomados de una reunión de familia, 14-VI-1972.

[7] Francisco, carta apostólica Totum amoris est, 28-XII-2022.

[8] San Juan Pablo II, Homilía para la canonización de la beata María Faustina Kowalska, 30-IV-2000.

[9] Benedito XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte. Introducción.

[10] San Josemaría, Carta 29, n. 18.

[11] Francisco, Exhort. Ap. C’est la confiance, 15-X-2023, nn. 42-44.

[12] Beato Álvaro del Portillo, Cartas de familia II, n. 52. AGP, Biblioteca, P17.

[13] Ibíd., n. 64.

[14] San Josemaría, Carta con motivo de las bodas de oro sacerdotales, 28-I-1975.

[15] San Josemaría, Forja, n. 647.

[16] Mons. Fernando Ocáriz, Mensaje, 7-VII-2017.

Hernán Salcedo Plazas y Andrés Cárdenas Matute