A las tres de la mañana terminé de trabajar con unos compañeros en casa de uno de ellos. Me dirigía a mi casa, cansado por la hora y el esfuerzo. Lo siguiente que recuerdo es despertar completamente ensangrentado, sin saber bien qué había pasado.
Según me contó después el guarda del condominio contra el que choqué, había permanecido inconsciente cerca de veinte minutos. Cuando reaccioné, me encontré frente a una grúa-remolque y a varias personas en otro automóvil. Apenas podía sostenerme en pie. El conductor de la grúa, con brusquedad, me dijo que no ensuciara el vehículo con mi sangre y, en lugar de ayudarme, me exigió una fuerte suma de dinero para dejarme en la dirección que indicara.
Confundido y sintiéndome en una especie de secuestro, logré dar la dirección de la casa donde había estado trabajando minutos antes. Al llegar, mis compañeros salieron al escuchar el ruido de la grúa con mi auto destrozado encima. Uno de ellos, cubierto de tatuajes, al ver que los hombres pedían una cantidad exorbitante, se enfrentó con decisión. Los demás lo respaldaron y rodearon los vehículos. Eso intimidó a los supuestos “rescatistas”, quienes terminaron empujándome fuera de la grúa antes de huir del lugar.
Mis amigos me limpiaron la sangre y llamaron a mi tío, que llegó rápidamente y me llevó al hospital. Allí me cosieron la cabeza con doce puntadas, además de hacerme un TAC y varios exámenes.

Estoy convencido de que Dios y mi Ángel de la guarda nos protegieron en esos momentos.
Cuando cuento lo sucedido, todavía me estremece pensar lo cerca que estuve de la muerte. También me preocupa imaginar qué habría pasado si los de la grúa hubieran estado armados: alguno de mis compañeros pudo haber perdido la vida. Estoy convencido de que Dios y mi Ángel de la guarda nos protegieron en esos momentos.
Soy Arturo, estudiante universitario de Costa Rica, y más tarde pude reconstruir lo ocurrido aquella noche: tras una llamada de mis amigos, salí en mi carro —que tenía las llantas muy gastadas—. Estuve con ellos hasta las 3:00 am y, de regreso, pasé por un tramo de carretera mojado, posiblemente por una fuga de agua. El auto derrapó y terminé contra la pared del condominio. Días después, la aseguradora lo declaró pérdida total.
Lo cierto es que esa experiencia marcó un antes y un después. Durante mis años de secundaria había asistido a medios de formación en un club juvenil, aunque de forma intermitente. Al entrar en la universidad seguía con esa tibieza: cariño a la Obra, pero sin mucha constancia.
Tras aquella noche tormentosa, sentí un fuerte llamado a tratar más a Dios y a tomármelo en serio.
Sin embargo, tras aquella noche tormentosa, sentí un fuerte llamado a tratar más a Dios y a tomármelo en serio. Desde entonces no he fallado a la meditación ni al círculo en el Centro. Estudio allí con frecuencia, he acercado a varios amigos y uno de ellos ya se siente muy integrado en la labor del Opus Dei.
Antes vivía satisfecho con “los mínimos”. Ahora quiero darlo todo. Como suelo decir, se trata de aspirar a las cosas grandes, esas que tienen sentido de cara a Dios.
