Los fieles del Opus Dei durante la guerra civil
26. ¿Sufrieron algún tipo de persecución o represalia política los fieles del Opus Dei?
Pedro Casciaro era hijo del Presidente del Frente Popular en Albacete, y durante su estancia en Burgos fue objeto de una grave denuncia por parte de un antiguo conocido de su familia. No se le acusaba de nada personal, sino del hecho de ser hijo de un Presidente del Frente Popular. La denuncia no prosperó, porque el denunciante falleció repentinamente.
Contaba Casciaro en su libro Soñad y os quedaréis cortos la actitud del Fundador después de la travesía por los Pirineos, cuando dejaron atrás muchos meses de temores, angustias y sufrimientos.
“Eran tiempos de guerra y los ánimos estaban muy exaltados; las opiniones, sobre todo en el terreno político, se defendían con ardor y pasión. Los que se habían escapado de la "otra zona" caían con frecuencia en un revanchismo exacerbado, explicable por las víctimas que habían tenido en su familia o por las penalidades que habían sufrido. Sin embargo, jamás, en medio de este ambiente, vi ni oí en el Padre expresión alguna que no fuera serena, prudente y caritativa con todos. Y de los que entonces estuvimos más cerca de él, quizá pocos podrían estar tan sensibilizados como yo, a causa de mi compleja situación familiar.
Un comentario hiriente, un gesto de desprecio, una alusión... yo lo hubiese detectado enseguida; pero nunca lo dijo. El Padre nunca hablaba de política: quería y rezaba por la paz y por la libertad de las conciencias; deseaba, con su corazón grande y abierto a todos, que todos volvieran y se acercaran a Dios. Y sufría cuando escuchaba una valoración exclusivamente política de aquellos sucesos, olvidando la cruenta persecución religiosa y los numerosos sacrilegios que se estaban cometiendo.
Eso explica que apenas llegamos a Fuenterrabía el Padre me pidiese que dejara una relación escrita en la Oficina de Información, haciendo constar los esfuerzos que había hecho mi padre, a veces con éxito, para salvar muchas vidas y evitar sacrilegios. Valiéndose de su cargo de Director provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, mi padre había logrado esconder en unos almacenes en Albacete y en un sótano del pueblo de Fuensanta, ignorados por las masas, muchos vasos sagrados, custodias, imágenes religiosas, etc. Es justo —me dijo el Padre— que el día de mañana se sepa el bien que ha hecho tanta gente buena, independientemente de las opiniones políticas que hayan podido tener.
Estas palabras ponen de manifiesto su grandeza de alma. Nunca formuló una acusación para nadie: cuando no podía alabar, callaba. Jamás tuvo una expresión de rencor. Y en aquella época no era tarea fácil unir el amor a la justicia con la caridad; pero el Padre supo hacerlo admirablemente.
Otro rasgo característico de aquel momento histórico es que mucha gente hablaba de sí misma en un tono heroico y grandilocuente: se puso tan de moda el contarse unos a otros sus penalidades pasadas, que llegó a acuñarse esta frase: "no me cuente usted su caso, por favor". Por contraste, el Padre, que tenía tantas penalidades que relatar, no lo hizo nunca. Tampoco buscó un acomodo oficial. Hizo lo de siempre: trabajar, callar, rezar, y procurar pasar inadvertido.
Nos recomendó, en medio de aquel clima exaltado, que nunca tuviéramos odio en el corazón y que perdonáramos siempre. Hay que situarse en aquellos momentos para entender lo que significaban estas palabras en toda su radicalidad: estaba teniendo lugar la mayor persecución sufrida por la Iglesia en España, en la cual murieron casi siete mil eclesiásticos y numerosos católicos a causa de su fe.
Algunos de los que habían perdido la vida en aquel conflicto a causa de su fe eran muy amigos del Padre, como don Pedro Poveda, Fundador de la Institución Teresiana, hoy también en los altares; o don Lino Vea-Murguía, al que detuvieron el 16 de agosto del 36 y abandonaron muerto, tras asesinarlo, junto a la tapia del Cementerio del Este. Habían asesinado también a muchos sacerdotes conocidos suyos; entre ellos, a su padrino de bautismo.
Era viudo —comentaría el Padre años más tarde, evocando su figura, a raíz de la pregunta de una mujer que había sufrido una cruel persecución en su país—, y más tarde se hizo sacerdote. Lo martirizaron cuando tenía sesenta y tres años. Yo me llamo Mariano por él. Y a la monjita que me enseñó las primeras letras en el colegio —era amiga de mi madre antes de hacerse monja— la asesinaron en Valencia. Esto no me horroriza, me llena de lágrimas el corazón... Están equivocados. No han sabido amar.
He recordado todas estas cosas para consolarte, hija mía , concluyó diciendo el Padre a esta mujer; no por hablar de política, porque yo de política no entiendo, ni hablo, ni hablaré mientras el Señor me deje en este mundo, pues ése no es mi oficio. Pero di a los tuyos, de mi parte, que se unan a ti y a mí para perdonar.
El Padre supo perdonar; y nos enseñó a perdonar siempre”.
—CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei . Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994, pp. 130-132.
Al inicio de la guerra civilÁlvaro del Portillo tuvo que refugiarse en la embajada de Finlandia, que fue asaltada a comienzos de diciembre de 1936. Fue detenido y pasó casi dos meses en la cárcel de San Antón (cuya sede era el colegio de los Escolapios de Madrid). Fue liberado sin cargos el 29 de enero de 1937, gracias a las presiones diplomáticas que se hicieron desde diversos países para la liberación de las personas detenidas de forma indiscriminada en los distintos asaltos a las sedes diplomáticas en el Madrid republicano. Su padre estuvo detenido, también de forma arbitraria, en la misma cárcel y falleció a causa de las penalidades poco tiempo después de que le dejaran en libertad. El fundador pudo administrarle —siempre de forma clandestina— la Unción de los Enfermos haciéndose pasar por médico.
Manuel Sainz de los Terreros fue detenido el 30 de agosto de 1936 por los milicianos que registraban su domicilio. Fue llevado a la cárcel de Porlier (otro colegio de Escolapios convertido en cárcel durante la guerra), y quedó en libertad vigilada con obligación de realizar trabajos para la cárcel de San Antón.
Juan Jiménez Vargas fue encarcelado en un registro efectuado en el domicilio familiar. Fue acusado de haber militado en la AET, Asociación Escolar Tradicionalista, vinculada al carlismo. En noviembre de 1936 estuvo a punto de formar parte de una saca de presos de la cárcel de Porlier: todos los componentes de esa saca fueron fusilados en Paracuellos del Jarama. Se libró —como sucedió a tantas otras personas durante aquel conflicto— por la arbitrariedad y el desorden con que se producían las detenciones y se llevaban —cuando se llevaban— los procesos. Más tarde quedó en libertad, y posteriormente decidió desertar del ejército republicano, en el que ejercía su profesión de médico.
Se desconoce la razón concreta por la que condenaron a José María Hernández Garnica. El hecho es que de la cárcel de San Antón de Madrid pasó a la de San Miguel de los Reyes, en Paterna (Valencia), y luego fue liberado y destinado al servicio militar en la retaguardia, primero en Rodalquilar (Almería) y posteriormente en Baza (Granada), donde le sorprendió el final de la guerra.
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