Relato de la curación de mi ojo derecho

Un sacerdote perdió repentinamente la visión de su ojo derecho. En medio de la incertidumbre médica, comenzó a encomendarse al beato Álvaro. Muy pronto, una cadena de oración de WhatsApp, reunió a muchas personas que pedían con fe por su curación.

Soy sacerdote. Cuando el día 16 de febrero del 2025 amanecí como siempre con el sonido del despertador, me di cuenta con sorpresa de que no podía ver con el ojo derecho. Hace dos días que había tenido ciertas molestias en la visión, pero que había achacado al cansancio. Por ese ojo estaba viendo un poco borroso y solo con cierto esfuerzo. Pensaba que todo se solucionaría con una tranquila noche de sueño. Pero ocurrió lo contrario.

En la residencia en que vivo, vive también un médico. Lo primero que hice fue preguntarle qué debería hacer. La respuesta, por lo demás bastante obvia, fue que debía de ir a la urgencia de inmediato. Como era domingo, no quise abandonar mi casa en la inseguridad de no saber cuándo volvería, sin celebrar la Santa Misa. Entre la oscuridad de un ojo y una mezcla de nervios y algo de miedo, hice lo posible por rezar con piedad. Después, me fui a la urgencia oftalmológica, acompañado por otro de la residencia. Me atendieron con bastante prontitud. La seriedad cortante que fue adquiriendo el rostro de la médico que me atendió, comenzó a hacerme pensar que no se trataba de algo tan banal como me imaginaba. 

Pensaba que todo se solucionaría con una tranquila noche de sueño. Pero ocurrió lo contrario

Hasta ese momento estaba convencido de que mi ojo estaba infectado, o que tenía algún otro defecto que podría corregirse con cierta facilidad. Pero después de varios análisis y de la constatación de que, con el ojo derecho, era incluso incapaz de distinguir el color de una gran carpeta que la doctora sostenía delante de mi cara, me avisaron que habían llamado a una ambulancia para trasladarme de emergencia a la clínica neurológica. Era posible que mi ceguera fuese el comienzo de un derrame cerebral.

Ese viaje en ambulancia por las calles de Múnich, con sirena y luz azul, lo guardo en mi memoria como una confrontación subjetiva con la muerte. Mientras viajaba, pensé muy seriamente: «Parece que hoy te puedes morir». De otro modo, ¿qué sentido tenía la ambulancia, la tensión que palpaba en todos los que me rodeaban, el recuerdo de la cara de la doctora, la velocidad en la que un malestar de ojos se había transformado en el posible comienzo de un derrame cerebral? Entonces me puse a rezar. Primero me inundó un cierto pesimismo y recorrí con mi imaginación las faltas de mis treinta y cuatro años de vida. De inmediato me di cuenta de que era absurdo gastar mis últimos segundos en pensamientos tan negativos, por lo que me puse a pensar en el Cielo. Jesús me regaló entonces una gran serenidad. ¿Y si durante su estadía entre nosotros había ayudado a que tantos ciegos recuperaran la vista, por qué no lo haría conmigo? Entonces empecé a rezarle con fe y confianza. No vale la pena narrar los detalles de mis cinco días de estadía en el hospital. Apenas llegué, me hicieron varios exámenes para descartar de que se tratara de un derrame cerebral. Y así fue.

me di cuenta de que era absurdo gastar mis últimos segundos en pensamientos tan negativos

Pero todavía quedaba por determinar qué es lo que me había dejado sin visión y cuál era su causa. Para ello, me hicieron decenas de exámenes. Finalmente se llegó a la conclusión de que había tenido un infarto en el ojo, pero la causa no se pudo descubrir: mi cerebro, mi corazón, las distintas arterias, etc.: todo parecía estar bien. Por eso, era aún mayor la sorpresa de los médicos de que, con mis treinta y cuatro años y buena salud, haya sufrido algo así. Como premio de consuelo me dijeron que, por lo menos, parecía que todo lo demás estaba bien; que no tenía que preocuparme. Pero a todos los médicos que les pregunté si podría recuperar la visión de mi ojo, y así consta también en el informe final, me respondieron que no. Ya había pasado demasiado tiempo desde el infarto sin una mejoría, por lo que tendría que acostumbrarme a vivir así. Fue una respuesta desilusionante.

Volvía a mi casa con la alegría que se siente de dejar la clínica, pero también con una cierta tristeza por haber perdido definitivamente mi ojo. Sobre todo en los espacios abiertos me sentía muy perdido. A penas conseguía distinguir la profundidad. Además, empecé a sufrir dolores muy fuertes de cabeza, que solo se iban cuando me tendía en la cama. Pero no perdí la esperanza en la oración. Como dije, primero me dirigí directamente a Jesús. Pero al llegar a mi casa, un sacerdote me trajo en un sobre maltrecho unas valiosas reliquias de don Álvaro. Entonces decidí pedirle con mucha fe por mi curación con una novena, rezando su estampa y frotándome muchas veces mis ojos con esas reliquias.

empecé a sufrir dolores muy fuertes de cabeza, pero no perdí la esperanza en la oración

A los pocos días, ya existía un grupo de WhatsApp en Alemania como de cien miembros que le pedían a don Álvaro por mi curación. Además, esos días recibí numerosos mensajes desde todo el mundo para apoyarme y darme fuerzas y, siempre que me preguntaban a quién le estaba encomendando mi curación, daba el nombre de don Álvaro. Así se generó una gran ola de oraciones al beato desde países muy diversos.


Te puede interesar: Novena al beato Álvaro del Portillo


Desde el primer día en que llegué a mi casa comencé a percibir una ligera mejoría. Tras celebrar la Misa, después de una abstinencia de cinco días, entré en mi habitación y me llevé una gran sorpresa cuando, por primera vez desde mi infarto, pude distinguir con el ojo enfermo un color: el azul claro de una toalla. Era el único haz de luz en medio de la oscuridad del ojo, pero por lo mismo un motivo de mucha alegría y esperanza. Con mayor fuerza seguimos rezando por la curación.

Durante las próximas tres semanas, y al ritmo de rezarle estampas a don Álvaro, fui viendo progresivamente mejor: cada día recuperaba algún color, ya comenzaba a percibir también los contornos de las cosas y la oscuridad se tornó en una capa borrosa, pero llena de luz. Cuánta fue mi alegría y gratitud cuando incluso comencé a distinguir algunas palabras sueltas, hasta que fui capaz de volver a leer con normalidad.

La primera oculista se mostró muy sorprendida: «esto ocurre una vez entre mil»

En contra de los pronósticos de los médicos, y gracias a la intercesión del beato Álvaro y a las oraciones de muchos, después de menos de un mes había recuperado la vista por completo. Cuando habían pasado unos tres meses de que me quedara sin ver por un ojo, fui a la revisión médica. La primera oculista que me atendió se mostró muy sorprendida por mi recuperación: «esto ocurre una vez entre mil», fue su reacción. El médico jefe, también visiblemente sorprendido, se mostró un poco más frío. Me dijo que existen estudios sobre la recuperación de la vista después de un infarto de ojo, aunque las causas siguen siendo desconocidas. En mi caso, la causa la sabía: don Álvaro. Por eso, me animé a decirle lleno de convicción: «yo he estado rezando mucho por esta curación». El oftalmólogo, con una sonrisa de científico, no pudo más que responderme: «seguramente la oración no le ha hecho daño».

Por mi parte, le agradezco mucho este milagro a don Álvaro, que incluso fue capaz de sacarle una sonrisa de sorpresa a un médico. Junto con la curación exterior, me ha regalado una gran fe y confianza en el poder de la oración y la comunión de los santos.

G.B.M. - Alemania


También puede comunicar la gracia que se le ha concedido mediante correo postal a la Oficina de las causas de los santos de la prelatura del Opus Dei (Calle Diego de León, 14, 28006 Madrid, España) o a través del correo electrónico ocs.es@opusdei.org​.

Clic aquí para hacer un donativo. En alternativa puede enviar una aportación por transferencia a la cuenta bancaria de la Asociación de Cooperadores del Opus Dei con IBAN número ES53 2100 1547 7502 0024 4065 y BIC, CAIXESBBXXX en La Caixa (agencia urbana de la calle Cartagena, 4, 28028 Madrid, España).