Una espina convertida en oro

María estudia Medicina, es alegre, disfrutona, tiene muchos hermanos y muchísimos más amigos. A priori una vida envidiable. Sin embargo, como todos, María también tiene su talón de Aquiles.

María no puede ocultar que tiene un problema. Ha crecido con él, forma parte de su vida, y con el tiempo -hoy tiene 21 años- se ha visto agravado. Ha aprendido a sobrellevarlo, pero reconoce que en ocasiones le supera. Además, sabe que siempre tendrá que convivir con él porque no puede darle una solución.

“Inténtalo”, oía María cada vez que preguntaba a su madre si podía montar en bici, saltar a la comba...

El problema de María es que constantemente se ve obligada a repartirse. Sí, repartirse entre las decenas de personas que la quieren y reclaman su tiempo: amigos del colegio, amigos de la urbanización, amigos del club, amigos de la facultad, primos, hermanos, sobrinos… Porque es una persona muy, muy especial.

Dice que eso que la hace especial, lo mejor de ella, lo que la convierte inevitablemente en el centro de cualquier ambiente en que se encuentra, se lo debe a su espina bífida. Nació a pesar de ella. “A pesar”, porque si no hubiera sido por el empeño de María Jesús, su madre, los médicos hubieran conseguido que nunca llegase a ver la luz. “Será un vegetal”, advertían. El mejor de los pronósticos, que recibió muy pocos años después de boca de una enfermera fue: “Nunca se levantará de una silla de ruedas”.

María entendió que nunca debía ponerse límites a sí misma

Pero el tándem María Jesús-María desbarató todos esos presagios a golpe de fe, de sacrificio, de tesón. “Inténtalo”, oía María cada vez que preguntaba a su madre si podía montar en bici, saltar a la comba, correr tras sus hermanos. “Si no puedes, no será porque no lo hayas intentado”.

Así entendió que nunca debía ponerse límites a sí misma, y que los que encontrara no serían mayores que los de cualquier otra persona porque “todos, absolutamente todos, tenemos barreras que no podemos salvar”.

María decidió que quienes la mirasen por la calle, iban a recibir una inesperada respuesta: su sonrisa

Llegada a la adolescencia, cuando su cabeza se rebeló ante el hecho de que algunos la vieran diferente, María decidió que quienes la mirasen por la calle, iban a recibir una inesperada respuesta: su sonrisa. “Porque, explica, si Dios quería que yo destacara de esa forma, a lo mejor era porque aquellas personas necesitaban llevarse algo bonito de mí”. Abatida la curiosidad, esa sonrisa es la que queda grabada en la retina de los “mirones” que quizá pensaran entonces haberla conocido desde siempre.

Y la mejor María se fue forjando a martillo y cincel, de los que salió una persona fuerte, sacrificada, con una voluntad a prueba de bomba, “amiga” del dolor y los dolientes, de alegría contagiosa, enamorada de la vida; de esa vida suya tan llena de gente.

Su vida está llena de todo lo que de verdad le importa: Dios, su familia, sus innumerables amigos, sus ratos de ocio, de diversión...

Por eso nunca ha corrido tras el 10 en los tres años de Medicina que lleva cursados: porque su vida está llena de todo lo que de verdad le importa: Dios, su familia, sus innumerables amigos, sus ratos de ocio, de diversión..., y le parece bien llegar a ser médico de notable alto.

Esas han sido también sus anclas. Y por encima de todas ellas, Dios y su madre. Ya escribió el poeta Luis Rosales que “al vino y al hombre se les conoce por la madre”.