Retrato hablado: Arturo Álvarez del aula al altar

El Inge Arturo, como se le conocía, tenía el compromiso de enseñar, no sólo en la labor docente, sino fuera de aulas, en la vida espiritual y humana; es el primer mexicano miembro del Opus Dei en proceso de canonización.

Ilustración: Horacio Sierra

Arturo Álvarez Ramírez (1935-1992), ingeniero químico, profesor e investigador de la Universidad de Guadalajara (UdeG), quien para los que lo conocieron, murió con fama de santidad, es hoy el caso más reciente que la Iglesia católica evalúa para ser declarado santo.

Siendo docente de la UdeG, Arturo Álvarez visitaba a personas enfermas y en extrema pobreza con el fin de ayudarles en lo que le fuera posible; realizaba excursiones con sus alumnos y visitaba a las familias de ellos para comprender mejor su entorno y poderlos ayudar, lo que llegó a hacer incluso económicamente, cuando alguno corría el riesgo de dejar los estudios.

Quienes lo conocieron, afirman que, gracias a la proclamación de su fe católica y a la adoración de Cristo, y veneración a la Virgen María, más de 40 alumnos se acercaron a Dios y descubrieron su vocación dentro de la Iglesia católica, particularmente a través del Opus Dei, mientras que decenas más reafirmaron sus creencias religiosas y tuvieron un reencuentro con la misa.

Arturo Álvarez nació en Zapotlán el Grande, Jalisco, el 5 de mayo de 1935, hijo de Magdaleno Álvarez Rodríguez, albañil, y María de Jesús Ramírez Rosales, quien cuidaba de su hogar de sus padres recibió su formación católica, el amor al prójimo y a la vida.

El más pequeño de una familia numerosa de ocho hermanos, incluyendo una sobrina que creció con ellos, de los cuales uno fue llamado al sacerdocio y una hermana a la vida religiosa, vivió con alegría sus primeros años.

En infancia, sus días transcurrían con paseos por el campo, ayudando en la casa y en los corrales, y le gustaba hacer reír a otros mediante los títeres, así como estudiar, cantar, y practicar la caridad y la generosidad hacia los demás.

Hubo sucesos que marcaron su niñez, como la partida al seminario de su hermano sacerdote y luego la muerte de éste en un accidente automovilístico; la pérdida repentina de su madre por una afección cardiaca, y la partida de su padre al contraer segundas nupcias.

VIDA RECTA, DE ENSEÑANZA Y AMOR AL PRÓJIMO

En Guadalajara, donde después de su infancia vivió la mayor parte de su vida, estudió el bachillerato, y más tarde ingeniería química en la Universidad de Guadalajara, donde estuvo dedicado a enseñar de manera destacada y con espíritu apostólico.

“Buscar la santificación propia y ajena a través del cumplimiento alegre del trabajo profesional y de los demás deberes ordinarios”, decía y era justo lo que practicaba cotidianamente.

A partir de entonces se hizo más notorio su ejemplar cumplimento del deber en tiempo y forma, su trato amable y generoso con el prójimo y su creciente amor a Dios, reflejado en su entrega al servicio de los demás.

Supo exigirse y exigir puntual asistencia, pulcritud, respeto, justicia y objetividad al evaluar a cada discípulo. Celoso de su ministerio, nunca ahorró tiempo, esfuerzos ni recursos para impartir las clases.

Se convirtió en un ejemplo moral, de conciencia recta, incentivador del espíritu de superación de todos, y promotor de la excelencia académica en la Facultad de Ciencias Químicas de la UdeG.

José Antonio Esquivias, rector de la Universidad Panamericana (UP) de Guadalajara, quien fue su alumno, relató a Excélsior que El Inge Arturo tenía el compromiso de enseñar, no solo en la labor docente, sino fuera de aulas, en la vida espiritual y humana.

“Los que nos acercábamos a él, yo lo atribuyo a ese carisma y prestigio que tenía, entonces los alumnos íbamos a jugar frontenis con él; quienes íbamos a misa, nos pareció extraño verlo en la iglesia.

“Fuera de la universidad, él te daba charlas formativas acerca de cómo vivía cada uno el cristianismo, la devoción a la Virgen, la confesión. Hacía eso y luego jugábamos frontenis, y toda esa convivencia él la aprovechaba para ayudarnos a ser mejores personas”, dijo Esquivias.

Arturo Álvarez abrazó por elección propia el celibato, para entregarse de forma al magisterio y consumió sus fuerzas en beneficio de los demás, compartiendo su alegría de seguir a Cristo y servir a otros.

Realizó diversos viajes de estudio e investigación a Estados Unidos y a base de esfuerzo alcanzó un alto grado de conocimientos que puso al servicio de sus alumnos.

Antonio Esquivias comentó a este diario que El Inge Arturo tenía en el salón de clases un retrato de Albert Einstein, “lo cual comprueba que la ciencia y la fe no están peleadas”.

“Él tenía la foto de Einstein en el salón. Y sabíamos perfectamente que Albert Einstein era ateo. ¿Cómo un maestro que iba a misa tiene su foto? Entre clases, o a las 5 de la mañana, siempre él iba a misa.

“Se alimenta mucho la idea de que el científico y la fe no se llevan, cuando aquí se comprueba que el científico y el hombre de fe pueden compaginar”, apuntó José Antonio Esquivias.

Entre sus momentos felices, El Inge Arturo relataba haber conocido a la prelatura del Opus Dei en 1963, a la cual se integró como el primer agregado de Guadalajara en 1966; ello le presentó un nuevo horizonte de encuentro con Cristo a través de su trabajo ordinario.

Conoció a San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en Roma y, tiempo después, al beato Álvaro del Portillo, quien le hizo ver la suerte que tenía de poder llevar a Dios a los demás a través de su labor como profesor universitario.

Los libros Camino, y Es Cristo que pasa, de San Josemaría, entre otros textos de espiritualidad, dejaron una importante enseñanza en Arturo Álvarez, respecto a su vida y compromiso con el prójimo, de acuerdo con la biografía La Vida Plena de Arturo Álvarez Ramírez (Javier Galindo Michel, Ed. Minos Tercer Milenio, 2018).

En esta obra se relata que El Inge Arturo tenía una “carterita” que utilizaba para su examen de conciencia diario, y en la cual se podía leer: “¿Dediqué el mejor tiempo y escogí el mejor lugar para hacer la oración? ¿A cuántos les hablé de Dios el día de hoy?”

EL MAESTRO MÁS QUERIDO

Fue maestro de más de tres mil alumnos en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Guadalajara de 1960 a 1991, egresado de la misma universidad; impartía química inorgánica; cursó posgrado en la Brown University Campus Syracuse y en la Berkeley University.

En la UdeG El Inge se inició en la docencia a los 26 años, hasta que por una afección cardíaca ya no pudo acudir a la universidad en 1992.

“En la universidad se destacó como maestro, y afuera para quienes convivíamos con él, nos acercó a Cristo”, comentó a este diario José Antonio Esquivias, rector de la UP de Guadalajara.

En tal sentido, en La Vida Plena de Arturo Álvarez Ramírez, se describe cómo el deber y la responsabilidad para con los demás, particularmente, para con sus alumnos, fueron su camino para cumplir con sus creencias religiosas.

“Buscar la santificación propia y ajena a través del cumplimiento alegre del trabajo profesional y de los demás deberes ordinarios”, era su cometido de acuerdo con su biografía.

Tras su muerte en 1992, la Universidad de Guadalajara, develó un busto y nombró un aula en su honor como signo de gratitud y reconocimiento a su prestigiada labor. Aún en vida, sus alumnos le escribieron una carta.

“Un maestro es aquel que aparte de impartir su cátedra, da a sus alumnos parte de su propio ser, de su Filosofía de vida y de su credo.

“Al dar su clase cada mañana vemos cómo en cada actividad busca la oportunidad de realizarse, de santificarse. Usted es un Maestro que dejará una firme huella en nuestra vida. Por todo lo anterior: Gracias Maestro”, se leía en la misiva.

Los 57 años de la vida del Inge Arturo fueron fecundos para la enseñanza, la divulgación de la ciencia, la oración a Cristo y la devoción a la Virgen María, particularmente en su advocación de la Virgen del Perpetuo Socorro.

Entre los diversos testimonios que recoge su biografía, el empresario José Guadalupe Ramírez, relató: “murió como mueren los justos, en paz consigo mismo. Traspasar la puerta del Cielo es la meta primaria de todo cristiano, y Arturo Álvarez Ramírez tenía fija en su mira esa entrega absoluta a Dios”.

Por su parte, José Antonio Esquivias, comentó a Excélsior que Arturo Álvarez, iba a ser operado del corazón, pero falleció antes de un ataque cardiaco cuando lo visitaba uno de los profesores de la UdeG, Antonio Rodríguez.

“Se sentía mal, se le desvaneció en sus manos y ahí se murió. Ya traía su problema cardiaco, pero fue una muerte súbita.

“Él murió del corazón. En una visita que yo y mi esposa le hicimos poco antes de morir, me dijo: para colmo, el doctor me ha dicho que duerma a mis anchas, y si algo he deseado desde hace mucho tiempo es dormir completo”, narró Esquivias a este diario.

CAMINO A LOS ALTARES

Las personas que tuvieron contacto con el Inge Arturo respaldan el proceso que lo podría llevar a ser declarado, primero, venerable, por parte de la Arquidiócesis de Guadalajara; posteriormente beato y finalmente santo, de acuerdo con la validación que realice la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano.

El proceso diocesano de canonización inició el pasado 25 de octubre cuando el cardenal Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara lo declaró “Siervo de Dios”, y constituyó el Tribunal Eclesiástico que determinará, en primera instancia, si puede ser llevado a los altares.

El inicio de este camino para que sea declarado santo fue a petición de quienes fueron sus alumnos y del sacerdote postulador de la causa, Jesús Becerra García. Así, la Arquidiócesis de Guadalajara, abrió el proceso para verificar la santidad de Arturo Álvarez Ramírez.

Por tanto, desde ahora, se puede difundir su devoción privada a la espera de que algún milagro, validado por El Vaticano, confirme formalmente que Arturo Álvarez está en el cielo ante la gracia de Dios.

Es el primer mexicano miembro del Opus Dei en proceso de canonización.

José Antonio Esquivias, rector de la Universidad Panamericana de Guadalajara, quien ya compareció ante el tribunal eclesiástico, expresó que Arturo Álvarez es el modelo de vida cristiana ordinaria, de un hombre de nuestro tiempo, dedicado a velar por el prójimo y acercar a las personas a Dios.

“Por ver que verdaderamente es un hombre que sí tenía sus elementos de santidad. Transmitía paz. Si yo puedo aportar todas estas cosas que me sucedieron con él, yo tengo que decir lo qué pasó. Es un santo de una vida ordinaria”, relató.

El Inge Arturo podría haber sido un notable profesor universitario, de los que hay muchos, merecedor de un aula y un busto en su universidad, pero el postulador de su causa, el padre Jesús Becerra, piensa que además, fue santo.

La fase diocesana del proceso de canonización de Arturo Álvarez dio inicio con la declaración inicial bajo juramento ante el tribunal eclesiástico de 31 testigos de la vida santa de Arturo Álvarez, así como a todos aquellos que deseen declarar.

Sólo uno de ellos es su familiar, el resto son colegas y alumnos universitarios, así como ocho miembros de la Prelatura del Opus Dei, institución a la que él perteneció.

El tribunal fue nombrado por el cardenal Francisco Robles Ortega, y lo preside un experto en Derecho Canónico e Historia de la Iglesia, y cuenta además con un promotor de justicia, encargado de velar porque todo se desarrolle conforme a la ley, y una notaria, encargada a su vez de levantar acta de todo lo que se diga ante el tribunal.

Mediante un edicto, la Arquidiócesis de Guadalajara exhorta a quienes lo conocieron a que confirmen las razones por las que sí o no debería ser proclamado santo.

Al evento de apertura del proceso asistieron, entre otros, Ricardo Villanueva Lomelí, rector general de la Universidad de Guadalajara y el rector de la Universidad Panamericana de Guadalajara, José Antonio Esquivias, exalumno de Arturo Álvarez.

Sin un plazo perentorio, el tribunal diocesano realizará su trabajo, una vez interrogados los testigos, se enviará la información a la Congregación para las Causas de los Santos, en el Vaticano y se esperará un milagro de Arturo Álvarez, que le pueda abrir la puerta a los altares.

Fuente: Excelsior, Héctor Firegoa