¿Cómo puede uno expresarse con propiedad de una persona sobre la cual un par de años atrás no conocíamos nada de ella? Pues bien, para mí no es fácil hacerlo… Mi familia y yo, especialmente por mi esposa, nos encontramos con la Obra en la ciudad de Fusagasugá, un 26 de junio del año 2012 en el que, como consecuencia de un aviso en la Radio Local, asistimos a una Eucaristía que se ofrecía por san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Como mi familia es numerosa y tenemos la costumbre de asistir todos juntos a la Eucaristía, tal vez llamamos la atención de una persona de la Obra que asistía a dicha celebración. Muy amablemente se presentó. Fue así como conocimos la Obra y empezamos a entender que nuestra familia tenía una misión en este mundo.
Un día de febrero de 2014, mi esposa llegó de su retiro mensual, muy cerca de donde residimos actualmente. Empezó a contarme noticias sobre la beatificación de D. Álvaro y los medios que se estaba gestionando para organizar el viaje desde Colombia.
Yo escuché el relato de mi esposa y le pregunté:
- Bueno ¿y?
- Pues que me gustaría que fuéramos.
- Ese deseo es muy bonito –le respondí-, pero no está remotamente cercano a nuestras posibilidades.
Mi esposa albergaba en su corazón el sueño de viajar y asistir al evento… Yo, en cambio, archivé esa información en mi cabeza con la misma rapidez con la que la recibí; podríamos decir que en uno de los cajones de mi cerebro marcados con el sello de imposible, con letras rojas y de buen tamaño para que pudiese tener muy presente en el futuro este rótulo si el tema llegare a ser mencionado nuevamente.
Sin embargo, el tema continuó siendo objeto esporádico de nuestras conversaciones. Yo las asumía muy diplomáticamente para no revelar el destino que ya le había dado a todo el asunto: archivado y olvidado.
En mi racionalidad de Ingeniero no cabía en mi cabeza que un proyecto de esta naturaleza pudiese ser llevado a cabo por nuestra familia. Viajar con 11 personas a Europa no resultaba nada fácil, pues los recursos necesarios para adelantar esta tarea eran realmente cero. Igualmente confronté con mi esposa nuestra realidad financiera y lo que significaría un gasto de esta magnitud para nuestra economía familiar, si llegásemos a buscar recursos de financiamiento.
Para no obrar como el malo de la película, empecé a manejar alternativas que viabilizaran este proyecto. Le comenté a mí esposa un día:
- Que quieras ir a la beatificación,… lo entiendo; pero sería factible que vayas con alguna de las niñas, o las dos mayores… Y te unas a alguno de los grupos que se está conformando para este viaje.
La respuesta no se hizo esperar: me dijo, muy seriamente…
- No, vamos todos. Y además no podemos pensar que se haga semejante esfuerzo para una estadía tan corta… Tenemos que ampliar el proyecto de viaje. Además de Madrid, debemos ir a Roma donde podemos visitar y conocer el Vaticano, ver de cerca al Papa y también conocer la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz, esperando encontrar allí a Monseñor Echevarría y poder saludarle toda la familia.
Lo único que se me ocurrió en ese momento decirle a mi esposa fue que, si las cosas debían ser así, teníamos que pedirle a D. Álvaro todos los días que nos hiciese este milagro.
Mi esposa me respondió sin hacerse esperar…
- Y ¿qué crees que hemos estado haciendo las niñas y yo todo este tiempo?
Un día le pregunté a mi esposa:
- Bueno… y tú, ¿por qué quieres ir?
A lo que me respondió:
- Porque hacer un viaje a Europa lo puede hacer uno por muchos motivos -o simplemente por pasear-, pero no existirá para nosotros otra oportunidad de viajar juntos con nuestros hijos y poder ofrecer este viaje por sus vocaciones. Además estoy segura que la Beatificación traerá consigo gracias innumerables a todas las personas que se esfuercen por asistir a pesar de las dificultades que cada una de ellas pudiera tener.
La primera en dar un paso generoso fue mi esposa, quien se desprendió de la única posesión que le habían dejado sus padres, la cual tenía gran valor sentimental para ella, porque fue el apartamento donde ella creció y vivió con su mamá y sus dos hermanos en Cali.
Pronto, supimos que un matrimonio español nos acogería en su casa, situada a unos 40 minutos de Madrid. Pero cuando busqué hoteles en Roma la respuesta era la misma: todo estaba solicitado o tenían disponibilidad de uno o dos sitios… Once, ¡ni pensarlo! Pero a pocos días de sacar los billetes de avión, también este obstáculo se resolvió, pues un albergue de coste moderado nos dijo que se habían liberado plazas.
El 27 de septiembre vivimos la beatificación muy intensamente, con mucha alegría y paz. Nunca olvidaremos esa Eucaristía.
Pero las sorpresas de Dios no acabaron allí, pues después viajamos a Roma con el deseo general de poder ver al papa Francisco, conocer el Vaticano, ir a la Iglesia Prelaticia y rezar ante san Josemaría. Cual fue nuestra sorpresa cuando supimos que nuestra estancia en la Ciudad Eterna coincidiría con la Misa de apertura del Sínodo Extraordinario de las Familias, presidida por Papa Francisco.
Obtuvimos dos entradas para esa misa, ¡pero nosotros éramos once!
El caso es que, con fe, nos pusimos en la fila para entrar y dije a mi esposa:
- Hagamos la fila y si la Policía nos devuelve, pues no hay nada que hacer… Veremos la eucaristía a través de las pantallas de la Plaza.
Ella me respondió:
- Bueno, tengamos fe y pidámoslo al beato Álvaro. Si el Señor nos quiere ahí adentro, así será.
Al llegar al ingreso, nos dijeron que ya no había más sitio. Fue una decepción. Pero en ese instante, un señor de seguridad se percató que había una señora cargando un bebé -mi esposa- yle hizo señas… La llamó y le dijo que ingresase. Lo que no esperaba este señor era que dicha señora tuviese una pequeña fila detrás de siete niños y dos adultos…
En italiano nos dijo que sólo entraría la mujer y el niño. Con pena, nos separamos. Pero cuando estaba explicando a mis hijos que volveríamos a la Plaza para ver por las pantallas lo que su mamá estaba viendo en directo dentro de san Pedro, llegó el mismo policía preguntando por la famiglia de la donna e bambino… Y así pudimos ingresar a aquel lugar privilegiado desde donde pudimos participar en esta Eucaristía tan significativa para nosotros.
No podíamos imaginar tantas gracias, favores, regalos espirituales y materiales que traería consigo esta beatificación de D. Álvaro para los miles y miles de personas que estuvieron. Si cada persona tuviese la oportunidad y se diera a la tarea de contar su experiencia, esto sería gigantesco.