Padre, yo soy judía, pero creo en la religión católica y quisiera convertirme al catolicismo. Mi más ferviente deseo es convertirme al catolicismo, pero soy menor de edad y mis padres no me lo permiten.
— Mira, yo te voy a decir una cosa que te va a dar mucha alegría. Yo... y lo he aprendido de este hijo mío, lo he aprendido de usted.
— ... tengo que decirte que el primer amor de mi vida es un hebreo: Jesús, Jesús de Nazaret. ¡De tu raza!
— Y el segundo, María Santísima, Virgen y Madre, Madre de ese hebreo y madre mía y madre tuya.
¿Va bien así?
— Y, después, te digo que seas muy buena con tus papás. Que tengas paciencia, que reces. No muestres ningún gesto de insurrección. ¿Está claro?
— Sí, Padre.
— Y el Señor de Nazaret, Jesús hebreo, Jesús Rey de todos los corazones y de todas las voluntades, moverá a tus papás a dejarte, tranquila y serena, seguir el camino que ya tienes escondido en el alma.
— Esa “vita ascóndita cum Christo in Deo”, ¿eh?
— Sí, Padre.
— ¿Sí?
— ¡Quiere mucho a tus papás! ¿De acuerdo?
— Sí, Padre.
— Y, mientras tanto, ve aprendiendo la doctrina de Jesucristo, y reza. Reza, hija mía. Tu bautismo de deseo ya lo tienes. Reza.
— Y jamás una palabra de crítica de tus papás.
— Porque eso está muy claro: has de amarlos con toda el alma, y mostrarlo con los hechos. ¿De acuerdo?
— Sí, Padre.
— Buena hija serás de Cristo, si eres buena hija de tus papás.
— Gracias.