Don Joaquín Alonso lleva sesenta años en Roma, adonde se trasladó después de estudiar Derecho en Sevilla, Barcelona y Madrid. En Roma se doctoró en Derecho Canónico. Es sacerdote desde 1955. Ha colaborado en el gobierno del Opus Dei con san Josemaría, con don Álvaro y con el actual Prelado de la Obra. También trabaja al servicio de la Santa Sede en el Vaticano, como consultor de la Congregación de las Causas de los Santos.
Don Joaquín, ¿le importaría compartir algún recuerdo de Roma y con san Josemaría, torno a la Navidad?
Recuerdo muy bien la Nochebuena de 1954, cuando los alumnos del Colegio Romano acabábamos de ocupar el edificio llamado Casa del Vicolo, en Viale Bruno Buozzi 73. Un artista andaluz que vivía con nosotros, Manolo Caballero, que entonces era joven pero que murió ya hace años, había modelado unas figuras para el belén que íbamos a poner en la sala de estar, que estaba casi vacía, sin muebles. San Josemaría entró a verlas y le gustaron mucho, y nos dijo que había que estrenarlas aquella noche con una meditación allí mismo, en la sala de estar. Como no había sillas, en la meditación estuvimos todos sentados por el suelo. Debíamos de ser más de cien: muy jóvenes, eso sí. Bueno, él −como predicador− sí estaba sentado en una silla. Recuerdo sobre todo, porque se me quedó grabada, una frase que repitió varias veces, como martilleándola: “¿dónde está, hijo mío, esa imagen de Cristo que busco en tu corazón?”. Una vez y otra, después de tocar distintos temas: “¿dónde está, hijo mío, esa imagen de Cristo que busco en tu corazón?”. Se veía que le salía del alma.
¿Tiene más recuerdos de algún otro rato de oración con san Josemaría en Navidad?
La meditación que nos dirigió en la Nochebuena de 1963 está publicada, después de que él mismo la rehiciera un poco, en Es Cristo que pasa: es la homilía que se titula "El triunfo de Cristo en la humildad". Lo que ahí dice de dejar que la luz y la gracia de Cristo entren a fondo en nuestro corazón, que a mí me trae a la memoria lo que antes decía sobre aquella meditación de 1954, es una típica idea suya en relación con la Navidad. Otra es la de aprender a cumplir la voluntad de Dios Padre como la cumplen Jesús, María y José, que con su obediencia cooperan para que nosotros tengamos la vida nueva en Cristo.
La infancia espiritual es también un tema que le salía natural al contemplar al Niño Jesús. Y varios más que aparecen en la homilía de Es Cristo que pasa de la que acabo de hablar. Esa homilía es un compendio estupendo de los afectos que la Navidad le inspiraba, de los puntos de meditación que le sugería... En ese mismo libro hay otra homilía de Navidad: "El matrimonio, vocación cristiana". Está dedicada a la Sagrada Familia; y, derivadamente, al matrimonio cristiano y a la vida familiar. Son otros temas que a san Josemaría le gustaba considerar en estas fechas. En relación con esto, recuerdo alguna cosa, pero tiene que ver con mi familia, más que con los motivos de reflexión que nuestro Padre proponía. ¿Interesa?
Por favor.
Mi madre era viuda desde que yo tenía tres años, y yo era su único hijo. Ella tenía un enorme cariño a san Josemaría. Desde que me vine a Roma hasta su muerte (murió en 1960), todos los años le felicitaba la Navidad, y él le contestaba. Conservo esas felicitaciones: unos tarjetones con unas ilustraciones muy sencillas que ella guardaba como un pequeño tesoro.
Hubo un año en que poco antes de Navidad tuvo que ser operada de un tumor. Era el año 1957. Fui a Sevilla y estuve con ella hasta que se repuso. Luego volví a Roma, y san Josemaría se sorprendió al verme, porque me acababa de enviar una carta en la que me decía que me quedara con ella a pasar la Navidad: se ve que la carta llegó tarde, cuando yo ya me había ido. Se intranquilizó, porque pensaba en mi madre, que se encontraba en una situación delicada. Le dije que no se preocupara, porque una tía, hermana de mi madre, estaba atendiéndola muy bien, y además las mujeres de la Obra de allí, de Sevilla, se ocupaban de acompañarla. Y creo que eso le dejó tranquilo. Porque para él, en aquel momento, era importante que mi madre, en una Navidad tan dura, sintiera el calor de familia.
¿Tiene alguna anécdota más reciente, quizá de los últimos años de san Josemaría?
De su última Navidad, en 1974, tengo en la memoria, sobre todo, una tertulia con personas de la Obra de varios lugares de Italia en la que nos sugirió que repitiéramos a menudo, en aquellos momentos que para muchos católicos eran de confusión y de incertidumbre, la jaculatoria “Domine ut videam, ut videamus, ut videant”: Señor, que vea, que veamos, que vean. Era la jaculatoria que él había rezado muchos años antes, siendo muy joven, para pedir a Dios que le hiciera ver qué quería de él, de su vida.
También recuerdo una novedad tecnológica que llegó a Villa Tevere, nuestra casa, en la Navidad de 1972. Ese año, en diciembre, fui a Japón con Andrew Byrne, un inglés que al cabo de algún tiempo se ordenaría sacerdote y que ahora vive en Oxford. Y estando nosotros allí, el entonces Vicario regional, don José Ramón Madurga, consiguió un aparato de vídeo, algo que aquí en Italia nadie o casi nadie conocía y que en Japón, en cambio, era ya de uso más o menos común, y filmó a los primeros miembros japoneses de la Obra felicitando la Navidad al Padre.
Volvimos a Roma, y a san Josemaría aquella felicitación japonesa le encantó. Pero además, alguno pensó que con aquel aparato se podía filmar la tertulia de Nochebuena que todos los años teníamos con el Padre, en Villa Tevere.
Solo que, por un despiste, nadie le dijo nada a san Josemaría, y cuando llegó a la sala de estar el día de Nochebuena, y vio una cámara orientada hacia su sillón, se quedó un tanto sorprendido. Hizo algún comentario jocoso, y enseguida, entre las risas de los demás, se levantó de aquel sillón y fue a sentarse al otro extremo de la sala de estar. No sé quién manejaba la cámara, pero fue lo suficientemente hábil para hacerla girar y, sin cambiarla de sitio, enfocarle de nuevo a él. Gracias a Dios, porque fue una tertulia muy intensa y muy emotiva, de la que ahora conservamos la filmación. Eso sí, queda un poco rara: a san Josemaría se le ve prácticamente todo el rato de perfil.
Recuerdo también con qué alegría y con qué amor a Jesús san Josemaría hacía traer cada año, a la tertulia de Nochebuena, una imagen del Niño que le habían regalado. Es una copia de la que hay en la iglesia conventual de Santa Isabel, en el barrio de Atocha, en Madrid. Antes de la guerra civil había sido capellán de aquellas religiosas, y a esa imagen le tenía mucha devoción: le enamoraba. Todavía hoy las religiosas de Santa Isabel reciben con frecuencia visitas de gente que pide poder besar a ese Niño al que san Josemaría besaba y abrazaba con tanto fervor: el “Niño de don Josemaría”, como ellas mismas, aun ahora, lo llaman a veces.