Dora nació el 11 de enero de 1914 y a los cinco días la bautizaron. Era la más pequeña de los seis hijos del matrimonio formado por Demetrio del Hoyo y Carmen Alonso.
Entonces, Boca de Huérgano contaba con poco más de 200 habitantes. Sus campos estaban dedicados al cultivo de cereales, legumbres y hortalizas, además de forraje para ganado.
Su padre era labrador. Dora lo describía como una persona seria, de pocas palabras y buen carácter. Profundamente cristiano, de cabal rectitud moral y hondo sentido común. Su condición económica era muy modesta. La madre era de genio más vivo y gran simpatía.
El hogar se caracterizaba por el cariño. Dora recordaba lo bien que se lo pasaban las noches de invierno; su padre hacía medias de lana con cuatro agujas, su madre y hermanas tejían. Algunas veces conquistaban a su madre y les daba jamón, vino o castañas.
Su madre le enseñó a rezar y a pensar en los demás. Desde muy pequeña le decía que tenía que rezar mucho por todos los que sufrían, por los que estaban en la guerra y por los niños huérfanos.
Su madre les inculcó el amor por los trabajos del hogar y muchos otros conocimientos propios del ambiente rural. Dora sabía cómo dividir la vaca entera consiguiendo los cortes más exquisitos y también cómo hacer chorizo y morcilla. Además, ayudaba en las faenas agrícolas y aprendió a cultivar calabazas, importantes en confitería para preparar el cabello de ángel. Después, durante los años que vivió en Roma, enseñó a confeccionar este dulce a decenas de mujeres de los cinco continentes.
Aunque en invierno hacía mucho frío sus padres nunca les dispensaron de asistir a la escuela, que comenzó a los 5 o 6 años. Allí aprendió a leer, escribir y hacer cuentas. En esa época, en España no existía un período de escolarización obligatoria, y por eso no cursó la enseñanza secundaria. También celebraban «el día del árbol», en el que plantaban pinos: cada niño tenía el suyo y lo regaba hasta que arraigaba. Otra de sus aficiones era la cría de conejos.
Dora relataba como su madre le enseñó a rezar y a pensar en los demás. Desde muy pequeña le decía que tenía que rezar mucho por todos los que sufrían, por los que estaban en la guerra y por los niños huérfanos. Les animaba a confesarse periódicamente y juntos acudían a Misa los domingos. En este ambiente de familia recibieron la fe católica que vivían con naturalidad y aprendieron a conducirse con honradez, amor al trabajo y alegría.