Ha tenido la oportunidad de decir que en Portugal se siente en “casa”, no de visita. ¿Cómo ve la realidad del Opus Dei en nuestro país y su contribución para la Iglesia y la sociedad portuguesa?
Me siento “en casa”, porque he estado muchas veces en Portugal –también rezando en Fátima- y porque en el Opus Dei hay muchas portuguesas y muchos portugueses. El Opus Dei está en Portugal desde hace más de 75 años, y sus miembros intentan ser, en la Iglesia y en la sociedad, levadura en la masa. ¿En qué sentido? No sintiéndose algo especial, sino en el sentido de vivir la misma vida que todos los demás, en unión afectiva y efectiva con Jesucristo, como hijos de Dios por el bautismo.
Esta es su vocación eclesial. Por supuesto, es importante que haya laicos que se dediquen a actividades y servicios propios de la pastoral eclesial. Pero para la inmensa mayoría de los laicos, esto no es posible ni deseable. Dios espera de los laicos un diálogo permanente de amor en su hogar, en su vida matrimonial, en el cuidado de los hijos, en las preocupaciones económicas, en su lugar de trabajo, en el compromiso con causas de carácter civil o cultural, en el deporte, en las aficiones de cada uno, en el mundo del arte, etc. No se trata de una relación con Dios de tipo intimista, sin consecuencias externas, sino que lleve a identificarse más y más con Jesucristo y, como él, a entregarse a las personas de la propia familia, a los amigos y vecinos, a los compañeros de trabajo.
Hace dos meses recibimos la edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud. ¿Cree que ha sido una oportunidad para dar a conocer carismas como el del Opus Dei y generar una renovada movilización evangelizadora entre las nuevas generaciones?
Felicito a los portugueses por lo bien que han organizado la JMJ. La satisfacción del Papa y la de muchas personas que han compartido su experiencia de esos días lo manifiesta.
Ciertamente, debemos apreciar el nuevo impulso que una JMJ aporta a muchos caminos de la Iglesia, incluido el Opus Dei. Pero, más que eso, la JMJ ha sido, sobre todo, un momento en el que Jesucristo se ha hecho presente de un modo especial y ha desvelado su rostro a la vez amable y exigente.
Fue conmovedor ver a Jesús Eucaristía adorado en silencio por tantos jóvenes en el Parque del Tajo. También fue impresionante ver las filas pacientes de unos diez mil jóvenes que querían recibir el sacramento de la penitencia en el Parque del Perdón.
¿El trabajo con los jóvenes, especialmente los universitarios, sigue siendo una prioridad?
Antes de decir que sí, permítame recordar que la prioridad es llegar a todos, sin excluir a nadie. Cada persona es preciosa y única a los ojos de Dios. Debemos tener prisa, una prisa serena, para no dejar a nadie sin la posibilidad de conocer a Jesucristo, con la ayuda de nuestra oración, de nuestro trato, de nuestra amistad sincera.
Por su parte, los jóvenes, además de ser el presente de la Iglesia, son también, de manera especial, su futuro. En todos los mares de la historia, Jesús sigue pasando por la orilla buscando jóvenes pescadores de hombres: para caminar con Él y para enviarlos a todo el mundo.
La mayoría de los jóvenes sentirán la atracción de Dios en la vocación matrimonial, pero algunos experimentarán que Dios les atrae hacia una relación exclusiva en el celibato, abierta al servicio de todos. A menudo asociamos el celibato con la vida sacerdotal y religiosa, no sin motivo. Sin embargo, conviene recordar que, desde los tiempos de los apóstoles, Dios llama también al celibato en la vida laical, sobre la única base de la consagración bautismal.
Los universitarios, además, tienen una especial llamada a encontrar formas de armonizar la fe con la cultura y la ciencia, para que luego la fe pueda informar eficazmente la vida social.
La Prelatura vive un momento de cambio, sabemos que han comenzado los trabajos con el Dicasterio para el Clero para preparar la propuesta de modificación de Estatutos al Santo Padre. ¿Cómo se están viviendo estos momentos?
Se procuran seguir las disposiciones del Santo Padre con sincera obediencia filial, y con el deseo –como el mismo Papa Francisco ha recordado- de que sirvan para reforzar los aspectos esenciales del Opus Dei, que se contienen en su carisma. Es lo que pedí expresamente en varios mensajes dirigidos a las personas del Opus Dei: estar todos muy unidos, precisamente en esta obediencia sincera, siguiendo también en esto el ejemplo de san Josemaría y de sus dos primeros sucesores. Es el Espíritu Santo quien guía la Iglesia. Por tanto, también estos son momentos para vivir con paz y serenidad.
Algunos miembros de la Prelatura manifestaron sus preguntas e inquietudes sobre este asunto, en los medios y en las redes sociales, no siempre en un tono pacífico, podríamos decir. ¿Entiende estas manifestaciones, sobre todo las que hablan de un ataque? ¿Teme que algunos instrumentalicen al Opus Dei para alimentar oposiciones al pontificado?
Es comprensible que se susciten preguntas, dudas y preocupaciones, también por ciertas interpretaciones que se han publicado, en clave mundana, como si fuera una cuestión de “ganancia o pérdida de poder”, algo que en la Iglesia no tiene sentido.
En mi primera carta como Prelado, escribí: “Hacer crecer el aprecio mutuo entre los fieles de la Iglesia, y entre las más variadas agrupaciones que puedan existir, es parte de nuestra misión en la gran familia de los hijos e hijas de Dios”. Y cité una frase del Fundador: “El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de auténtica caridad”.
A este respecto, he recordado alguna vez el ejemplo que vi en cierta ocasión en el entonces cardenal Ratzinger, cuyo amor a la Iglesia y al Papa, fuerte y fundado en la fe, iba más allá de la emoción. En un momento delicado para la unidad de la Iglesia, que entonces algunos ponían en peligro, le oí decir esto desde el fondo de su corazón: “¡Cómo no se dan cuenta de que sin el Papa no son nada!”.
¿La relación de los laicos con la Obra podrá cambiar? ¿Esta “específica llamada vocacional” tendrá que encontrar un estatuto teológico-canónico propio, en la Iglesia?
En la Iglesia, primero está la vida, luego la norma: es decir, para usar las palabras del Papa Francisco, la realidad es superior a la idea.
En el corazón de san Josemaría, Dios plantó la semilla de un mensaje. ¿Qué mensaje? El de redescubrir el valor vocacional de la vida ordinaria de los fieles: Dios ha encomendado a los hombres la tarea divina de construir el mundo (la familia, el barrio, el trabajo, el progreso, las artes, las diversiones) como hijos de Dios en Jesucristo.
Dentro de la inspiración fundacional, este mensaje tenía que ser anunciado y vivido con un concreto espíritu, con ayuda de una institución, el Opus Dei. Y esta institución fue, desde el principio y con creciente desarrollo en el tiempo, una familia en el Pueblo de Dios, formada por mujeres y hombres, laicos y sacerdotes, con unidad de vocación, formación y espíritu, con una acción complementaria y no competitiva con la de las diócesis y parroquias, permaneciendo sus miembros laicos plenamente fieles de sus diócesis y parroquias. Por tanto, esta realidad es anterior al marco canónico, y es la razón de ser del Opus Dei.
¿Este momento puede ayudar a recuperar el carisma originario, propuesto por san Josemaría Escrivá?
No se trata de recuperar, pues no es algo que se haya perdido o desvirtuado, sino de profundizar y seguir en el esfuerzo de vivir con fidelidad. En este sentido, confiamos en responder a la llamada del Santo Padre: cuidar el carisma del Opus Dei, de modo que sepamos llevarlo al futuro con la misma frescura con que nos lo transmitió san Josemaría. Es decir, que nos comprometamos más a “difundir la llamada a la santidad en el mundo, a través de la santificación del trabajo y de los compromisos familiares y sociales” (Motu proprio Ad charisma tuendum).
Mi última pregunta es sobre el Sínodo de los Obispos. ¿Qué contribución espera de los miembros de la Obra en este proceso?
La primera contribución es la oración por el Sínodo y, por oración, entiendo también el cumplimiento de los deberes cotidianos, realizados lo más perfectamente posible dentro de las personales limitaciones personales. Junto a esto, son numerosas las personas del Opus Dei que se han implicado participando en las diversas etapas del proceso sinodal, especialmente en los niveles diocesanos y nacionales. Además, se procura sintonizar con el deseo profundo del Papa para el Sínodo, es decir, mostrar que la responsabilidad de sacar adelante la Iglesia no es exclusiva de los obispos, los sacerdotes o los religiosos, sino de cada uno y cada una de los bautizados, “caminando juntos”. A todos corresponde la misión evangelizadora y la búsqueda de la santidad personal, cada uno con sus personales y limitadas posibilidades.