Yo suelo decir con mucho orgullo que no he visto reñir a mis padres nunca. Y es verdad.
Se querían mucho y sufrieron mucho en la vida porque el Señor me tenía que preparar a mí, y, por lo tanto, tenían ellos que sufrir mucho.
Y los vi siempre sonrientes.
No se hacían arrumacos delante de nosotros, pero se palpaba el cariño; y reñirían, pero detrás.
Y yo puedo decirlo ahora por los cinco continentes, con agradecimiento; y añadir, como me oísteis el otro día, que soy paternalista.
¡Que lo puedan decir tus hijos! Yo sé que lo podrán decir.
Basta que le digas tú a tu marido... poneros de acuerdo —una palabrica— y el que esté más sereno le dice al otro lo que sea y después ¡ya reñís!, reñís a solas, a la noche; a solas cuando estéis en vuestra habitación.
Y veréis que sois una pareja de bobos y que no hay motivo para reñir.