Amelia Morillo-Velarde y Roxana Salazar, Chana, se conocieron casualmente en México, donde ambas se encontraban desplazadas por el trabajo de sus maridos, y empezaron a coincidir en el parque con los niños pequeños. Se hicieron muy amigas y, con el tiempo, cada una regresó a su lugar de origen, Madrid y Lima.
Cuando en 2014 se hizo pública la fecha de la beatificación de don Álvaro del Portillo, el 27 de septiembre, la familia Salazar decidió cruzar el charco para acudir en peregrinación a los actos que tendrían lugar tanto en Madrid como en Roma. Una locura, si se tiene en cuenta que los Salazar viajarían con sus ocho hijos, todos ellos menores de edad. Sin embargo, el cariño hacia el futuro beato pudo más y comenzaron los preparativos.
Chana avisó a su amiga del inminente viaje. «Yo tengo tres hijos —cuenta Amelia— por eso cuando Chana me dijo que venía a Madrid con los ocho pensé: “¡Dónde se va a meter con tanto niño!”. Así que decidimos invitarlos a nuestra casa. No sabíamos cómo nos íbamos a organizar para acostar a tanta gente pero algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo y, efectivamente, estuvimos muy felices».
Llegaron el 25 de septiembre a las 6 de la mañana, después de un largo viaje en avión, y, tras los saludos, se acostaron y durmieron hasta mediodía. A media tarde, las dos madres se encontraban en la habitación de Amelia eligiendo la ropa que Chana se pondría para la misa que iba a tener lugar en Roma tras la beatificación, porque su familia se encargaría de llevar las ofrendas. Después bajaron a la primera planta y Chana se inquietó al no ver al pequeño Francisco. Su marido y ella empezaron a buscarlo preocupados.
Amelia miró directamente en dirección a la piscina, porque pensó que podía haberse caído. Desde el lugar donde se encontraba, vislumbró una sombra bajo un flotador grande y negro en forma de rueda. Así lo cuenta: «Empecé a decirme a mí misma: “No, por favor, no por favor”, mientras corría al lugar. El niño se encontraba en la esquina de la piscina, junto al ciprés, flotando con la cabeza hacia abajo y quieto. Lo tomé por la pierna derecha y lo saqué chorreando. El niño no presentaba signos externos de vida. Estaba inconsciente, lívido, y no respondía a ningún estímulo».
«Su padre comenzó a gritar al verlo. Me quitó al niño y lo agitó con fuerza. Era como un muñeco inerte. En seguida acudieron los hermanos y la madre y todos lloraban. El padre y yo pensamos que el niño estaba muerto, pero su madre mantuvo la esperanza y se arrodilló junto al cuerpo del niño, lo volteó y el niño echó agua. Al mismo tiempo, Chana ordenó a todos sus hijos que rezaran a don Álvaro. Recuerdo que Mari Paz, de siete años, se acercó llorando a su madre y le dijo: “Yo lo vi, quería su juguetito, yo lo vi…”. El niño se había acercado a la piscina atraído por un patito que flotaba en el agua».
La llegada de Rafael
Mientras rezaban un Padrenuestro en voz alta, apareció un señor desconocido que empezó a auxiliar al bebé. Se encontraba realizando unas labores de mantenimiento dos casas más allá y, al oír los gritos, tiró los instrumentos, salió corriendo y llamó a la puerta, donde le abrió una de las hijas de Amelia.
«Me quedé muy sorprendida —continúa Amelia— porque no lo escuché, ni lo vi llegar. Fue como una aparición y pensé que era un ángel... un enviado de Dios. Luego supe que se llama Rafael, vive en Barajas, pero es del Perú y afortunadamente había ejercido en su país como bombero voluntario. También me dijo que pertenece a la Hermandad del Señor de los Milagros, muy venerado en Lima. Rafael, insufló aire al niño pero no le presionó el pecho porque podía ser peligroso, al ser pequeño. Pidió una manta y se la llevé. El niño empezó a tener mejor cara. También nos dio apoyo psicológico en esos momentos tan difíciles y, gracias a él, me tranquilicé».
A los quince minutos llegó la policía, que encontró al niño muy mal, en parada cardiorrespiratoria. Pensaron que no se recuperaría, como dejaron constancia en su notificación al regresar a comisaría y ratificaron días después a Amelia. Cinco minutos después, lo hacía el servicio de asistencia médica Samur, que tardó un cuarto de hora en reanimar al niño, hasta que comenzó a llorar. Tras una hora de estabilización, le pusieron un respirador artificial y lo trasladaron a la UCI [Unidad de Cuidados Intensivos] Pediátrica del Hospital La Paz de Madrid.
«Durante todo este tiempo mi amiga estuvo de rodillas rezando la oración de la estampa de Álvaro del Portillo, recuerda Amelia. En el momento en que me tranquilicé y dejé de llorar, me arrodillé junto a ella y puso un rosario en mis manos. Después acompañé a los padres al hospital con el niño. Los demás hermanos se quedaron al cuidado de mi marido, al que yo había llamado para que viniera urgente a casa desde el trabajo».
En la UCI
Chana siguió rezando la estampa frente a la puerta de la UCI y allí permaneció durante horas mientras el padre atendía a los médicos y enfermeras, y gestionaba las visitas que comenzaban a llegar. La doctora salió para preguntar cómo habían encontrado al bebé, si moviéndose o flotando con la cabeza hacia abajo. Le dijeron que lo segundo y miró hacia el suelo con expresión preocupada.
«Vimos pasar al bebé en una camilla. Iban a hacerle una tomografía y presentaba muy buen color. Estaba rosadito a causa de la fiebre —cuenta Amelia—. A medianoche me fui con el primo de Chana a mi casa y mis amigos se quedaron rezando toda la noche a la puerta de la UCI. Prometí hacer el camino de Santiago si el niño se recuperaba».
Al día siguiente, por la mañana, Chana y Eduardo regresaron a casa de Amelia para ver a los niños. «Chana me contó que había oído al niño decir “mamá” y que evolucionaba favorablemente. Y añadió: “El poder de la oración”». Francisco estaba fuera de peligro pero aún no se podía determinar si habría secuelas.
Beatificación de Álvaro del Portillo
Amelia le propuso a Chana acudir a la beatificación de Álvaro del Portillo para dar gracias y así lo hizo. «Estábamos muy esperanzados y tranquilos —cuenta Amelia— y, al comulgar, agradecí con toda mi alma al Señor el milagro. Mucha gente la saludaba y le decía que estaban rezando por Francisco».
El día 27, el bebé permanecía en la UCI con muy buen pronóstico. Por la tarde apareció, en casa de Amelia, Rafael, el señor que había auxiliado al bebé, que salía de la casa donde trabajaba, y pudieron saludarlo. Ahí se enteraron de su procedencia y de todos los detalles que hicieron providencial su aparición en aquel momento.
A última hora, recibieron una llamada del hospital para comunicar que el niño había salido de peligro y que podían ir a verlo. Estaba muy inquieto, incluso no aguantaba los tubos y lo iban a trasladar a planta. Sus padres corrieron para estar con él. Los mismos médicos estaban sorprendidos de que hubiera sobrevivido.
El alta de Francisco
«El lunes 29 de septiembre era el día de san Rafael —continúa Amelia—. Se me ocurrió felicitar a Rafael por Whatsapp, así que Chana y yo buscamos una imagen en Google para enviársela. Pensé: “¡Hoy, san Rafael, le dan el alta a Francisco!”, y se lo dije a mi amiga. Al entrar en internet descubrimos que el arcángel es el patrón de los peregrinos y que su nombre significa en hebreo “Dios sana” o “medicina de Dios”. Ese día mismo día, Francisco recibió el alta en pleno estado de salud y sin secuelas de ningún tipo».
A las 5.15 trajeron a Francisco de vuelta a casa y todos salieron a recibirlo. Después fueron a ver a Rafael y le llevaron al niño. Allí conocieron a su familia y se produjo un encuentro entrañable entre Chana, Rafael y Francisco.
A Roma
La familia Villa Corta viajó a Roma el día 29 de septiembre, como habían previsto. El pequeño Francisco sufrió un episodio de fiebre y acudió a una clínica en la que le hicieron pruebas. Pidieron intensamente al beato que remitiera la fiebre y se recuperó en seguida. Fueron unos días muy emocionantes. Allí pudieron estar junto a los restos del beato Álvaro, conocieron al niño chileno del milagro que abrió la puerta a la beatificación y muchas personas se acercaron a saludarlos con cariño.
El día 10 de octubre regresaban a Madrid, para marcharse definitivamente a Lima el día 11. Al volver del aeropuerto, se encontraron de nuevo con Rafael y toda la familia de Amelia. De alguna manera, todos ellos forman parte de un acontecimiento muy especial que los mantendrá unidos el resto de sus vidas.