Peripecias de la guerra civil
¿Cómo vivió su condición de sacerdote durante la guerra?
De varios modos, en función de las circunstancias externas, que fueron diversas a lo largo del conflicto.
Durante su estancia en Madrid, desde el 18 de julio de 1936 hasta que encontró refugio en la Legación de Honduras, no tuvo más remedio que renunciar a los signos externos de su sacerdocio a causa de la persecución religiosa y, como muchos sacerdotes en aquellas circunstancias, se vio obligado a celebrar la Eucaristía de forma clandestina.
De todas formas, siempre que la ocasión lo requirió, no dudó en manifestar su condición sacerdotal para atender espiritualmente a quien lo pedía, sabiendo que con ello ponía en riesgo su vida, ya que podían traicionarle, y delatarle por esa razón.
El 30 de agosto de 1936, san Josemaría se encontraba refugiado junto con Juan Jiménez Vargas en casa de unos conocidos en la calle Sagasta de Madrid. Uno de ellos, José Manuel Sainz de los Terreros, no sabía quién era don Josemaría, y años más tarde, recordaba lo que les sucedió cuando los milicianos entraron de improviso en la casa para hacer un registro:
“Revisaban desde el sótano hasta la buhardilla, comenzaron a inspeccionar los sótanos y pasaban después a cada uno de los pisos. Antes de que llegaran al nuestro, por una escalera interior, subimos a una buhardilla llena de polvo de carbón y de trastos, como todas las buhardillas, en la que no nos podíamos poner de pie porque llegábamos con la cabeza al techo. Hacía un calor insoportable. En un momento oímos cómo entraban en la buhardilla de al lado para hacer el registro.
Estando en esta situación, se me acerca don Josemaría y me dice:
—Soy sacerdote; estamos en momentos difíciles; si quieres, haz un acto de contrición y yo te doy la absolución.
Inexplicablemente, tras haber registrado toda la casa, no entraron en aquella buhardilla. Supuso mucha valentía decirme que era sacerdote ya que yo podía haberle traicionado y, en caso de que hubieran entrado, podía haber intentado salvar mi vida delatándolo”.
— Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002, pp. 31-32.
Al llegar a la Legación de Honduras pudo desarrollar con menos incertidumbre su actividad sacerdotal, predicando y celebrando misa para los que estaban refugiados en aquel lugar.
Desde la Legación siguió escribiendo cartas a sus amigos y conocidos, usando diversas claves a causa de la censura postal. Por ejemplo, para referirse a Jesucristo escribía “Don Manuel”, y para hablar de sí mismo, “El abuelo”.
A partir de septiembre de 1937 obtuvo una documentación que le dio cierta libertad de movimientos por Madrid —aunque su vida seguía corriendo peligro— y predicaba ejercicios espirituales, siempre de forma clandestina y tomando numerosas precauciones. Atendía a algunas comunidades religiosas que estaban refugiadas en casas particulares y administraba sacramentos como el de la reconciliación o la unción de los enfermos, haciéndose pasar por médico. De esa forma administró los santos óleos, por ejemplo, al padre de Álvaro del Portillo.
Las circunstancias cambiaron durante su estancia en Pamplona y luego en Burgos, tras atravesar los Pirineos a pie. Residió un año y tres meses en la capital castellana, de enero de 1938 a marzo de 1939, y desde allí desplegó una intensa actividad pastoral, desplazándose para atender a las personas que conocía, repartidas muchas de ellas en los diversos frentes de guerra.
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002. Cap. X.
Sobre la estancia de San Josemaría en Burgos, en 1938 dice Pedro Casciaro: “Dedicó mucho tiempo a tomar contacto con los miembros del Opus Dei que estaban diseminados por los frentes de guerra, y a atenderlos espiritualmente. Eso le llevó a hacer frecuentes desplazamientos por la Península, en pésimas condiciones de falta de salud, de incomodidad y de extrema pobreza” (CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994, p. 164).
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