«La historia de Luis (Venezuela) forma parte del multimedia «El viaje del viaje», que se editó con ocasión del 50 aniversario de las catequesis de san Josemaría por América. A continuación reproducimos su testimonio.
Desde pequeño quería ser militar, pues gran parte de mi familia paterna está en ese mundo, y obviamente a mí me llamaba mucho la atención. Fui al Liceo Militar Ayacucho, una institución secundaria perteneciente al Ejército venezolano.
Mi párroco me invitó a una ordenación sacerdotal. El canto de las letanías y la postración me impactaron tanto, que le dije a mis compañeros que estaban allí: «La próxima ordenación tiene que ser la mía».
Entré al seminario a los 16 años. Acababa de terminar con mi novia, y eso también me había dejado un halo de nostalgia. Me aconteció que, en un momento, pensé retirarme del seminario, precisamente por todo este tema de enamorarse.
Allí le preguntaba al Señor: “¿Qué quieres de mí?”. Y me di cuenta de lo seguro que estaba Dios de haberme llamado a este camino.

Estas experiencias de contraste y de darme cuenta de que realmente era aquí donde debía estar me ayudaron a tomar seguridad en torno a mi respuesta.
Cuando estaba en mi primer año de Teología, un compañero nos invitó a una de las jornadas que realiza la Obra para seminaristas. Allí pude conocer más de cerca la Obra.
Me regalaron un libro que se llama Camino y me impactó uno de sus puntos, si mal no recuerdo, el número 2, que dice: «Ojalá fuera tal tu compostura y tu manera de hablar, que todos al verte o al escucharte dijeran: este lee la vida de Jesucristo».
Hice mía esa convicción: que lo que yo haga sean los gestos de Jesús, que la gente vea en mí un Evangelio abierto.
Después de mi ordenación —no lo dudé ni un segundo— comencé a formar parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. La Obra me ha ayudado a ser más de Cristo.

Cuando me encontré con uno de los Via Crucis que compuso san Josemaría, en esas narraciones, en las que es muy personal, dice: «¿Por qué te afliges por tus penas, por tus desencantos? Pídele a Dios por tus penas… y por las mías».
Yo tengo que dejar a Jesús entrar hasta en mis precariedades, porque es así, dejándome transformar por Él, como podré escuchar las precariedades de los demás, para involucrarme y hacer la voluntad que tiene el otro de dejarse hacer. Hacer de uno mismo un Tabor, una transfiguración.
Encontrarse con los enfermos es una experiencia de Tabor, de transfiguración. Muchas veces me tocó visitar el hospital aquí en nuestra ciudad. Uno, experimentando ese Cristo sufriente, experimenta la esperanza que ellos, en medio de tanta dificultad, tienen. Y eso, todos los días, me dice a mí que realmente tengo que abandonarme en las manos de Dios.

Me enviaron a una parroquia donde había cerca está otro hospital muy grande, alrededor del cual duerme mucha gente en la calle. Muchos de ellos iban a la parroquia, y comenzamos a hacer una labor de acompañamiento y de oración, pero especialmente de contacto personal.
Hacer caridad es muy fácil, porque supone ser proveedor de algo que otro te da. Pero ser caridad implica involucrarse, hacer nuestra la voluntad del otro y revelar a Dios aun en medio de su pobreza.
Desde 2019 me encargaron la labor específica de animar a las juventudes en Caracas. Los jóvenes, con su ímpetu continuamente renovado y con su creatividad, me han ayudado a crecer en mi ministerio parroquial, a crecer como persona y a crecer en la comprensión de las realidades humanas.

Para mí, personalmente, la juventud no es una edad: es una opción de vida. Es dejarse tocar por el Espíritu, que hace nuevas todas las cosas. Es enamorarse a través de lo que hemos aprendido, para que las personas puedan encontrarse con Jesús.
Sueño con ser santo. Un santo de la puerta de al lado. Mi frase bíblica de ordenación es aquella que dice san Juan Bautista: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya”. Al final quiero que la gente recuerde más a Jesús que al padre Luis.