Ángela, tiene 32 años, es madre de tres hijos de 5, 4 y 2 años, y está casada con Héctor, de 35, también profesor de Educación Física, además de entrenador personal. Se conocieron estudiando el grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Precisamente una compañera de ambos es la propietaria del circo en el que actúa Ángela.
Cuando se lo propuso, Ángela aceptó el reto porque le ha gustado el mundo de la acrobacia y de las artes circenses. Un desafío diario, que requiere de 25 minutos de ejercicios de calentamiento para soportar el esfuerzo en la pista.

Junto con otro acróbata, Ángela realiza diversos números sobre una barra de seis metros de altura. “He de decir que cuando estoy arriba yo no veo el suelo, o sea, ni lo veo, ni lo intento mirar ni me da vértigo”, dice. A Héctor al principio le imponía tanta altura, pero vista la seguridad de sus movimientos ha acabado llevando a sus hijos a alguna de las funciones para que vieran a su madre.
Ángela agradece los aplausos porque ve que están disfrutando. Sin embargo procura que todo sea para la gloria de Dios: “ahora mismo es mi trabajo en el que debo santificarme”.
Las otras acrobacias de Héctor
Ángela reconoce que puede hacer ese parón en su trabajo habitual de profesora gracias a la ayuda insustituible de Héctor, que tiene que ocuparse de los niños en solitario durante esas semanas en la que su madre actúa hasta en tres funciones al día.
Precisamente esta entrega y comprensión de Héctor es una de las cosas que más valora de su marido, para quien la felicidad consiste en verla a ella feliz.

Cuando provienes de dos mundos diferentes
El matrimonio se conoció durante la carrera universitaria. Héctor tomó la iniciativa y persistió, porque ella inicialmente no estaba interesada. Ángela le aclaró sus prioridades vitales y espirituales. “Al inicio —explica Héctor— hablábamos de mundos distintos, pues ella me intentó asustar cuando decía: mira, yo pertenezco al Opus Dei, voy a misa todos los días... Fue su manera de intentar espantarme... Pero yo dije, ¡Ah!, pues muy bien, fenomenal, perfecto. Justo pensé, mira, algo distinto, ¿no? Hasta ahora no había conocido nada, y eso fue el efecto imán que generó en mí y todavía me creó más interés”.
Tuvieron un noviazgo de siete años en los que, según Ángela, “él ha tenido mucha paciencia conmigo. Durante esos años aprendimos a superar muchos obstáculos, pero cuando decidimos casarnos eso siguió sirviendo de la misma manera”. A ella le atrajo precisamente esa “generosidad de adaptarse, de acoplarse a todo mi mundo, porque realmente él y yo pertenecíamos a mundos bastante diferentes a nivel educación”. A la vez aclara Héctor que ella le decía que no tendría que ir siempre a misa como ella: “o sea como dándome mucha libertad”.

“Si Dios te perdona todo, cómo no te voy a perdonar”
Como en todos los matrimonios, hay sus momentos de tensión, más cuando los niños son pequeños como ahora. Pero si bien Ángela admite que es la más explosiva en las crisis, Héctor sostiene que “se supera con el perdón, con humildad, no hacer bola en las minucias o una montaña grande del día a día porque eso es contraproducente”.
Y Ángela lo corrobora: “yo siempre me acordaré de la frase que una vez oí de él ante una crisis muy gorda, en la que me dijo: Si Dios te perdona todo, cómo no te voy a perdonar. Yo dije, ostras, esto es lo más parecido a un amor celestial, ¿no? Yo hablo con muchas amigas, hablamos de las relaciones.: ¿De qué perdonarías? ¿Qué no perdonarías, qué tolerarías? Y al final yo les digo: es que cuando te casas el objetivo es, vamos a pasarlo todo juntos de la mano. Eso me da mucha paz y esperanza en lo nuestro y en mí misma”.