El sábado 21 de enero de 1933, Juan Jiménez Vargas, entonces un joven estudiante de medicina, se presentó con dos amigos en casa de San Josemaría para que les diera una clase de formación religiosa (también llamado círculos de san Rafael). La reunión tuvo lugar en el asilo de Porta Caeli, en una sala que les habían cedido las monjas.
Bajo el patrocinio de San Rafael estaría la labor de formación cristiana de la juventud; de ella saldrían vocaciones para la Obra, que colocaría bajo la advocación de San Miguel, al objeto de formarlos espiritual y humanamente. En cuanto a los padres y madres de familia que participasen en las tareas apostólicas, o formasen parte de la Obra, tendrían por patrono a San Gabriel.
Últimamente había llegado a la conclusión de que el apostolado con jóvenes no debería funcionar como asociación de ningún tipo sino que se llevaría a cabo en una academia de estudio, con enseñanza privada(1). Pero antes se produjo un cambio en la vida de don Josemaría que, aunque a primera vista poco tiene que ver con la labor de San Rafael, está íntimamente ligado al comienzo de la formación de los jóvenes estudiantes.
Luego de hacer repetida oración al Señor —se lee en una anotación del 9 de diciembre de 1932— encontré de modo providencial un pisito decente para vivir con mi familia. Deo gratias. He pedido un crédito a la "Corporación", para pagarlo, como el otro, en un año. Así puedo cambiar de casa.
El piso era un principal izquierda, en el número 4 de la calle Martínez Campos. El precio, mil trescientas ochenta pesetas al año, pagaderas por meses adelantados(3). Algo tendría éste de ventajoso cuando don Josemaría entona un Deo gratias. De nuevo hizo traslado de muebles doña Dolores. Esta vez a un piso amplio, donde lucirían mejor sus calidades, porque en la calle Viriato no había sitio ni para las sillas.
Así fue como, sin esperar a tener una academia, empezó a reunirse con sacerdotes y estudiantes; allí celebraban sus tertulias y les daba charlas de formación.
Las 1380 pesetas que se comprometió a pagar anualmente no nos autorizan a presumir una mejora en la situación económica de los Escrivá. Basta con recoger una anécdota, a los pocos días de firmar el contrato de alquiler:
Ayer se paró mi reloj de bolsillo —cuenta don Josemaría—. Resultaba el caso un compromiso, para mí: porque no tengo otro reloj y porque mi 'capital' asciende, en la actualidad, a setentaicinco céntimos [...]. Hablando con mi Señor, le indiqué que mi Ángel Custodio, a quien El ha dado más talento que a todos los relojeros, arreglara mi reloj. Pareció no oírme, puesto que volví a mover y a tocar y retocar, en vano, el reloj estropeado. Entonces [...], me arrodillé y comencé un padrenuestro y un ave, que me parece no llegué a terminar, porque cogí de nuevo el reloj, toqué las saetas... ¡y echó a andar! Di gracias a mi buen Padre(4).
La pobreza —gran señora mía, la llamaba— presidía toda su vida y presidió los comienzos de la labor de San Rafael, el apostolado con los jóvenes. El contrato de alquiler era del 10 de diciembre. Pues bien, veamos cómo andaba de dinero a finales de noviembre.
Uno de aquellos días se encontró tirada, a la puerta de una escuela del Patronato de Enfermos, una estampa de la Virgen Inmaculada, manchada de barro. Solía recoger don Josemaría las estampas religiosas tiradas por la calle para quemarlas luego en casa; pero ésta la recogió con el presentimiento de que se trataba de una ofensa, de una hoja de catecismo arrancada por odio. Por eso —dice en una catalina—, no quemaré la pobre imagen —un mal grabado, en un mal papel y roto—: la guardaré, la pondré en un buen marco, cuando tenga dinero... y ¡quién me dice que no se dará culto de amor y desagravio, con el tiempo, a la "Virgen del Catecismo"!(5).
Y el 2 de diciembre, una semana antes del alquiler del nuevo piso, sin dinero para un pequeño marco, reseña su pobreza evangélica, sin lamentos ni ufanía:
Estoy —más que nunca— sin un céntimo. Nuestra pobreza (gran señora mía, la pobreza) es tan real, desde hace años, como la de los que piden en la calle. Nos alimenta y viste (sin nada superfluo y aun sin algo de lo necesario) nuestro Padre, que está en los cielos, lo mismo que alimenta y viste a las aves, según dice el Sto. Evangelio. No me preocupa nada, nada, nada esta situación económica. Estamos acostumbrados a vivir de milagro.(6)
Obtuvo un crédito para el piso; y consiguió un marco para la estampa. A cambio de ese favor y homenaje pidió a Nuestra Señora que le proporcionara una catequesis. No se hizo mucho de rogar la Virgen. Conocía bien don Josemaría las barriadas entre Tetuán de las Victorias y el Hospital del Rey. Grupos de chabolas, repartidas entre las casuchas miserables, formaban "La Ventilla" o "Barriada de los Pinos"(7). En 1927 las Misioneras de la Doctrina Cristiana construyeron en Los Pinos el Colegio Divino Redentor para los chiquillos de aquellas pobres gentes. El colegio estaba en una vaguada; si llovía, bajaban por allí en torrentera las aguas de los alrededores.
«Una mañana, que recuerdo muy bien —cuenta la hermana San Pablo— porque había caído una nevada muy fuerte y estaba todo cubierto de blanco, vimos desde la sala de recreo de la Comunidad, que estaba en el piso alto, acercarse al Colegio dos sacerdotes vestidos con sotana y manteo. Era temprano pues todavía se veía todo blanco y limpio; después se convertía todo en un barrizal. Era D. Josemaría —acompañado por otro sacerdote llamado D. Lino—, que venía a pedir que le dejáramos organizar una catequesis en el Colegio»(8).
El martes 17 de enero fue el día de la visita a que se refiere la monja, como se lee en los Apuntes:
Día 19 de enero de 1933 [...] Estuve el domingo último en Pinos Altos o Los Pinos, donde hay un colegio de religiosas, en el que tendremos desde el próximo 22 nuestra catequesis. El martes, a pesar de la gran nevada, fuimos Lino y yo a ver el local y a saludar a las monjitas, que tienen muy buen espíritu, y al Capellán. Se pasmaron de vernos llegar entre la nieve: con tan poca cosa, nos hemos ganado al Señor(9).
Un estudiante de medicina
El grupo de los seguidores de don Josemaría estaba por entonces muy mermado. Unos se habían ido de Madrid. Otros sufrieron enfermedades y tribulaciones; y otros se cansaron de seguirle porque tenían un querer sin querer(10). En tales circunstancias resultó providencial la aparición de un estudiante de Medicina llamado Juan Jiménez Vargas.
Un par de veces habló con él don Josemaría. En la segunda entrevista, el 4 de enero de 1933, expuso al estudiante el panorama sobrenatural de la Obra. Detrás de esta vocación vinieron unos cuantos amigos. Los amigos de Juan eran gente con ardor patriótico, asidua a los actos de propaganda política, los cuales solían celebrarse los domingos, que era precisamente el día de la catequesis.
Algo debió calmar por dentro a esos trepidantes activistas, como para decidir que no hacían tanta falta en los mítines como en la catequesis. La primera visita a la barriada de Los Pinos se fijó para el domingo, 22 de enero.
Entretanto ya había comenzado don Josemaría a trabajar las almas de aquel grupo de estudiantes. El sábado 21 de enero, se presentó Juan con dos amigos para que don Josemaría les diera una clase de formación religiosa. La reunión tuvo lugar en el asilo de Porta Caeli, en una sala que les habían cedido las monjas:
El sábado pasado, con tres muchachos y en Porta Caeli di comienzo, g.a.D., a la obra patrocinada por S. Rafael y S. Juan. Hice después de la charla, exposición menor, y les di la bendición con el Señor. Nos reuniremos los miércoles(11).
A Juan le impresionaron la fe y devoción que trascendían de los gestos y oraciones litúrgicas, «sobre todo, la manera de tener la custodia en sus manos y dar la Bendición»(12). Años más tarde explicaría el sacerdote por dónde andaba su pensamiento al dar aquella bendición con el Santísimo:
Al terminar la clase, fui a la capilla con aquellos muchachos, tomé al Señor sacramentado en la custodia, lo alcé, bendije a aquellos tres..., y yo veía trescientos, trescientos mil, treinta millones, tres mil millones..., blancos, negros, amarillos, de todos los colores, de todas las combinaciones que el amor humano puede hacer. Y me he quedado corto, porque es una realidad a la vuelta de casi medio siglo. Me he quedado corto, porque el Señor ha sido mucho más generoso(13).
Más información: Los primeros círculos de San Rafael *Fuente: El Fundador del Opus Dei, (I). Biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada
----------------------------------------------
NOTAS A PIE DE PÁGINA:
(1)-Durante el retiro espiritual en Segovia, en 1932, escribió acerca del apostolado con jóvenes universitarios, que dicha labor se hará bajo la protección de Santa María de la Esperanza y el patrocinio de San Rafael el arcángel. Esto —ahora y después— sin formar asociación de ningún género: a base de academias (ibidem, n. 1697). Idea que repite en otra catalina: La obra de S. Rafael y S. Juan se hará siempre en nuestras academias, sin formar con los estudiantes asociación de ningún género (ibidem, n. 921).
(2)-Ibidem, n. 890.
(3)-Copia del contrato de inquilinato, AGP, RHF, D 15113. En el contrato se dice «casa de la calle de Franco Giner (antes Martínez Campos) núm. 4 Pral. izq.». Las mensualidades eran de 115 pts. La 3ª de las "Condiciones del contrato" establecía que: «El retraso de cuatro días en el pago de alquiler, se estima como causa suficiente para incoar el desahucio».
(4)-Apuntes, n. 892.
(5)-Ibidem, n. 883.
(6)-Ibidem, n. 884.
(7)-En sus Apuntes íntimos, del 18 de julio de 1932, refiriéndose a la visita que hizo a don José María Somoano, ya casi agonizante, escribe: El médico de guardia dijo que le comprometíamos, hube de marcharme del Hospital del Rey, después de confesar a unos niños en la "La Ventilla", fui a casa de D. Norberto (ibidem, n. 787).
(8)-Cfr. Sor San Pablo Lemus y González de la Rivera, AGP, RHF, T 05833; y Pilar Angela Hernando Carretero, AGP, RHF, T 05250, p. 1.
(9)-Apuntes, n. 907.
(10)-Ibidem, n. 863.
(11)-Ibidem, n. 913.
(12)-Juan Jiménez Vargas, AGP, RHF, T 04152/1, p. 19. Otro de los estudiantes presentes era José María Valentín Gamazo, cfr. AGP, RHF, T 02710.
(13)-Cfr. AGP, P04 1975, p. 278. «Nos ha dicho el Padre en muchas ocasiones —comenta Mons. del Portillo— que al dar la bendición con el Santísimo, no vio solamente tres muchachos: sino tres mil, trescientos mil, tres millones...; blancos, negros, amarillos, de todas las lenguas y de todas las latitudes» (Instrucción 9 I 35, nota 25).