Merce López siempre supo que amaba la gastronomía, pero también que tenía un espíritu emprendedor. Con pasión por la cocina y el trabajo en equipo, encontró en la pollería familiar un espacio donde conectar con las personas. “El trabajo de comercio es un trabajo en el que todos los días tenés que estar con una sonrisa, porque detrás de la venta de un bife, de una milanesa, hay historias.”

Pero su historia personal dio un giro inesperado. Todo comenzó en una librería donde trabajaba, cuando una cliente dejó en la fotocopiadora un papel que decía Curso de huevitos de Pascua. Sin pensarlo, Merce preguntó si podía participar. Aunque el curso era para niñas de 12 y 13 años, le ofrecieron una alternativa para aprender. Así fue como conoció el Opus Dei. “Desde el primer momento me enamoré”, recuerda.

"Si vos tenés una vocación en medio del mundo, en la vida cotidiana, ya sea pelando papas, cortando pollo o limpiando una iglesia, estás expuesto a todo, pero si realmente seguís a Dios, todo lo demás se acomoda."

A partir de ahí, su camino espiritual se fue entrelazando con su vida cotidiana. La fe no le pedía abandonar su trabajo ni su pasión, sino santificarlos. “Si vos tenés una vocación en medio del mundo, en la vida cotidiana, ya sea pelando papas, cortando pollo o limpiando una iglesia, estás expuesto a todo, pero si realmente seguís a Dios, todo lo demás se acomoda.”

Sin embargo, la decisión de pedir la admisión en la Obra no fue inmediata. Tuvo dudas: ¿Dios me llama o es solo el cariño por la gente que conocí? ¿Es vocación o simplemente estabilidad? Reflexionó durante años, sabiendo que en la Obra “prepararse lleva tiempo, pero salirse es fácil”. Finalmente, entendió que su verdadera felicidad estaba en la fidelidad a su vocación y tomó la decisión.

“Creo que la fidelidad es felicidad”, afirma con convicción, sabiendo que su camino está donde siempre perteneció: en la fe, la cocina y la comunidad.