Javier recuerda con claridad el momento en que el Opus Dei apareció en su vida. A los 17 años, recién llegado a Burgos, sus padres lo alentaron a participar en actividades de formación. Poco a poco, ese espacio se convirtió en parte de su vida y, con el tiempo, sintió una fuerte llamada vocacional. "Sentí una especie de llamada o vocación y decidí dar el paso con mucha alegría y convicción", relata.

Así, con apenas 18 años, se convirtió en numerario y se trasladó a Valladolid, donde residió en un centro del Opus Dei. Durante los primeros años, su decisión se mantuvo firme, pero con el tiempo comenzó a notar que algo no terminaba de encajar. "Quizás mi maduración como persona fue tardía, pero veía que no estaba a gusto conmigo mismo", confiesa.

"Me quedo con los valores y enseñanzas, con la idea de que un trabajo bien hecho se puede ofrecer a Dios y con la presencia de Dios en el día a día"

Acompañado por sacerdotes y personas de confianza, Javier tomó un periodo de reflexión y, finalmente, decidió dejar la vocación como  numerario. No fue un proceso traumático ni doloroso. "Volver a casa de mis padres no supuso ninguna dificultad ni trauma. No fue algo que me haya marcado negativamente", asegura.

Lejos de ver su experiencia como un error, Javier reconoce cuánto le aportó. "Me quedo con los valores y enseñanzas, con la idea de que un trabajo bien hecho se puede ofrecer a Dios y con la presencia de Dios en el día a día", reflexiona. Más allá de la vocación, lo que más valora son las personas que conoció en ese camino: "Recuerdo con muchísimo cariño a quienes me aportaron tanto en esa etapa".

Hoy, con 54 años, casado y con hijos, Javier ve su pasado como una parte fundamental de su historia. "Nunca me he arrepentido porque la tomé muy en conciencia y en plena libertad", concluye con serenidad.