Guadalupe y Ernestina de Champourcin, amistad de postguerra

En México Guadalupe tuvo relación con una de las pocas mujeres de reconocida pertenencia a la generación del 27: la poeta Ernestina de Champourcin.

Ernestina de Champourcin.

A su llegada a México en marzo de 1950, a Guadalupe la aguardaba un país de cuarenta millones de habitantes. Entre ellos figuraba un grupo no pequeño de exiliados españoles, hombres y mujeres que habían huido de España al finalizar la guerra civil que asoló el país entre 1936 y 1939.

Se calcula que los expatriados fueron unos veinte mil; no pocos de ellos eran intelectuales o artistas que de una u otra manera habían simpatizado con el bando derrotado. Algunos de estos, como Luis Cernuda, pertenecían a la conocida como Generación del 27, un grupo de escritores y poetas que reunía a lo más granado de las letras españolas del momento y que se había dado a conocer en el panorama cultural alrededor en aquella época.

Pronto estableció Guadalupe relación con algunos de estos exiliados y, concretamente, con una de las pocas mujeres de reconocida pertenencia a la generación del 27: la poetisa Ernestina de Champourcin. Se puso así una vez más de manifiesto la grandeza de ánimo y capacidad de perdón de Guadalupe, ya que su padre, oficial del ejército, había muerto a manos del bando republicano por negarse a entregar armas al pueblo.

Al finalizar la guerra, Ernestina y su marido se exiliaron en México

Champourcin era amiga de escritores como Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Concha Méndez, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre o Carmen Conde, y fue cofundadora del Lyceum Club Femenino –primera asociación en España formada exclusivamente por mujeres–. Estaba casada con el también poeta Juan José Domenchina, que fue secretario particular durante años de Manuel Azaña, presidente de la II República Española.

En los inicios de la guerra civil española, Ernestina y Dolores Rivas Cherif, mujer del presidente Azaña, trabajaron juntas en el bando republicano en la gestión de un hospital de Madrid; casi al mismo tiempo que al padre de Guadalupe le llegaba la muerte mientras estaba encarcelado.

Al finalizar la guerra, Ernestina y su marido se exiliaron en México, donde ella conoció a las primeras mujeres del Opus Dei que llegaron al país: Manolita Ortiz Alonso, Mª Esther Ciancas y la propia Guadalupe. Al poco tiempo, y gracias a su amistad con ellas, Ernestina pidió la admisión en el Opus Dei como supernumeraria en 1952.

Guadalupe nunca dejó de atender y de ofrecer su ayuda a todo el que se acercó a ella

El primer encuentro entre Guadalupe y la escritora se produjo en Copenhague, la residencia universitaria femenina que Guadalupe había impulsado casi al llegar, y que se encontraba en la calle del mismo nombre. En aquella época, Ernestina compaginaba su oficio de traductora con el cuidado de su marido, gravemente enfermo. A pesar de poder tener motivos para ello, Guadalupe nunca dejó de atender y de ofrecer su ayuda a todo el que se acercó a ella.

Muchos años más tarde Ernestina de Champourcin recordaba algunos detalles del encuentro: una señora le había encargado llevar un paquete a Guadalupe. Ésta la acogió con mucho cariño, la invitó a tomar el té en la residencia, y la puso en contacto con un sacerdote para darle consejo espiritual.

Se inició de este modo una profunda amistad que se mantendría a lo largo de los años, a pesar de la distancia física. En 1956 Guadalupe dejaría de México rumbo a Roma y dos años después se trasladaría a Madrid. Ernestina lo haría más tarde en 1972. Hasta el fallecimiento de Guadalupe en el verano del 75, las dos pudieron disfrutar de diversos reencuentros en España.

Rememorando el camino recorrido en común, Ernestina expresaba así su opinión sobre Guadalupe: “Era una santa; fundó México ella, la Obra en México la llevó ella” (Archivo General de la Universidad de Navarra. Fondo personal de Ernestina de Champourcin y Morán de Loredo, caja 24).

Antonio Rodríguez Tovar*

*El autor, licenciado en Humanidades, desarrolla actualmente una investigación sobre el perfil espiritual de Ernestina de Champourcin en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

Antonio Rodríguez Tovar