De Marcahuasi a Batangrande

Medio siglo después de iniciada la labor apostólica de la Obra en el Perú, damos gracias a Dios por el estupendo desarrollo que ha tenido en esta tierra nuestra, para beneficio de mucha gente buena.

San Josemaría en Cañete

A una excursión de varios días que unos amigos hicimos a finales de 1955, rumbo a Marcahuasi, entonces lugar desconocido para los turistas y hippies, al que había que ir andando por caminos carreteros, se había sumado un sacerdote joven del Opus Dei, Antonio Torrella, que llevaba pocos meses en Lima.

Los excursionistas habíamos tenido la primera noticia de la Obra en el colegio de la Recoleta, en el que estudiábamos, gracias a un ex alumno: Javier Cheesman, licenciado en Letras, que había vivido en Europa y se ordenó de sacerdote. Los buenos religiosos del colegio lo habían invitado para contarnos su paso por Torre Tagle, como diplomático, y su vocación sacerdotal. Más detalles sobre el Opus Dei nos daría Torrella en los días siguientes a la excursión.

El padre Manuel Botas fue el primer Vicario Regional del Opus Dei en el Perú, al que había llegado el 9 de julio de 1953, con Vicente Rodríguez Casado, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Madrid, y amigo de Raúl Porras Barrenechea, quien lo había invitado a pasar unos días en Lima para dictar conferencias en San Marcos. Durante muchos años, Rodríguez Casado volvería a Lima y viajaría a Piura para dictar clases, asesorar tesis y dictar conferencias.

Cuando yo conocí a la Obra, los fieles varones de la Prelatura del Opus Dei podían contarse con la mano: Francisco Onaindía, Ramón Mugica, Ignacio Orbegozo, Luis Tegerizo, José Revilla –establecido en Centroamérica–, Luis Sánchez-Moreno –arequipeño, entonces en Roma– y Enrique Cipriani Vargas, padre del actual arzobispo de Lima, cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, aparte de los antes mencionados.

Pronto nos sumamos Andrés Álvarez Calderón y yo, quienes preparábamos el ingreso a la universidad. Él fue molinero –trabaja como ingeniero agrónomo desde hace décadas en el valle de Cañete, donde se encuentra Valle Grande y Condoray, dos obras sociales para gente del campo– y yo estudié un año en la Facultad de Letras de la Universidad Católica, antes de viajar a Europa para continuar mis estudios.

Una tertulia en Lima

Hace unos días, los diarios han traído la noticia del ataque a tiros de unos asaltantes contra un joven sacerdote que transitaba en moto por la carretera Ferreñafe – Pítipo. Se llama Edwin Santacruz y es párroco del poblado de Batangrande. Ha declarado a la prensa: “No guardo rencor a nadie. Le pido a Dios que perdone a esas personas y que se alejen del camino del mal. Dios siempre da oportunidades a sus hijos para reivindicarse”. No tiene por qué pregonar su pertenencia al Opus Dei. Es un sacerdote más, que trabaja en su diócesis, a la orden de su obispo. Quedará paralítico, han dicho los médicos del hospital de Chiclayo en el que lo atienden. Una vida de sacrificio le espera, donde tendrá que luchar por santificar las pequeñas cosas de cada día, después de perdonar generosamente a sus agresores. Si no fuera por este suceso, nada se hubiera informado sobre él.

Son unos dos mil fieles de la Prelatura del Opus Dei en el Perú, entre Numerarios, Agregados y Supernumerarios, sin contar los muchísimos cooperadores. Hay centenares de sacerdotes diocesanos que transitan tantas sendas del territorio patrio en servicio de la Iglesia y que pertenecen al Opus Dei a través de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Pero la inmensa mayoría son seglares, hombres y mujeres –casados o, los menos, solteros–, que viven de su oficio o atienden labores domésticas, en aldeas como Batangrande, desconocidos en la prensa pero amigos de sus vecinos, parientes y compañeros de trabajo, con los que hacen un apostolado sencillo y transparente, para ayudarlos a acercarse al Señor, en el ejercicio de su libertad individual de cristianos y ciudadanos comunes.

El 9 de julio de 1974 llegó el fundador del Opus Dei, hoy San Josemaría Escrivá, y estuvo unos días entre nosotros, acompañado por el que sería su sucesor, monseñor Álvaro del Portillo, y de monseñor Javier Echevarría, actual prelado del Opus Dei, que volvió años más tarde al Perú y fue recibido con especial cariño por la Universidad de Piura, obra corporativa del Opus Dei, de la que es Gran Canciller. Días inolvidables para los varios miles de personas que estuvimos con ellos.

He trabajado largos años en medios de comunicación, como periodista, y algunos en la administración pública, como funcionario. Ni las pocas veces que ha tenido posiciones de alguna influencia, ni en mi trabajo ordinario, ni cuando he pateado latas –como cuando me deportó el general Velasco a la Argentina por escribir contra la dictadura–, he dejado de sentirme tan independiente en mi posición política y tan autónomo en mi ejercicio profesional como cualquiera de mis compañeros de labores.

Como decía al inicio, hay muchos motivos para dar gracias a Dios.

Federico Prieto CeliEl Peruano