Recuerdos de la visita de san Josemaría a Montefalco del 3 al 6 de junio de 1970.

María Luisa Palomar vivía en la ex hacienda de Montefalco cuando san Josemaría llegó a pasar unos días allá. En este relato nos cuenta algunas de sus memorias sobre lo acontecido en esos días.

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Llegó a media tarde, pasó enseguida a la Administración, se puede decir que venía exultante, con una ilusión inmensa por esta casa que era el resultado de “una locura de amor”.

Entró por la Sacristía de la Iglesia, le recibimos con un pax, sonoro y se rio, había levantado el conopeo del Sagrario, dijo que le había dado alegría que tuviera en la puerta la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Las que no pudieron estar en la iglesia con nosotras lo esperaban en el jardín, el Padre nos quería ver a todas y conocer a quienes trabajaban en la Administración.

Le gustó la cocina que tenía un estilo muy mexicano, pero le comentó a don Pedro que ahí sus hijas pasarían un calor tremendo, que habría que instalar un aparato de refrigeración; mismo que nos llegó al día siguiente.

Le sorprendieron las dimensiones de los pasillos, el Paseto —túnel que va desde la Administración hasta la casa de huéspedes que es donde ellos estaban viviendo— y el comedor, pero al ver que trasladábamos las cosas en un triciclo con un cajón detrás le hizo mucha gracia, se dio cuenta que todo estaba resuelto.

Al despedirse nos dijo que ya nos vería después con más calma. Antes de irse pasó a nuestro oratorio, que también le gustó mucho. Una de las presentes le pidió la bendición y nos la impartió.

Mientras caminábamos por el Paseto hacia la zona donde estaba instalado, nos fue dando sugerencias para decorarlo ya que le pareció muy oscuro.

En la mañana del 5 de junio tuvimos tertulia en los Arcos con las señoras que asistían a medios de formación. Un poco antes de la hora estábamos Guadalupe Gutiérrez —quien en esa época servía la mesa— y yo, trabajando cerca del comedor de la casa de huéspedes y oímos que tocaban la puerta, abrí y para nuestra sorpresa era san Josemaría quien pidió jugo de naranja. Se sentó y mientras le servíamos le dirigió unas palabras a Guadalupe: «¡Esta hija mía que es tan callada y buena, a pesar de ser así sus directoras la conocen bien; —yo la quiero mucho..!» Después preguntó si íbamos a ir todas a la tertulia, pues no quería que nos quedáramos sin ir. Yo le contesté que sí y con gracia preguntó si después habría comida.


Entró a los Arcos por el área de carruajes. Nosotras por el Paseto. En lo Arcos estaban la mayoría sentadas en el suelo, —solo había sillas para las personas mayores—.

La tertulia fue entrañable, en lo personal me impresionó como acogió y se puso a la altura del público que tenía delante.

«Suelo llevar —tanto en Roma, como en los viajes que he hecho— un Lignum Crucis colgado del cuello; al venir hacia México pensé en no traerlo, creía que aquí iba a encontrar cruces –pero ¡no! sólo he encontrado rosas sin cruces: ¡como las que le dio la Virgen a Juan Diego!»

En la tarde, mientras salía hacia la plaza de la Administración, se encontró una cruz, de esas que solían poner los evangelizadores, con una inscripción de los dominicos que dice: “Santa Misión. Redemyoristas. Hda Santa Clara”—. Le explicamos lo que significaba y dijo: «¡soy el primer Escrivá de Balaguer que pisa esta tierra bendita de Guadalupe!»

Cuando bajábamos a ver la escuela, en ése momento sólo existía la tele-secundaria y un taller de costura, el Padre dirigiéndose a Aurora de la Garza, arquitecto que vivía en Montefalco, fue dando ideas de cómo se podía enriquecer un poco más el retablo de la iglesia, tomando como ejemplo lo que había en otros templos de México. Después nos alcanzó Bernardo Castro, quien trabajaba como guardia junto con su esposa María Ester y sus dos hijos pequeños. San Josemaría los saludó con mucho cariño y les regaló unos dulces que solía cargar.

Al subir lo esperábamos todas con la ilusión de tener un rato de tertulia, ahí mismo en el jardín donde está la fuente.

Al comenzar la tertulia, refiriéndose a don Pedro, nos hizo ver la fe que tuvo al recibir Montefalco en plenas ruinas. En otro momento una le dijo: «Padre soy la primera —de un pueblo cercano— ¿me da su Rosario?» tras esta , algunas más le pidieron lo mismo. Se levantó; cogió el suyo besó cada medalla y dijo: «no os lo doy a ninguna… ¡yo soy el primer numerario del Opus Dei!»

El 6 de junio, a la hora de la limpieza, pasaron san Josemaría y don Pedro Casciaro al comedor de huéspedes, pidió entonces que le diéramos de desayunar a don Pedro pues le había entrado prisa por irse a México, para preparar su regreso. En ese rato se improvisó otra tertulia. Estábamos unas cuantas; le contamos de la labor apostólica con la gente de la zona y nos dio ideas muy concretas para el día a día como estudiar la manera de facilitar el trabajo de la administración, por ejemplo, contar con una máquina lavavajilla, un pela-papas etc. Esto con el fin de poder dedicar más tiempo al apostolado.

Un poco después del desayuno, pasaron a la casa para consagrar el altar del oratorio de la Administración, fue dando algunas sugerencias para la decoración de la casa del Pabellón. Pasó al oratorio y después de preguntar a don Javier si traía lo necesario para la consagración del altar se dio cuenta que faltaba la cartela para la ceremonia, «pues echa a correr, —le dijo—, tú que eres joven ve por ella.» Mientras esperábamos su regreso, don Álvaro nos explicó la ceremonia y en lo que consistiría. Después de la consagración le pedimos que plantara un árbol, estaban ahí unos jardineros que respetuosamente se quitaron los sombreros al verlo, lo saludaron y san Josemaría puso un poco de tierra con la pala que le acercaron. Por último, nos dio la bendición y se fue después de comer. En el camino de regreso se encontró con unos colombianos, pero eso ya es anécdota para después.