AL SERVICIO DE TODOS, PARA TODO

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Don Josemaría enseña de un modo práctico a sus hijos que pueden y deben santificar todas las situaciones: también la de asilo en una legación, donde la estrechez del espacio, el ambiente de los otros refugiados y la carencia de todo invitan al descuido personal, a la pérdida de tiempo y al desorden. Por eso, yendo él por delante, cuida de que quienes lo acompañan vivan un horario definido, con tiempo de oración, estudio, etcétera; y mantengan arreglada la estancia —una para todos— que ocupan, sin objetos tirados en cualquier parte.

Ahora bien, esto exige algunos medios —bien modestos, por cierto—, que conseguirá Zorzano en una ciudad asediada, donde no hay ni comestibles, ni productos de aseo, ni nada, para nadie. Menos aún para unos refugiados, que oficialmente no existen. Mientras hayan de permanecer en Madrid, Isidoro proveerá a todas las necesidades de los «hondureños»: desde facilitarles las formas y el vino para la celebración de la Misa, hasta suministrarles mil menudencias de tipo material. Se trata, por ejemplo, de conseguir un cuchillo para cortar el pan, sin que se desperdicien las migas, y una bolsa para guardar los mendrugos; una cuerda para enrollar las colchonetas durante el día; unas fundas de almohada; un espejo; unos cordones de zapatos; tinta; una caja de cartón o de hojalata; unas medicinas, y su estetoscopio, para Jiménez Vargas; dos reales de acíbar, con que el Padre —por mortificación— «sazona» sus magras colaciones; un cepillo de dientes; o un diccionario. El 18 de abril, Isidoro anota: «Le he llevado —al Fundador— mi reloj, porque no disponen de ninguno».

Otras veces hay que realizar gestiones variopintas: hacer reparar el reloj; encargar a Carmen que confeccione unos escapularios; mandar estrechar unas prendas que, con el hambre, se han quedado anchas...

En ocasiones, los encargos obedecen a la esperanza de la próxima evacuación: sacar copias de unas fotografías carnet; traer un maletín de casa de Juan y dejar allí su estetoscopio; comprar unas gafas de camuflaje; o devolver unas ropas que, por error, se habían sacado de la Legación.

Isidoro es, en el cumplimiento de estas encomiendas, la eficacia hecha persona. Así, por ejemplo, el 30 de marzo, recibe un encargo del Fundador: «Mira si puedes traer las fotografías mañana miércoles, porque por la tarde hay que entregarlas». Al día siguiente agradece don Josemaría: «Acabo de recibir las fotos [...]. Gracias».

Sólo en una misión le traicionó su mentalidad de ingeniero concienzudo. Los de Honduras han pedido «Mitigal», pues en la legación se dice que los piojos han hecho acto de presencia. Isidoro lo comenta con un médico, quien —para mayor eficacia— pregunta si son pulgas, piojos de cabeza o de vestido. El Padre, divertido, responde que son «de ropa, de cabeza... y, ¡etcétera!». Isidoro habla de nuevo con el doctor, que redacta una fórmula infalible y la hace llegar al Consulado. Don Josemaría les cuenta la historia de quien «recomendaba a un hambriento un menú del Palace» —un conocido hotel— y ruega que, si tienen un insecticida, lo envíen; pero que, por favor, no manden fórmulas.

A veces, las gestiones resultan azarosas: «Toda la mañana la pasé agitadísima con los obuses; parece que me iban persiguiendo y, como me empeñé en hacer un encargo que me dio el Padre, lo conseguí a pesar de las pildoritas destructoras. Regresé a la legación para llevárselo, pero tuve la mala pata de que abriera la puerta el mismo Cónsul y me echó con cajas destempladas; en una palabra, me dio con la puerta en las narices; que, por cierto, me vino muy bien, pues iba demasiado orgulloso con mi compra».En el apartado de los encargos materiales, los víveres constituyen un capítulo propio.