Evangelio (Lc 1, 39-47)
Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo:- Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, qué has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.
María exclamó:
- Proclama mi alma las grandezas del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Comentario al Evangelio
María viaja deprisa. El amor es diligente, vence la pereza, las aprensiones y la fatiga. Emprende un camino largo hasta la montaña de Judea: más de 100 Km. Con toda seguridad pasaría por Jerusalén, porque Ain Karim estaba a poca distancia de la ciudad de David, y se acercaría a adorar a Dios en su Templo, llevando a Jesús en su seno. Camina con alegría, porque lleva al Salvador del mundo y va a compartir las maravillas de Dios con Isabel, a quien tanto quiere. En la Anunciación el ángel no le ha dicho a María que vaya a ver a Isabel, es ella quien toma la iniciativa. ¡Qué importante es que tú y yo tengamos iniciativas santas, que den gloria a Dios y ayuden a los demás! Tú y yo somos portadores de Cristo y hemos de mostrarlo al mundo con iniciativas, que secunden la acción del Espíritu Santo para difundir el amor de Dios a nuestro alrededor.
María saluda al entrar en la casa: `la paz de Dios sea contigo´, y su voz virginal llena la estancia. La casa de Isabel se ilumina con una alegría nueva. Dos madres se abrazan. Cada una lleva en su seno el fruto del amor misericordioso de Dios. Y fíjate: el Señor permanece callado, pero su silencio lo suple la Gracia. Hace prorrumpir en alabanzas a Isabel, que llama a María por su nuevo nombre: Madre del Señor, y el hijo que espera Isabel se estremece de gozo. Dios quiere mostrarse al mundo mediante el cariño, mediante la amistad.
No nos dice san Lucas que san José estuviese presente, pero podemos pensar que acompañó a su esposa Inmaculada en aquel largo viaje. También él permanece en silencio, maravillado por las palabras de Isabel, al ver que el Espíritu Santo le había dado a conocer el misterio de la plenitud de los tiempos: que el Hijo unigénito de Dios se había encarnado en el seno purísimo de María. Muchas veces san José rememoraba ese momento y lo contemplaba de nuevo, como si estuviese presente y escuchase otra vez el saludo alegre de la Virgen y las palabras de Isabel.