Evangelio del viernes: Cristo, los salmos y el Templo

Comentario al Evangelio del viernes de la 5.ª semana de Cuaresma. “Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de él era verdad”. Ahora que se acerca la Semana Santa podemos hacer un esfuerzo especial para escuchar con atención cómo las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de Israel tienen su cumplimiento en Jesucristo.

Evangelio (Jn 10, 31- 42)

Los judíos recogieron otra vez piedras para lapidarle.

Jesús les replicó: Os he mostrado muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas queréis lapidarme?

No queremos lapidarte por ninguna obra buena, sino por blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios -le respondieron los judíos.

Jesús les contestó: ¿No está escrito en vuestra Ley: 'Yo dije: 'Sois dioses''?

Si llamó dioses a quienes se dirigió la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, ¿a quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros que blasfema porque dije que soy Hijo de Dios?

Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre.

Intentaban entonces prenderlo otra vez, pero se escapó de sus manos.

Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y allí se quedó.

Y muchos acudieron a él y decían: -Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de él era verdad.

Y muchos allí creyeron en él.


Comentario al Evangelio

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús discutiendo con los judíos, quienes lo acusan de blasfemia, porque decían que siendo hombre se hacía Dios (cf. v.33). El Señor aprovechará esta ocasión para dejar en claro dos verdades sobre su persona: que él es el “Hijo de Dios” y que él es el “verdadero Templo” (cf. v. 36).

Para responder, pues, a la acusación, Jesús usa el Salmo 82 que dice: “Yo os digo: Vosotros sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo” (v. 6). Con esta cita, el Señor quiere subrayar que, si está permitido llamar a ciertos hombres “hijos de Dios” porque son mensajeros de la Palabra Divina, cuanto más apropiado será para aquel que es la misma Palabra de Dios. Jesús se presenta, así, como el verdadero mensajero de la Palabra, el verdadero “Hijo de Dios”, aquel a quien “el Padre santificó y envió al mundo” (v. 36).

Estas últimas palabras del Señor - “el Padre santificó al Hijo”- nos muestran que Jesús es también el “verdadero Templo”. Para entenderlo es útil recordar que nos encontramos en la celebración de una fiesta judía importante: “se celebraba por aquel tiempo en Jerusalén la fiesta de la Dedicación (del Templo)” (v. 22).

Esta fiesta celebraba la victoria de los Macabeos sobre el imperio sirio y la re-consagración del Templo luego de su profanación por tres largos años (cf. 1 Mac 1,54; 2 Mac 6, 1-7). Para los judíos, acabar con la profanación y volver a santificar y consagrar el Templo era extremadamente importante porque el Templo era, propiamente hablando, el lugar “santo” donde los hombres entraban en contacto con Dios y ofrecían sus “sacrificios”.

Pues bien, Jesús nos revela que en realidad Él es el verdadero Templo (cf. 2,21), Él mismo es ahora el lugar “santo” donde es posible celebrar la adoración tal y como Dios la quiere, es decir, no con sacrificios de animales sino con el único “sacrificio” que es grato a Dios, la entrega de nuestro corazón por entero, en “espíritu y verdad” (4,24).

Esta lectura nos invita, pues, a considerar el cumplimiento de las Escrituras en Jesús de Nazaret. En esta ocasión el Señor usa los salmos para darse a conocer y sugiere como el gran Templo de piedra era en realidad un imponente símbolo que hablaba de su persona y de su misión.

Ahora que se acerca la Semana Santa podemos quizá hacer un esfuerzo especial, para escuchar con atención cómo las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de Israel tienen su cumplimiento en Jesús, y de modo especial en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Martín Luque // Miguel Bruna - Unsplash